Mientras Estados Unidos celebra su cumpleaños número 248 y nos preparamos para elegir líderes este otoño, es oportuno considerar cómo nosotros, como comunidad de creyentes, debemos visualizar nuestra contribución al bien común. Esto es particularmente relevante dado que en este momento de amargas divisiones políticas vemos el surgimiento de grupos que pretenden hablar en nombre de todos los católicos, ofreciendo una versión muy limitada de nuestras enseñanzas, a menudo reduciéndolas para sus propios objetivos partidistas. Es en este punto que debemos recordar la visión penetrante que el Concilio Vaticano II ofrece sobre la religión, el Estado y el orden político, al identificar un camino claro de compromiso público, formación de conciencia y auténtico testimonio del Evangelio de Jesucristo. Desde el comienzo, “Gaudium et Spes” (“Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual”) es clara sobre la actividad de la Iglesia en la plaza pública. Al referirse a la “Iglesia en el mundo actual” en vez de “y el mundo actual”, el título mismo del documento indica que la Iglesia existe en sus propios términos, no debido a una alineación con alguna agencia que da permiso u otorga un derecho, estatus u otros favores. Esto es porque la Iglesia por su propia naturaleza es misionera (“Ad Gentes”, 3). En otras palabras, la autonomía y la libertad de la Iglesia derivan del hecho de que ha sido enviada al mundo por Cristo. Ningún grupo o agencia debería pretender hablar por “el voto católico”, en la medida que exista tal cosa. Estar en el mundo también significa que la iglesia camina en solidaridad con toda la humanidad, no sólo con algunos que dicen representar sus enseñanzas. Si la iglesia va a preservar su identidad como “signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (“Gaudium et Spes”, 42), hay que tener mucho cuidado para preservar su solidaridad con toda la humanidad. Su misión es iluminar todas las dimensiones de la vida humana para “establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina” (“Gaudium et Spes”, 42). Como tal, cuando la Iglesia interactúa con el Estado, no debe limitarse a cuestiones explícitamente “religiosas”, algo que a veces escuchamos de personas que critican a la Iglesia por hablar sobre cuestiones que no consideran “religiosas”, como la discriminación racial, el control de armas, el medio ambiente. De la misma manera, la Iglesia no debería limitar su interacción con el Estado exclusivamente a cuestiones de interés propio; por ejemplo, la protección de las instituciones religiosas. Nuevamente, como enseña el Concilio, somos una “Iglesia en el mundo actual”. Uno de los pasajes más esclarecedores del concilio sobre el papel de la Iglesia en el mundo moderno proporciona la inspiración que debe informarnos a cada uno de nosotros mientras consideramos nuestra contribución en el debate público de hoy: “La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana. La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno” (“GS”, No. 76). Debemos estar dispuestos a hablar de todo lo que corresponde al bien común, que “comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia, la solidaridad” (De la nota doctrinal publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe el 21 de noviembre de 2002: “compromiso y la conducta de los católicos en la vida política”). La proclamación de estos valores por parte de la Iglesia no es meramente institucional sino que ocurre principalmente a través de las conciencias informadas de los católicos como ciudadanos, que infunden los valores del Evangelio en la vida de la sociedad y el Estado. Por lo tanto, depende de cada uno de nosotros como católicos el estar informados sobre los temas, reflexionar sobre ellos a través del prisma de todo lo que nuestra fe nos enseña, participar en el proceso político y votar. Si hay un voto católico, debe quedar en las manos de cada católico el decidir con buena conciencia.