Cardenal Blase J. Cupich

Religión, timón de la democracia de América

martes, julio 13, 2021

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En su libro La democracia en América (Democracy in America) el escritor francés Alexis de Tocqueville identificó la creencia religiosa como un factor clave para comprender el sistema político de nuestra nación. Aunque lo escribió a mediados del siglo XIX, sus ideas sobre el papel que juega la religión para comprender la naturaleza humana y las normas democráticas permanecen relevantes hoy en día.

Él observó que aunque “la ley permite al pueblo americano hacerlo todo, la religión le impide concebirlo todo y le prohíbe atreverse a todo”.

Y advirtió: “Cuando la autoridad en materia de religión ya no existe, ni tampoco en materia de política, los hombres se asustan pronto ante el aspecto de esta independencia ilimitada… como todo se mueve en el mundo del intelecto, quieren al menos que todo sea firme y estable en el orden material; y como ya no pueden recapturar sus creencias anteriores, se dan a sí mismos un maestro”.

Estos comentarios me vienen a la mente mientras reviso el panorama político actual, cicatrizado como está por la polarización y acritud, que está alienando a tantos jóvenes. De manera paralela, los jóvenes se están desencantando con la religión. Es perturbador leer encuestas recientes de que el 40 por ciento de los millennials son ahora categorizados como “ningunos”, eso es, sin afiliación religiosa.

Todo esto genera la pregunta: ¿Qué será de nuestra democracia si tantos jóvenes se separan tanto de la religión como de la política? Sin bien nosotros con seguridad queremos que los jóvenes continúen practicando la fe, para transmitirla a las siguientes generaciones, también es importante tener presente la idea de De Tocqueville de que la fe puede tener una influencia moderadora en un estado democrático.

De Tocqueville identifica una serie de maneras en que la religión contribuye a la democracia, que vale la pena recuperar.

Primero, la religión correctamente enmarca a la adoración como la adoración a Dios, contrariamente a cualquier proyecto humano. Cuando la polarización y el partidismo corrompen la política, se corre el riesgo de volverse idólatra al punto en que comenzamos a aceptar como absolutas las declaraciones y políticas de un partido, sin importar cuán obviamente equivocadas estén.

La adoración a Dios es reemplazada por una fuerte lealtad a líderes políticos que no pueden hacer nada malo. La religión puede servir como un importante correctivo a dicha exageración.

Nuestra adoración a Dios como totalmente otro también nos mantiene humildes, porque nos recuerda que solamente Dios es perfecto. Muchos en la arena política hablan como si tuvieran todas las respuestas y sus puntos de vista no pueden ser cuestionados.

En su esencia, la religión nos llama a la conversión; y también al perdón. Esto también nos recuerda de nuestra imperfección, pero no es un recordatorio desesperanzador, porque siempre tenemos la posibilidad de la redención.

La religión proporciona un espacio para lidiar con nuestras dudas. Las Escrituras y la historia de los santos están llenas de historias de gente de fe que tenía dudas. Con mucha frecuencia las personas que no permiten la duda en sus vidas, como si la duda fuera una señal de debilidad, rígidamente se aferran a los puntos de vista solo porque serían sacudidos si admitieran la duda. La religión nos permite ser humanos, y los humanos están llenos de dudas.

La religión también nos une en comunidad, aliviando algunos de nuestros temores más profundos, como el temor de que estemos solos. Es en la vida comunitaria donde las cargas se comparten, se celebran los momentos importantes, experimentamos el consuelo de depender unos de otros y aprendemos más sobre nosotros mismos.

El novelista irlandés James Joyce famosamente escribió que católico significa “aquí vienen todos”. Hoy en día, las parroquias de Chicago celebran la misa en no menos de 25 idiomas. Nuestra diversidad como comunidad de fe refleja el perfil de nuestra nación de inmigrantes y nos proporciona una experiencia de un nuevo tipo de unidad que valora, en vez de temer, las diferencias que cada uno de nosotros trae a la vida comunitaria.

En una palabra, la religión que practica una comunidad marcada por la diversidad sirve como fermento en la sociedad, permitiendo que lo mejor de cada persona sea apreciado por todos.

De Tocqueville se preocupaba de que si no adorábamos a Dios, podríamos sentirnos tentados a adorar a los poderes de este mundo. Careceríamos de la humildad para lidiar constructivamente con nuestra fragilidad humana y negociar nuestras dudas. Cederíamos a los impulsos individualistas y al miedo, en vez de valorar las diferencias de un país que siempre ha estado orgulloso de dar la bienvenida a los recién llegados.

A medida que superamos la pandemia y nuestras iglesias vuelven a abrir, puede que valga la pena tener discusiones con nuestras familias sobre la necesidad de regresar a la práctica religiosa regular —sí, para nuestro propio bienestar espiritual— pero también por el bien de nuestro país. Necesitamos alentar a los jóvenes a involucrarse en la democracia, pero también en nuestras comunidades de fe que sirven como escuelas para aprender cómo vivir juntos y apreciar nuestras diferencias.

Cierro con esta cita de De Tocqueville, que vale la pena considerar al abordar esta discusión con los jóvenes: “No fue hasta que fui a las iglesias de América y escuché sus púlpitos arder con justicia que comprendí el secreto de su genio y poder. América es grandiosa porque América es buena, y si América alguna vez deja de ser buena, América dejará de ser grandiosa”.

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