Cardenal Blase J. Cupich

En oración por nuestros prójimos

miércoles, septiembre 23, 2020

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El 3 de septiembre, acompañé a familias y seres queridos de personas que han fallecido de COVID-19, junto con el gobernador J.B. Pritzker y otros líderes religiosos, para un servicio conmemorativo en la Capilla Rockefeller Memorial en el campus de la Universidad de Chicago. Comparto aquí con ustedes mis declaraciones:

Hermanos y hermanas, Estados Unidos está sufriendo. Estamos sufriendo por la devastadora pérdida de vida y el dolor incalculable causado por el coronavirus. Estamos sufriendo por las dificultades económicas que el virus y los esfuerzos por controlarlo han desatado. Y estamos sufriendo del dolor de desigualdades e injusticias de larga data, que han sido intensificadas mientras este virus impacta desproporcionadamente a nuestras comunidades negras y morenas.

Es difícil imaginar un camino hacia adelante, pero en tales momentos, las personas de fe se vuelcan a sus textos sagrados y tradiciones, y oran. Y debemos orar, pero también debemos actuar.

Personalmente, en momentos en que el camino por delante parece ser incierto y hay necesidad de una sabiduría que este mundo no puede proveer, recurro a las parábolas de Jesús. Las Parábolas son historias designadas para liberarnos de nuestras suposiciones cómodas, cambiar nuestras convicciones de larga data y abrir un camino nuevo para considerar cómo deberíamos vivir nuestras vidas juntos.

La Parábola del Buen Samaritano viene a la mente en este momento. Un doctor de la ley pregunta a Jesús, “¿Y quién es mi prójimo?” En respuesta, él cuenta la historia de un viajero camino de Jerusalén a Jericó que fue atacado por ladrones. Lo despojaron de su ropa, lo golpearon y lanzaron a una cuneta, dejándolo por muerto.

Un sacerdote baja por el mismo camino y pasa por el otro lado cuando lo ve. También un levita evita cualquier contacto con el hombre herido y se mueve al otro lado del camino y lo pasa de largo.

Pero un samaritano, a quien la audiencia de Jesús consideraba en el mejor de los casos un extraño y en el peor un enemigo, viene y al ver al hombre tirado en la cuneta, se apiada de él, vierte aceite y vino y venda sus heridas. Monta al hombre en su propio burro, lo trae a una posada y cuida de él en la noche.

Al día siguiente, sacando dos monedas, el samaritano dice al posadero, “Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver”. Noten que el samaritano toma una serie de decisiones, que solo dirigen la atención hacia las decisiones que tomaron el sacerdote y el levita.

Y entonces Jesús pregunta al doctor de la ley: “¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”. Él responde, “El que tuvo compasión de él”. Jesús le dice, “Ve, y procede tú de la misma manera”.

Esta parábola revela lo fácil que aceptamos como normal una ceguera a los sufrimientos de otros que es intencional. Hace falta un forastero, un samaritano, para desafiar lo que consideramos normal. Jesús llama a su audiencia, de hecho, diciendo: “Tu prójimo es la persona que sufre frente de ti que eliges no ver”.

El camino por delante para cada uno de nosotros es cambiar lo que tantos consideran que es lo normal aceptable, rechazar una ceguera intencional a los sufrimientos de otros y tomar una decisión consciente de abrir nuestros ojos y convertirnos en parte de la solución en vez de permanecer como parte del problema.

A muchos de nuestros hermanos y hermanas se les ha dejado sufriendo en la cuneta por el virus, por una economía que no funciona para ellos, por un sistema de cuidado de la salud que los excluye y por la desigualdad racial que les roba dignidad. No los pasemos de largo, sino que asumamos la tarea de sanar y cuidar de ellos, quedándonos a su lado, de tal manera que puedan conocer el alivio de nuestra presencia en su dolor, nuestra participación en su sanación.

Y mientras nos reunimos para orar por aquellos que han fallecido por las diferentes plagas que nos afligen, un virus mortal, racismo o violencia, honremos aquellos que lloramos al hacer un compromiso de nunca dejar a nadie por muerto en la cuneta, sino a ser prójimo para aquellos que sufren, porque ellos son nuestros prójimos.

Con esta esperanza, puedo orar:

Dales, Señor, el descanso eterno,

Brille para ellos la luz perpetua.

Descansen en paz.

Amén.

Que sus almas y las almas de todos los fieles difuntos

Por la misericordia de Dios, descansen en paz.

Amén.

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