Recientemente tuve una conversación con un padre que compartió conmigo el placer que él y su esposa han sentido al ver a su hijo madurar en su relación con ellos. Como era de esperar, el hijo desde sus primeros días se relacionó con sus padres como proveedores. Después de todo, ellos trabajaron duro para proveer comida, albergue, ropa, atención médica, educación, recreación y mucho más que permitiera que el hijo creciera. ¡El padre dijo en broma que durante los años de adolescencia del hijo, él y su esposa se sentían como si nada más fueran una tarjeta de cajero automático! Pero a medida que el hijo creció y comenzó a vivir por su cuenta, el padre vio un cambio. El hijo comenzó a ver la relación de una manera nueva. Él expresó interés en saber más sobre el trabajo de sus padres, sus biografías, sus aspiraciones de vida. Toda su relación cambió cuando el hijo se relacionó con ellos como algo más que proveedores. Comenzó a valorar su relación a un nivel mucho más profundo y recibió de ella una riqueza más allá de las bendiciones materiales que había disfrutado. Así, también la vida de los padres fue enriquecida con esta nueva relación. Esa conversación me vino a la mente mientras reflexionaba sobre los textos del Evangelio de Juan que nos dieron para la misa dominical durante estos meses de verano. Jesús alimenta a la multitud de 5,000, y ellos quieren convertirlo en su rey que proveerá alimento para saciar sus estómagos hambrientos. Sin embargo, mientras buscan a Jesús, él los desafía a madurar en la manera en que se relacionan con él y con el Padre. Él quiere despertar en ellos el hambre profunda que tienen en sus almas por mucho más, por la vida eterna, que solo Dios puede saciar. Él los invita a madurar en su relación con Dios como algo más que el proveedor que los sostiene en esta vida. A medida que estos textos del Evangelio se proclaman durante estas semanas, se nos invita a madurar en la forma en que vemos nuestra relación con Dios. En su núcleo debe estar la creencia profundamente arraigada de que hemos sido dotados con la vida para compartir la obra de Jesús de traer salvación al mundo y estamos destinados a vivir por toda la eternidad con Dios. Cuando comenzamos a madurar en nuestra relación con Dios, todo cambia. Comenzamos a comprender nuestro llamado a cuidar la creación de Dios en este momento de crisis climática. Nos sentimos impulsados a mostrar misericordia por quienes luchan en la vida. Valoramos el perdonar a los demás, habiendo experimentado nosotros mismos el perdón de Dios. Nos volvemos libres para ser generosos con las bendiciones que hemos recibido, siendo humildes por la verdad de que todo lo que tenemos nos fue dado y que nuestro tesoro está en el cielo. Durante estos relajados meses de verano, Jesús nos dice que crezcamos en la manera en que nos relacionamos con él y con el Padre, al creer profundamente que hemos sido creados para compartir su vida por toda la eternidad. Porque cuando hacemos eso, todo cambia.