Cardenal Blase J. Cupich

El conflicto que debemos enfrentar

miércoles, octubre 28, 2020

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A medida que avanzamos hacia el final del año de la iglesia con la fiesta de Cristo Rey, las lecturas del domingo del Evangelio de Mateo han presentado el creciente conflicto entre Jesús y líderes cívicos y religiosos. Su desafío a la forma que ellos tienen de pensar la justicia, el pecado e incluso la manera en que Dios obra en el mundo, los impulsa primero a intentar atraparlo, pero cuando eso falla, conspiran para deshacerse de él.

En una escena en particular, el asunto de pagar el impuesto del censo lleva al extremo lo separados que están los líderes de Jesús. Su plan es atraparlo. Si Jesús afirma que el impuesto debe ser pagado, las personas se enojarán y se volverán contra él.  Si él dice que pagar el impuesto no es lícito, entonces se arriesgará al castigo de César. Después de pedir la moneda necesaria para el impuesto, él pregunta de quién es la cabeza y la inscripción en ella. “De César”, responden.  “Den al César lo que es del César”, dijo, añadiendo, “y a Dios, lo que es de Dios”.

Su respuesta expone la estrechez del pensamiento de ellos. Ellos están obsesionados con la moneda, al punto que el dinero y su posesión es su única y absoluta preocupación. Jesús les recuerda que, en el reino de Dios, hay otra moneda del reino, concretamente los seres humanos, que llevan la imagen y semejanza de Dios, y llevan la escritura de Dios en sus corazones. La dignidad humana y el florecimiento de cada ser humano son los valores que deben buscarse y promoverse.

Todos nosotros podemos llegar a ser estrechos en nuestro pensamiento de lo que realmente importa y obsesionarnos con la ganancia monetaria, haciendo de nuestras propias finanzas el valor absoluto a perseguir, al punto de pasar por alto el plan de Dios de que los recursos del mundo son para toda la humanidad, de tal manera que se dé a cada persona la oportunidad de florecer y desarrollarse.

Tal fijación puede cegarnos a las necesidades de otros, dejándonos más preocupados de las imágenes en nuestras monedas en vez de aquellas grabadas a la imagen y semejanza de Dios. De hecho, podemos comenzar a pensar que el estatus financiero es lo que define la importancia, valor y dignidad humana, así que los que tienen menos, son por lo tanto menos valiosos. Cuando eso sucede, pronto nos encontramos del lado de aquellos que están en conflicto con la manera en que piensa Dios.

En su encíclica más reciente, “Fratelli Tutti”, el papa Francisco nos urge a pensar como lo hace Dios; de hecho, como Dios ha pensado desde que creó el mundo. Desde el principio, Dios encomendó la creación a la humanidad, no como dueños, sino como administradores que cuidan el jardín de tal manera que cada ser humano pueda florecer mientras se benefician igualmente de sus productos.

Algunas voces hoy en día descartan esta manera de pensar como “socialismo”. Ese tipo de etiquetas distraen del hecho de que lo que el Santo Padre nos ofrece es tan antiguo como la narrativa de la creación encontrada en el Libro de Génesis. No debemos perder de vista que el pecado “original” de nuestros primeros padres, repetido por su primer hijo, Caín, implicó tratar los productos de la creación como una posesión para medir su propio poder, valor e importancia.

Este pecado original todavía persiste en el corazón humano y Jesús vino al mundo, precisamente para liberarnos de él. Su desafío a la forma de pensar del mundo está en el corazón del conflicto que vemos en el texto del Evangelio durante estas semanas. Es un conflicto no solamente con aquellos en su tiempo, sino en todos los tiempos, porque el mundo rechaza y ha rechazado desde el inicio la manera en que Dios piensa acerca del uso adecuado de los bienes de la tierra.

Este conflicto reside en los corazones de cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros debe enfrentarlo si vamos una vez más a elegir al reino de Dios, donde Cristo es rey. Mientras avanzamos hacia esa gran fiesta de Cristo Rey, que nuestra respuesta sea en las palabras de nuestras hermanas y hermanos latinos: ¡Viva Cristo Rey!

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