Cardenal Blase J. Cupich

El don del Padre a Jesús

junio 13, 2024

El siguiente texto fue adaptado de la homilía del cardenal Cupich presentada durante la Misa de Ordenación Sacerdotal el 18 de mayo en la Catedral del Santo Nombre.

 

Las lecturas de la Palabra de Dios conspiran de tal manera que nos obligan a comprender nuestra vida como un don que el Padre le ha dado a Jesús. Es en el momento íntimo de su conversación con el Padre, mientras él mira al cielo, que lo escuchamos orar: “Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste”.

Sin duda, ustedes que van a ser ordenados, recuerden a las muchas personas, familiares, amigos, profesores, formadores y compañeros de clase que los han mantenido en sus corazones y en sus oraciones durante estos años de preparación. Hoy, la Palabra de Dios los insta a ver que todas estas buenas personas han sido parte de la obra del Padre al prepararlos para ser su don a Jesús. El Padre los ha puesto en sus manos para que estén listos para ser el don que él le está dando a Jesús.

Observen cómo Jesús los recibe como el don del Padre. Él a cambio les da la Palabra. Él es la Palabra. Él se les da a sí mismo. Él les está dando una participación en su vida, la vida que tiene con el Padre, una vida de mutuo dar y recibir. Esto es tan diferente de una vida solitaria sin conexión o comunión. Esto es tan diferente de una vida de posesión o de ser propietario, una vida autorreferencial que busca alabanza, poder y posesiones.

Él los ha introducido a este modo de vivir, de hacer de su vida un don para los demás, para la salvación del mundo. Lo que sea que reciban en su ministerio, deben darlo como un don, sin aferrarse a un estatus o bienes, alabanza o posesiones, o poder, porque estos nunca pueden definir su vida. Porque es sólo viviendo una vida marcada por el recibir y luego dar, que ustedes participarán en la obra salvadora de Jesús. Dos veces en su primera carta a los Corintios, San Pablo dice: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido”, primero con referencia a la Eucaristía y luego con respecto a la fe en la Resurrección. Hoy, reciben un don y hacen la promesa de dar ese don a los demás. Hoy, los invito a hacer un compromiso a ser fieles a cómo Dios ve sus vidas como su don a Jesús, que los consagra para ser un don para los demás.

Esa es la verdad en la que son consagrados hoy. Lo que sea que tengan para dar, siempre recuerden que proviene de lo que han recibido. No llegaron a este día por sí solos. La gracia de Dios los encaminó hasta este momento. Todo lo que se les ha dado es lo que deben dar.

Es por esto por lo que Jesús dice que ustedes no pertenecen al mundo. Él no quiere decir que deben retirarse del mundo, sino que no pertenecen al mundo porque le pertenecen a él, porque el Padre los ha hecho un don para él.

Y la verdad de vivir una vida extraída de la mutua entrega de sí mismos del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no es sólo un pensamiento piadoso. No, lejos de eso, esta manera de vivir será el ancla de su ministerio, particularmente cuando a veces enfrenten enormes desafíos en un mundo marcado por cambios rápidos. San Pablo lo dice muy bien: “Por eso, investidos misericordiosamente del ministerio apostólico, no nos desanimamos”. Ustedes tienen este ministerio a través de la misericordia mostrada hacia ustedes.

Cada día, reciben un vívido recordatorio de esto, porque estarán ante las personas que sirven y en el altar harán suyas las palabras de Jesús la noche antes de morir: “Este es mi cuerpo entregado por ustedes, esta es mi sangre derramada por ustedes”.

Al consagrar el pan y el vino con estas palabras, recuerden siempre que en el día de su ordenación, Jesús los ha consagrado en la verdad de que su vida es un don que han recibido para ser entregado libre y generosamente por los demás.

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