Cardenal Blase J. Cupich

Sin reforma litúrgica, no hay reforma de la Iglesia

miércoles, febrero 28, 2024

El 8 de febrero, durante una reunión del Dicasterio para el Culto Divino, del cual soy miembro, el Santo Padre pronunció un importante discurso sobre la importancia de la reforma litúrgica.

Él comenzó su discurso señalando que los padres conciliares eligieron esbozar los objetivos del Vaticano II en “Sacrosanctum Concilium”, el documento que pide una renovación de la liturgia. Recordó el papa Francisco que la finalidad del concilio, como se describe en las oraciones iniciales de ese documento, era la “reforma de la Iglesia en sus dimensiones fundamentales: acrecer cada día más, la vida cristiana de los fieles; adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones sujetas a cambios; favorecer lo que puede contribuir a la unión de todos los creyentes en Cristo; revigorizar lo que sirve para llamar a todos al seno de la Iglesia (cfr. SC, 1). Se trata de un trabajo de renovamiento espiritual, pastoral, ecuménico y misionero”.

La decisión de presentar las metas del Vaticano II en el documento que pide una reforma de la liturgia fue intencional. Como observó el papa Francisco: “Es como decir: sin reforma litúrgica no hay reforma de la Iglesia”.

¿Por qué la reforma litúrgica es central para lograr la reforma de la Iglesia? Porque los bautizados se forman en y desde la liturgia. O, como señaló el Santo Padre: “La finalidad de la reforma litúrgica -en el marco más amplio de la renovación de la Iglesia- es precisamente ‘favorecer la formación de los fieles y promover una acción pastoral que tenga como culmen y fuente la sagrada Liturgia.’ (Istr. Inter oecumenici, 26 de septiembre de 1964, 5)”.

Es en la liturgia, “el lugar por excelencia del encuentro con Cristo vivo”, donde somos formados para el crecimiento espiritual, para involucrar el mundo en esta era, para trabajar por la unidad de los cristianos y para asumir con vigor fresco la misión de proclamar la Buena Nueva a todos los pueblos. “Una Iglesia que no siente la pasión por el crecimiento espiritual, que no intenta hablar de manera comprensible a los hombres y mujeres de su tiempo, que no se aflige por la división entre los cristianos, que no estremece por el afán de anunciar a Cristo a las naciones, es una Iglesia enferma, y estos son los síntomas”, explicó el papa.

El Santo Padre también aprovechó la ocasión para hablar sobre el importante papel de los sacerdotes al ofrecer liderazgo para avanzar la reforma de la Iglesia a través de la reforma litúrgica. Él se refirió a los pastores como “mistagogos”, que van “a llevar de la mano y acompañar los fieles en el conocimiento de los santos misterios”. Él instó a los miembros del dicasterio a ayudar a los pastores en este sentido, para que “sepan conducir el pueblo hacia el buen pasto de la celebración litúrgica, donde el anuncio de Cristo muerto y resucitado se convierte en experiencia concreta de su presencia que transforma la vida”.

Es en este contexto que llegamos a apreciar la clara enseñanza del papa Francisco ofrecida hace casi tres años de que “Los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano” (motu proprio “Traditionis Custodes”). Es en esta y desde esta liturgia reformada que los bautizados son formados continuamente para asumir la misión de Cristo en nuestro tiempo. Sin nuestra celebración de la liturgia reformada, corremos el riesgo de empobrecer el modo de vida cristiano y la vida de toda la Iglesia. O, como nos instó a entender el Santo Padre: “sin reforma litúrgica no hay reforma de la Iglesia”.

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