Cardenal Blase J. Cupich

El objetivo del Avivamiento Eucarístico

junio 20, 2024

En preparación para el Congreso Eucarístico Nacional este próximo julio, miles de peregrinos están viajando hacia Indianápolis desde varias partes de Estados Unidos. Felizmente, la peregrinación incluirá paradas en la Arquidiócesis de Chicago, culminado con la celebración de la Eucaristía en la Catedral del Santo Nombre el 30 de junio a las 12:30 p.m.

Por supuesto, el punto de referencia para comprender cualquier peregrinación eucarística y, de hecho, todas esas procesiones es la celebración misma de la misa. Porque, como nos recuerda claramente la enseñanza de la Iglesia: “participar del sacrificio Eucarístico (es) fuente y cumbre de la vida cristiana”. Es en la celebración de la Eucaristía que los fieles cristianos “ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella. Y así, sea por la oblación o sea por la sagrada comunión, todos tienen en la celebración litúrgica una parte propia, no confusamente, sino cada uno de modo distinto. Más aún, confortados con el cuerpo de Cristo en la sagrada liturgia eucarística, muestran de un modo concreto la unidad del Pueblo de Dios, significada con propiedad y maravillosamente realizada por este augustísimo sacramento”. (“Lumen Gentium”, “Constitución Dogmática sobre la Iglesia”, 11).

Esta enseñanza es bastante profunda y nos ayuda a recordar que nuestras procesiones y peregrinaciones siempre deben tener como objetivo llevarnos a una conversión más profunda, liberándonos para ofrecer nuestra vida en unión con Cristo para la salvación del mundo y específicamente mientras asumimos la obra de lograr la unidad de la familia humana.

Expresamos esta creencia fundamental en dos momentos de la misa. El primero es cuando los dones del pan y el vino y las ofrendas de la colecta son llevados en procesión por representantes de la comunidad. Después de que estos dones, que nos representan, son preparados en el altar, quien preside deja claro el significado de lo que está sucediendo mientras invita a la comunidad con estas palabras: “Oren, hermanos, para que este sacrificio, mío y de ustedes, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso”.

La segunda procesión llega en el momento de la recepción de la Comunión, cuando los fieles cristianos avanzan para recibir los mismos dones que han ofrecido, y que se han convertido en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. En esta acción, Cristo une a los fieles consigo mismo y los unos con los otros, transformándonos en el Cuerpo de Cristo.

En otras palabras, la procesión de la Comunión es una acción profundamente religiosa de la comunidad, más que de la fe o la piedad de un individuo. Es por esto por lo que la norma de la Iglesia es que la Sagrada Comunión se reciba de pie y que todos los fieles deben ser alentados a participar cantando el himno a medida que se unen a la procesión. Esta expresión de unidad no es nada menos que una respuesta a la oración de Cristo en la Última Cena, cuando suplicó: “Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros… como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros”. (Juan 17:11, 21).

Nuestro Avivamiento Eucarístico Nacional y nuestra reunión en Indianápolis serán exitosos en la medida en que arraiguemos todos nuestros esfuerzos en la celebración misma de la Eucaristía, que, como fuente y cumbre de la vida cristiana, siempre debe ser el punto de referencia para todo lo que hacemos en este momento de renovación. El objetivo de nuestro avivamiento no debe limitarse a hacer que los fieles cristianos simplemente crean que Cristo está verdaderamente presente en la Eucaristía. Como observó una vez el difunto cardenal Avery Dulles, Cristo no se revela para “mistificarnos”, sino para atraernos al misterio de participar en su obra de salvación.

Y así, el objetivo de nuestro avivamiento debe ser llevar a todos los fieles a una fe más profunda que, en la celebración de la Eucaristía, Cristo se hace presente para hacernos partícipes de su victoria y triunfo sobre la muerte, que ganó por nosotros en la Cruz, para hacernos así más plenamente el Cuerpo de Cristo para continuar su obra de salvar al mundo mientras unimos nuestros sacrificios y nuestras vidas a los de él. Esto nos da el poder para unirnos a la procesión final mientras salimos por las puertas de la iglesia llevando nuestra experiencia eucarística a un mundo que está tan necesitado de salvación.

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