Cardenal Blase J. Cupich

La comunidad: antídoto contra el virus

jueves, febrero 11, 2021

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El 30 de enero, el papa Francisco habló sobre el aislamiento y la sensación de soledad causados por la pandemia de COVID-19. Observó que el virus se ha “cavado en el tejido vivo de nuestra existencia, alimentando temores, sospechas, desconfianza e incertidumbre”. Cuán cierto es.

Hemos sido testigos de cómo esas profundas respuestas viscerales han invadido nuestra vida política, creando malestar y violencia. Las ventas de armas se han disparado en Illinois desde marzo, ya que las solicitudes de transferencia de armas en 2020 aumentaron un 44%, según la Policía Estatal de Illinois. De hecho, la pandemia ha generado virus adicionales de división, miedo e incluso pánico.

Sin embargo, insta el Papa, debemos aprender la lección que este momento de crisis nos ha enseñado: “La única forma de salir mejor de una crisis es salir juntos de una crisis, volviendo a abrazar con más convicción a la comunidad en la que vivimos”.

Lo que hace que los comentarios del papa Francisco sean aún más notables es que se produjeron con motivo de su discurso a los miembros de la Oficina Nacional de Catequesis de la Conferencia Episcopal Italiana, que celebra su 60 aniversario. Aprovechó este momento para insistir en que la necesidad de colocar a la comunidad en el centro de todo lo que hacemos tiene mucho que decir sobre cómo debemos continuar como Iglesia, especialmente a medida que transmitimos sus enseñanzas.

“Este no es el momento de estrategias elitistas… La gran comunidad”, continuó el Papa, es “el santo pueblo fiel de Dios. No podemos seguir fuera del santo pueblo fiel de Dios, que, como dice el Concilio [Vaticano II], es infalible en la fe”. El elitismo “los aleja del pueblo de Dios, quizás con fórmulas sofisticadas, pero uno pierde esa membresía de la Iglesia que es el santo pueblo fiel de Dios”, dijo el Papa.

El mensaje es claro. Todos debemos escucharnos unos a otros en la Iglesia, y ninguna persona o grupo puede afirmar tener todas las respuestas. La tarea que tenemos ante nosotros es allanar el camino en la Iglesia para que todos participen. Este no es un momento para descartar a aquellos que no están de acuerdo o que aún no han llegado a una comprensión y aceptación completas de lo que enseña la Iglesia. Más bien, este es un momento para cultivar una ética de escucha genuina, de participación amplia en la vida de la Iglesia, como un camino hacia una comunidad de fe más unificada y como un medio para escapar del aislamiento de varios tipos.

Como observó el Santo Padre, este es “el momento de ser artesanos de comunidades abiertas” y “misioneros” de “comunidades que miran a los ojos a los jóvenes desilusionados, que acogen a los extraños y dan esperanza a los desconfiados. … Es el tiempo de la comunidad que, como el Buen Samaritano, sabe estar cerca de los heridos de la vida, para vendar sus heridas con compasión”.

Sus palabras recuerdan la homilía del papa Pablo VI, pronunciada con motivo de la ordenación sacerdotal de mis compañeros en la Plaza San Pedro el 29 de enero de 1975. Instó a los cientos de sacerdotes que ordenó ese día: “¡Sepan acoger como invitación el mismo reproche que quizás, a menudo injustamente, el mundo lanza contra el mensajero del Evangelio! ¡Sepan escuchar el llanto de los pobres, la voz cándida del niño, el llanto pensativo de la juventud, el lamento del trabajador cansado, el suspiro del que sufre y la crítica del pensador! ¡Nunca tengan miedo! ‘¡Nolite timere!’, repitió el Señor. El Señor está con ustedes”.

El papa Francisco continúa este mismo mensaje en nuestros días al poner la palabra “sinodalidad” en el centro de su servicio como pontífice. La sinodalidad, más que un proceso de toma de decisiones describe la naturaleza de la Iglesia.

Para que la Iglesia sea fiel a su naturaleza, deben crearse circunstancias que permitan a todos sus miembros asumir la corresponsabilidad compartiendo sus talentos en un vínculo de comunión y respeto mutuos. O, como señaló el Santo Padre en su discurso de celebración del 50 aniversario del Sínodo de los Obispos (17 de octubre de 2015), “el sensus fidei impide separar rígidamente entre Ecclesia docens y Ecclesia dicens, ya que también la grey tiene su ‘olfato’ para encontrar nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia”.

Eso incluye a jóvenes, mujeres y hombres, críticos, quienes sufren injusticias y viven al margen de la sociedad. Este es un momento de tender puentes para que la vida comunitaria pueda florecer, incluso si todavía hay tensiones sin resolver y diferentes puntos de vista, porque es en este espacio donde a menudo se da la gracia de Dios. Todos deben estar incluidos en trazar un camino a seguir, en lugar de seleccionar quién queda y quién es expulsado.

El Papa tiene razón. La pandemia nos ha dejado aislados, temerosos y desconfiados unos de otros. Este virus ha cavado profundamente “en el tejido vivo de nuestra existencia”, como señaló. Razón de más para que nosotros, como Iglesia, estemos atentos para que esta infección no invada la vida de la Iglesia dejándonos sospechosos o desconfiados unos de otros. El único antídoto para este virus de división es uno por el que Jesús mismo oró la noche antes de morir: “para que sean uno”. Es la comunidad, nuestra vida compartida en común, lo que debe ser el valor central que perseguimos y promovemos.

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