Cardenal Blase J. Cupich

El significado de la Eucaristía

viernes, septiembre 17, 2021

Quizá recuerde que hace un par de años recibimos una nueva traducción de la Misa. Uno de los cambios importantes que necesitaba algo de explicación era el texto que se rezaba al momento de la consagración del cáliz.

En lugar de decir: “tomen y beban el cáliz de mi sangre... que será derramada por ustedes y por todos para el perdón de los pecados”, el celebrante dice ahora: “que será derramada por ustedes y por muchos”. La gente preguntaba con razón: ¿Esto significa que el sacrificio de Jesús no salva a todos?

El motivo del cambio es que muchos estudiosos llegaron a pensar que se trata de las palabras del siervo sufriente de Isaías, que Jesús hace suyas en la Última Cena. Al hacerlo, está diciendo que salva al mundo haciéndose vulnerable, mediante el sufrimiento.

Así que la cuestión no es quién se salva, sino quién es el que salva. Al utilizar esas palabras, Jesús quiere que sepamos cómo logra la salvación, siendo el siervo sufriente.

Esta semana pasada, en la misa, escuchamos el pasaje del Evangelio de Marcos en el que Jesús deja claro, en su diálogo con Pedro, que, como el Mesías, no es un superhéroe que logra una victoria decisiva mediante un acto de poder humano sobre los que quieren hacernos daño. Más bien, él es el Mesías que nos salva haciéndose vulnerable para que Dios pueda salvarnos mediante el poder divino: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho y que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”.

Eso tiene enormes consecuencias para nosotros, sencillamente porque significa que nuestro sufrimiento o asunción de riesgos en nombre de los demás, los momentos en los que nos permitimos ser vulnerables para ayudar, salvar, amar, perdonar a los demás, tiene tanto valor que nos unimos a Jesús en su misión salvadora.

Esos momentos de asunción de riesgos e incluso de sufrimiento tienen sentido debido a que contribuyen a la obra salvadora de Dios. En ese mismo Evangelio Jesús nos dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por causa mía y del Evangelio, la salvará”.

El mensaje es claro: aunque no invitemos al sufrimiento, no debemos temer cuando llegue, pensar que no tiene sentido.

Todos los días vemos a personas que se permiten ser vulnerables para salvar a otros. Las personas que viven vidas auténticas, que nos muestran el heroísmo verdadero y que abrazan la dignidad de permitirse ser entregados por los demás.

Pienso en los trabajadores sanitarios que salvan la vida de otros, aunque eso signifique arriesgarse a ser infectados; pienso en los socorristas que cada día se enfrentan a situaciones que no son seguras y, sin embargo, lo hacen para mantener a salvo a los demás; pienso en los padres y en los cónyuges que entregan su vida por sus familias a un gran costo, y pienso en los momentos de nuestra vida en los que nos arriesgamos a perdonar a alguien que nos ha hecho daño, aunque eso signifique dejarnos expuestos a que nos hieran nuevamente.

Este es el sentido mismo de la Eucaristía que celebramos. Porque cuando nos acercamos a recibir la Comunión y decimos amén, lo que realmente estamos haciendo es decir sí, estoy dispuesto a ser partido como el pan consagrado y derramado como el cáliz, porque sé que Dios tomará mi ofrenda como tomó la ofrenda de Jesús en la cruz. En mi sufrimiento, Dios logrará la salvación del mundo y, al mismo tiempo, me elevará a una nueva vida, sí, en la eternidad, pero incluso ahora, mientras crecemos en la comprensión del sentido de nuestras vidas.

Lo invito a que lo tenga en cuenta cuando escuche las palabras de la consagración en la misa: “Este es el cáliz de mi sangre, la sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados”. Recuerde que Jesús dice esas palabras para decirnos que nos salva como el siervo sufriente de Isaías, no como un héroe con poder sobrehumano. Y luego preste atención a lo que se dice a continuación: “Hagan esto en conmemoración mía”.

Estas palabras son nada menos que una invitación para que cada uno de nosotros se renueve como discípulo de Jesús, que tome nuestra cruz y se una a él para lograr la salvación del mundo.

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