Cardenal Blase J. Cupich

La libertad de ser enviado

martes, noviembre 24, 2020

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El viernes, 13 de noviembre la comunidad católica en el área de Chicago se reunió para ordenar a los padres Kevin Birmingham, Jeffrey Grob y Robert Lombardo, CFR, como nuestros obispos auxiliares más recientes. Ya que esta ceremonia se llevó a cabo en la fiesta de Santa Francisca Javier Cabrini, aproveché la oportunidad para llamar la atención hacia algunos valores esenciales y virtudes encontrados en la Palabra de Dios, proclamada para ese día, que moldearon su vida, y deben moldear todas las vidas cristianas, y especialmente aquellas de los líderes eclesiásticos.

En el Evangelio, Jesús ruega que sus discípulos no sean sacados del mundo sino que sean preservados de ser del mundo. La Madre Cabrini aprendió a vivir en la tensión entre estas dos realidades.  En el momento de su muerte, había fundado 67 instituciones alrededor del mundo que cuidaban de los que estaban enfermos, sin educación, pobres y privados de derechos.

En el día de su canonización, el cardenal Stritch llamó a la Madre Cabrini la santa patrona de Chicago. “Ella nos amó”, observó. “Ella viajaba en nuestros tranvías. Fue a pedir por nuestras calles. Atravesó callejones en busca de niños pequeños con hambre que no tenían vivienda ni amigos. El mismo día que falleció, había estado envolviendo dulces para regalos de Navidad a niños pobres”.

Sin embargo, por mucho que estos logros y ocupaciones terrenales sean parte de su legado, ella entendió que el trabajo que estaba haciendo tenía que ser el propio de Dios. Ella siempre recordaba a los miembros de su comunidad: “Es orando fervientemente que se da a nuestro trabajo vitalidad, acción y mérito”. Su meta principal no eran edificios y programas. Estos eran importantes solamente si ayudaban a lograr la salvación de la humanidad, que ella señalaba “no depende del éxito material, sino de Jesús solamente”.

La Madre Cabrini reflejó en su vida lo que escuchamos en las lecturas del 13 de noviembre acerca de ser enviado. Jesús resume su vida al hacer suyas las palabras de Isaías: “Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos”.

Es así también como sus discípulos deben entender sus vidas. La Madre Cabrini ciertamente lo hizo. Ella poseía la libertad de ser enviada. Aunque tenía su corazón puesto en las misiones en China, cuando el papa León XIII le dijo que en cambio fuera al Nuevo Mundo a cuidar de los inmigrantes, ella confió en que ser enviada por el sucesor de Pedro era la voluntad de Dios.

Se cuenta la historia de que el arzobispo Corrigan la invitó a la Arquidiócesis de Nueva York, pero que cuando llegó, le dijo que ya no la necesitaba y que debería regresar a Italia. Ella supuestamente le dijo “Sí, arzobispo, usted me invitó, pero el papa me envío, así que me quedo”.

Hay una gran libertad que viene de ser enviado. Nos libera de la trampa de buscar la aprobación de otros que miden el éxito con un estándar diferente. La Madre Cabrini ciertamente fue una mujer fuerte. Pero su determinación y tenacidad fueron apoyadas por una convicción inquebrantable y la libertad interna de saber que ella fue enviada, que Jesús quería que tuviera éxito.

Finalmente, la Madre Cabrini tenía una confianza permanente en la divina providencia, que significaba que ella siempre tenía presente la imagen general del plan de Dios. La gente con frecuencia le preguntaba en dónde encontró su dinero para fundar instituciones.  “Gastamos millones”, respondió “pero no tenemos un centavo. Sacamos del Banco de la Providencia. Sus fondos son inagotables”.

En la segunda lectura para el 13 de noviembre, San Pablo le dice a Timoteo que nuestro destino ha sido diseñado antes de que comenzara el tiempo, un destino a vivir la vida del Dios santo y eterno y que nada frustrará el plan de Dios. Esa es la imagen general que todos los discípulos, especialmente aquellos que sirven como obispos, siempre deben tener presente.

En resumen, insté a los nuevos obispos a mirar la vida de esta buena discípula, Francisca Javier Cabrini, para inspirarlos y caminar las calles de Chicago y sus inmediaciones para cuidar del pueblo santo de Dios como lo hizo ella.

Sí, su ordenación se trata de servir como un sucesor de los apóstoles, pero todos nosotros los obispos debemos recordar que la iglesia nos llamó a este ministerio porque hemos sido encontrados dignos en el llamado de Cristo a vivir como sus discípulos.

La Madre Cabrini tiene mucho que enseñar a todos nosotros sobre el ser discípulos: vivir en la tensión de permanecer en el mundo, pero no ser del mundo; cultivar la libertad interna que viene de ser enviado; sin la carga de tener éxito por nuestra propia cuenta o hacer que el éxito o el fracaso en el ministerio sea la medida de nuestro propio valor ante los ojos de Dios.

Y finalmente, todos debemos aprender de ella a confiar en la providencia de Dios, sabiendo que la gracia otorgada a estos nuevos sucesores de los apóstoles mediante la imposición de manos nos fue dado antes de que comenzara el tiempo.

Que Santa Francisca Javier Cabrini, nuestra patrona, continúe inspirándonos y rogando por nosotros.

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