Cardenal Blase J. Cupich

El corazón de la fe cristiana

miércoles, agosto 11, 2021

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Fue desgarrador ver a la gran campeona Simone Biles retirarse de la competencia en las Olimpiadas. Ella ha enorgullecido a Estados Unidos, y solo podemos imaginar lo difícil que fue para ella tomar esta decisión, particularmente después de años de entrenamiento y duro trabajo.

Sin embargo, enfrentó con valentía el hecho de que necesitaba prestar atención a su bienestar y aceptó que seguir adelante podría ser desastroso para su seguridad y dañar las posibilidades de victoria de su equipo.

Lo más inquietante, sin embargo, fue la crítica cruel que recibió de algunos comentadores de noticias por cable. Uno de ellos llegó incluso a sugerir que ella se lo había provocado, alegando que debió haber lidiado con el trauma de haber sido abusada por el ex médico del equipo de gimnasia de Estados Unidos Larry Nassar antes de decidir participar en las Olimpiadas.

Estamos hablando de una joven que fue adoptada por sus abuelos porque su madre sufría de adicciones. Abusada en su adolescencia por una persona de confianza asignada a ella por el mundo de los adultos, sin embargo siguió adelante, poniéndose diariamente en riesgo cada vez que intentaba perfeccionar sus movimientos únicos, incluyendo uno del potro que hasta ahora solo había sido realizado por gimnastas masculinos.

Lo que Simone Biles hizo fue muy cristiano. Ella reconoció las limitaciones de su humanidad.

Los cristianos creen en un Dios que elige las cosas débiles del mundo, que envió a su Hijo a asumir un cuerpo humano, que fue torturado y asesinado. Jesús, a su vez, eligió extender su presencia entre nosotros en pan que se puede partir y vino que se puede verter. Este es el corazón de nuestra fe cristiana, que celebramos cada vez que nos reunimos para la Eucaristía.

Es en la Eucaristía donde Jesús hace presente una victoria que el Padre le da en respuesta al ofrecimiento de su total debilidad humana, la pobreza humana de nuestras limitaciones, incluyendo nuestra mortalidad. Jesús no ofrece sus logros o éxitos humanos. De hecho, según los estándares humanos, Jesús fue un fracaso. Nadie lo apoyó, incluyendo sus apóstoles de confianza. Fue un criminal convicto sentenciado a muerte. Su afirmación de ser enviado por su padre al mundo fue recibida con burla e incluso lo hizo preguntar por qué fue abandonado.

Este es el por qué Jesús nos dice que nos ofrece su carne, misma que solo puede ser ofrecida si muere. Al hacerlo, le da sentido a todo el sufrimiento humano, a todas nuestras limitaciones, a todas nuestras debilidades al punto de que en la Eucaristía nos invita a hacer lo mismo al unir nuestra humanidad con todos sus defectos a su sacrificio para la salvación del mundo.

Este es el por qué podemos decir que todos son bienvenidos, ya que todos tenemos el don de la limitación humana para ofrecerlo. Si estamos dispuestos a hacer este ofrecimiento, recibimos la gracia de la Eucaristía y podemos ir al mundo y proclamar el reino de Dios.

Al aceptar y ofrecer a Dios nuestra frágil existencia humana, somos empoderados a proclamar el reino de Dios en medio de nosotros, inspirados a llegar a todos nuestros prójimos con empatía y esperanza.

El reino de este mundo valora los éxitos y logros humanos, victorias en nuestros propios términos. Aquellos que proclaman este reino mundano no tienen tiempo para la debilidad humana, y de hecho hacen todo lo posible por distanciarse de ella, enmascarando su propia debilidad.

Hace algunos años, un gran director espiritual preguntó a un grupo de hombres jóvenes que discernían su vocación si eran lo suficientemente débiles para ser sacerdotes. Lo que él quiso decir fue que a menos que aceptaran su existencia humana y limitada como un don para ser ofrecido, ellos nunca apreciarían el significado de la Eucaristía que algún día podrían ofrecer al pueblo de Dios, donde Jesús nos ofrece su carne para la salvación del mundo.

Una pregunta similar podría plantearse para ayudarnos a comprender qué significa participar en la misa. ¿Somos lo suficientemente débiles para ir a misa? ¿Valoramos nuestra debilidad humana y los sufrimientos de otros al punto de que estamos listos para unirnos con ellos al sacrificio de Cristo para la salvación del mundo? ¿Comprendemos que la medida de nuestra apertura para recibir la gracia de la Eucaristía es la manera en que nos mueve a aceptar el sufrimiento humano más plenamente? ¿La Eucaristía nos transforma y empodera para proclamar una vez más la victoria y el triunfo de Jesús sobre la muerte, obtenidos no por el logro humano sino como una gracia total del Padre?

Esta realidad de la fe está por encima y en contra de la cultura de hipercrítica que caracteriza a una gran parte de nuestro discurso público. Esta manera de tratar a los hombres, mujeres e incluso a los niños es tan cruel como deshonesta.

El rechazo insensible al sufrimiento de Simone Biles es típico de una mentalidad que ataca las debilidades de los demás, que en nuestros días está corroyendo a la sociedad y, desafortunadamente parece estar sangrando en la vida de la Iglesia. Esta joven y valiente atleta ha honrado a nuestra nación y al mundo en el campo del deporte. La dedicación y el sacrificio personal que la llevó a este nivel merecen la admiración de todos.

Pero ella ha contribuido aún más a la humanidad al recordarnos, como lo hizo Jesús, que nos volvemos más humanos cuando aceptamos y valoramos nuestra condición humana. Y para los cristianos, nos recuerda el valor de unir nuestros sufrimientos humanos al sacrifico de Cristo, porque cuando lo hacemos, por la gracia salvadora del Padre, nos convertimos en campeones en el reino de Dios.

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