Cardenal Blase J. Cupich

Nombrar a Dios: ¿Atlas o Adviento?

jueves, diciembre 10, 2020

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Hace algunos años, cuando era pastor de una parroquia en una ciudad grande, estaba cenando con algunos feligreses. En un momento, uno de los miembros de la familia dijo que, a final de cuentas, todas las religiones son lo mismo. “Todas comparten el mismo propósito y meta: ayudar a las personas a venir a Dios”, dijo. “Sí”, respondí, “puede haber algo de verdad en eso, pero la cristiandad en realidad le da vuelta a eso, porque en la esencia de nuestra creencia no es tanto que venimos a Dios, sino que Dios viene a nosotros”.

Y así, no es de extrañar que los cristianos comiencen el nuevo año de nuestro ciclo de adoración con una temporada llamada Adviento, celebrando la venida de Dios. De hecho, el título más viejo para Jesús en la liturgia de la iglesia es “El que viene” o “El que ha de venir”. Jesús revela a Dios como el que toma la iniciativa, que rompe la barrera entre el tiempo y la eternidad, el mundo creado y divino. Este es el eje que mantiene unida a toda la fe cristiana.

Necesitamos al Adviento para recordarnos por qué hacemos lo que hacemos como cristianos. La Eucaristía no es una celebración de lo que hacemos por Dios, sino de lo que Dios está haciendo por nosotros, viniendo otra vez a nuestras vidas como el pueblo de Dios, alimentándonos para emprender la travesía del discipulado juntos con nueva energía y compromiso.

Nuestro acercamiento a los necesitados es motivado no por la simpatía o la culpa, sino por el deseo de encontrarnos con el Dios que ha decidido estar plenamente presente en la vida humana con todas sus limitaciones. Lo que nos mueve a estar cerca de quienes sufren por un deseo de testificar a Emmanuel, Dios con nosotros. Y seguimos adelante frente a enormes desafíos, reveses y dificultades, no por la obstinada determinación de evitar la derrota, sino por la determinación de que nada puede separarnos del amor de Dios, ni siquiera la muerta misma.

El Adviento nos recuerda quiénes somos y por qué hacemos lo que hacemos. Derriba el mito de que estamos solos cuando se trata de estar seguros y a salvo, de que todo depende de nosotros.

En esta época del año me recuerdo cómo esta visión contrastante de la vida está en completa exhibición en la zona de Midtown Manhattan. Elevándose sobre la plaza en el Centro Rockefeller está la estatua de bronce de Atlas, con sus 45-pies y sus seis toneladas y media. Él lleva el mundo sobre sus hombros bajo una gran presión. Mientras las piernas se le doblan, logra sostener el globo, celebrando así el indomable espíritu de la industria y el dominio humanos, como el salvador de la humanidad.

Sin embargo, justo al otro lado de la calle, en la Catedral de San Patricio, otra estatua representa a otro que está sosteniendo y salvando al mundo. Es el Niño Jesús, acunado en los brazos de su madre. Sin esfuerzo y serenamente agarra la esfera del mundo en su pequeña mano.

El contraste entre estas dos visiones opuestas de la vida humana y la salvación no podía ser más fuerte. La pregunta es, ¿qué nos inspira y qué da forma a nuestras vidas? ¿Es la imagen de la humanidad salvándose a sí misma al organizar la vida en torno a la búsqueda de la productividad humana y el éxito material? ¿O nos quedamos maravillados y asombrados, siempre vigilantes y atentos a la manera en que, una y otra vez, Dios viene a salvarnos a todos, un Dios, como lo espiritual nos recuerda, que tiene al mundo entero en sus manos?

¿Cuál de estas dos escenas nos inspira, nos da esperanza y en cuál creemos? O para decirlo de otra manera, ¿qué nombre le damos a Dios: Atlas o Adviento?

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