Cardenal Blase J. Cupich

Trazar un nuevo rumbo: conectar unos con otros

agosto 2, 2024

La simpatía es lo que ofrecemos a las personas en momentos de sufrimiento. Les permite a las personas saber que estamos con ellas en las pruebas que enfrentan. Sin embargo, la simpatía puede tener una vida útil corta. Regresamos a nuestras vidas al haber satisfecho nuestro deseo de visitar a alguien necesitado, pero podemos regresar a nuestra rutina sin vernos realmente afectados por la visita.

Pero luego está la empatía. Es una palabra que expresa no solo estar con alguien que sufre, sino sentir las mismas emociones que está atravesando en un momento de desafío. No se trata solo de sufrir con, “syn-pathos”, sino “in-pathos”, conectarse con otra persona experimentando sus mismos sentimientos.

Esa distinción me viene a la mente cuando a menudo escuchamos en los Evangelios que el corazón de Jesús se conmueve con piedad. Recuerden cómo se conmueve cuando mira con piedad a quienes acuden a él, llamándolos ovejas perdidas o cuando “gimió en espíritu” ante la muerte de Lázaro. Jesús no solo simpatiza con el sufrimiento humano, él se conecta con las personas al experimentar lo que ellas sufren. Esto es lo que lo hacía tan atractivo y el por qué las personas se apresuraban para estar con él.

Esto es significativo a medida que pensamos en nuestra propia vida espiritual. Afirmamos ese Jesús, como Dios hecho carne. Al mostrar empatía, él revela lo cercano que está Dios de nosotros. No solo está Dios con nosotros en nuestro sufrimiento sino que Dios experimenta nuestro sufrimiento, se conecta con nosotros en ese nivel profundo de nuestra humanidad. Es precisamente en nuestro sufrimiento, en nuestra experiencia como seres mortales vulnerables, que Dios está más cerca de nosotros. Es en donde más experimentamos la presencia de lo divino.

La empatía, entonces, debe ser un elemento central de nuestra vida espiritual, parte de nuestra maduración como seres hechos a imagen y semejanza de Dios. Cuanto más empáticos somos, cuanto más conectamos con las personas al compartir sus sufrimientos, más nos parecemos a Dios.

Así, también, la Iglesia debe crecer en empatía. De hecho, esto es lo que la Iglesia se compromete a hacer en los documentos del Concilio Vaticano II mientras afirma estar vinculada con la humanidad y su historia por los lazos más profundos. “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (“Gaudium et Spes”).

Escribo estas palabras tras el horrible intento de asesinato del expresidente Donald Trump y el llamado del presidente Joseph Biden a bajar la temperatura de nuestro discurso político y cívico (ver mi declaración a continuación). Una manera en la que podríamos lograr eso sería que cada uno de nosotros reflexione sobre nuestra necesidad de conectarnos unos con otros al nivel de nuestra humanidad común como seres mortales vulnerables. Este terrible ataque, no solo contra un expresidente sino también contra nuestras propias normas democráticas, reveló lo desesperadamente necesitada de sanación que está nuestra nación. En un momento trágico, fuimos recordados de nuestra propia vulnerabilidad ante nuestra epidemia de violencia. Cuando incluso un expresidente es el blanco, no podemos evitar preguntarnos: ¿Quién está a salvo de este flagelo? Es momento de conectarnos unos con otros en este nivel humano básico de nuestra vulnerabilidad y sufrimiento comunes y con empatía trazar un nuevo rumbo de cómo interactuamos y, de hecho, nos amamos unos a otros.

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