Cardenal Blase J. Cupich

La Cuaresma y la economía de la salvación de Dios

martes, marzo 15, 2022

El Evangelio proclamado el Miércoles de Ceniza es tomado del comienzo de Mateo 6:1-6 y 16-18. Los versículos intermedios (7-15), que relatan a Jesús enseñando a los discípulos a rezar el Padre Nuestro, son omitidos. Remover estos versículos da como resultado un flujo más suave en la presentación de las tres prácticas penitenciales, ya que ahora se les presta la misma atención. Pero esta edición del texto original también lleva nuestra atención al hecho de que la limosna, la oración y el ayuno comparten un rasgo en común. Todos implican algún tipo de “recompensa”, “reembolso” o “premio”, palabras que aparecen siete veces en este breve pasaje.

La “recompensa” es la primera en esta serie de siete palabras. Es una palabra que usualmente se refiere a la compensación o indemnización por una lesión o pérdida sufrida. Entonces lo que Jesús parece estar diciendo aquí es que cuando damos limosna, oramos y ayunamos, Dios toma en cuenta que nos cuesta algo y por tanto necesitamos ser compensados. De hecho, dar limosna nos cuesta recursos financieros. Orar toma algo de nuestro preciado tiempo. Ayunar pone en riesgo nuestro bienestar nutricional, o en cierto sentido morimos para nuestro apetito.

Como tales, estas prácticas penitenciales no tienen nada que ver con imponernos sufrimiento para compensar por nuestros pecados o para calmar a un Dios enojado, un tema presente en varias mitologías culturales. Más bien, estos sacrificios crean una apertura para que Dios, cuyas misericordias nunca se agotan, bendiga nuestras vidas más plenamente. Aquello a lo que renunciamos no es nada comparado con cuanto Dios nos compensará en bendiciones, más allá de lo que de otro modo podríamos experimentar.

Es natural para nosotros preguntarnos cuánto dinero podemos donar a causas nobles. Para algunos, dar limosna puede ser un verdadero desafío para su bienestar financiero. Otros con más recursos también pueden hacer una pausa ante la idea de separarse de su riqueza material. Pero cuando damos limosna, a menudo nos llena el gozo de ayudar a otros. Considere la oración. Nunca he encontrado que la oración sea una pérdida de tiempo, como si me impidiera atender las exigencias de la vida diaria. Más bien, la oración me da más tiempo para hacer las cosas que realmente importan, liberándome de perder tiempo preocupándome de cosas que no puedo controlar o en distracciones inútiles. Así también con el ayuno. Al día siguiente de abstenerme de ese postre, vino o carne de un viernes, no experimento una sensación profunda de pérdida. Más bien, siento una sensación de satisfacción al llegar a aprender que hay maneras más profundas en las que Dios está nutriendo mi vida.

A medida que entramos en la temporada de Cuaresma, Jesús nos está llamando a dar limosna, orar y ayunar porque él quiere que experimentemos la vida y bendición de Dios. Jesús nos está invitando a confiar en que Dios compensará con creces cualquier pérdida que suframos, cualquier sacrificio que hagamos. Todo esto ocurre mientras nos preparamos para celebrar la pasión, muerte y resurrección de Jesús, en la cual él nos enseña cómo Dios intercambia vida con nosotros. Jesús se vacía completamente, renuncia a todo incluyendo su propia vida confiando que el Padre lo llevará a una vida que nunca termina, compensándolo a él y a toda la humanidad de maneras que nunca hubiéramos podido imaginar y eso nunca terminará. Hemos de tener esa misma confianza en Dios, nos dice Jesús: “el que pierda su vida por mí, la encontrará en la eternidad” (cf., Mateo 10:29).

Así es como Dios intercambia nuestra vida por la suya. Es la economía de la salvación de Dios.

Advertising