Cardenal Blase J. Cupich

El don de la vulnerabilidad

jueves, octubre 28, 2021

A lo largo de los Evangelios, Jesús con frecuencia desafía a las personas a vivir con autenticidad, libre de cualquier pretensión o intentos de pasar por alto la debilidad humana al perseguir poder, posiciones y posesiones. En un pasaje del Evangelio recientemente, escuchamos la historia de los hijos de Zebedeo, Juan y Santiago, tratando de maniobrar a Jesús para que les otorgue un estatus especial en el reino. Ellos querían una distinción por encima de los otros apóstoles, quienes reaccionan con indignación.

Jesús no critica su ambición; él les dice que está bien querer ser grande. Pero si ellos realmente quieren ser grandes, tienen que ser grandes seres humanos. Eso significa ponerse a la disposición de otros, permitiéndose volverse vulnerable por otros. Él no les dice que fijan ser servidores, como si pudieran intercambiar una pretensión por otra.

No, han de ser realmente servidores, porque es solamente al hacerse vulnerables por otros que pueden entrar en contacto con su verdadera humanidad como criaturas vulnerables. Esa es la única manera de dejar atrás la tentación de ser algo que no son.

Por supuesto, no nos gusta ser vulnerables. Nos gusta adormecer ese sentimiento con pretensiones de riqueza, fama y adicciones que crean la ilusión de ser otra cosa distinta a lo que somos. Hemos dominado la capacidad de siempre encontrar maneras nuevas, incluso si son destructivas, de adormecer nuestra ansiedad por ser criaturas vulnerables y mortales.

Pero he aquí la verdad sobre nuestras vidas: nacemos necesitados y morimos indefensos. Vivimos diariamente con el riesgo de ser mortales, algo que esta pandemia nos ha dejado muy claro.

El llamado de Jesús a ser servidores es una invitación a abrazar nuestra vulnerabilidad al servirnos unos a otros. Esto es lo que trae una sensación real de satisfacción en la vida. Es la vulnerabilidad que los esposos se ofrecen unos a otros, que nos permite perdonar a alguien que nos ha lastimado, que nos libera para ser generosos con nuestros recursos limitados y que nos mueve a invertir en las vidas de niños, a pesar de que no tenemos idea de cómo van a resultar.

Todas estas experiencias traen una satisfacción que ningún estatus, fortuna o fama pueden ofrecer. Estos momentos nos liberan de la ansiedad de ser vulnerables porque vemos que tomar tales riesgos nos hacen seres humanos auténticos. Transforma en alegría nuestra ansiedad por ser vulnerables.

Pero hay más que Jesús nos dice sobre el valor de ser vulnerables. Al convertirse él mismo en un servidor, revela que Dios, a cuya imagen estamos hechos, es un Dios vulnerable. Desde los albores de la creación, Dios nos ha revelado esto. Sin preocupación sobre cómo resultará todo eso, Dios asume el riesgo de crear al mundo y a nosotros. Él nos a hace a su propia imagen, y tropezamos justo al salir de la puerta. No importa.

Dios entonces elige a un pueblo, prometiendo serle fiel solo para ser decepcionado repetidamente por su infidelidad. Y sin embargo, Dios siempre los trae de regreso y comienza de nuevo. Y luego Dios se vuelve más vulnerable, como cualquier padre lo entendería, al someter a su único hijo a las decisiones de personas pecadoras que tienen un historial de mal uso del don de la libertad que Él les ha dado.

Si queremos ser grandes, grandes como Dios a cuya imagen estamos hechos, entonces debemos ser vulnerables por otros como Dios lo es.

En uno de los Evangelios, Santiago y Juan se acercan a Jesús para recibir este trato preferencial después de ser instados por su madre. Quizás la Sra. Zebedeo no se da cuenta, pero realmente les está diciendo a sus hijos que no son lo suficientemente buenos de la manera que son. Ellos deben tener un título, una posición, un estatus para estar a la altura.

Nunca debemos enviar ese mensaje a nuestros hijos, de que tienen que ser otra persona para que tengan nuestro amor. Hacerlo solamente los hace tener miedo cuando experimentan el fracaso humano que viene con la vida. Enseñémosles a no tener miedo de ser vulnerables al mostrarles que ser vulnerables para los otros puede ser vivificante. Hacerlo nos puede ayudar a marcar el comienzo de la próxima generación de personas que viven vidas auténticas, libres de escapismo y adicciones adormecedoras. Llamémoslos a ser verdaderamente grandes. No merecen menos.

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