Blase J. Cupich

Una visión compartida de la responsabilidad para la Iglesia

viernes, julio 24, 2020

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Poco después del evento de Pentecostés, Lucas ofrece un corto pero poderoso resumen de la vida de la iglesia primitiva. Los discípulos de Jesús «se reunían frecuentemente para escuchar la enseñanza de los apóstoles, y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hechos 2:42). Estas cuatro actividades —la proclamación de la Buena Nueva, el culto a Dios, la comunión en la comunidad de la iglesia y las obras de servicio en el nombre de Cristo— distinguían la vida de la iglesia primitiva. Los miembros de la comunidad compartían una visión común: la responsabilidad de la iglesia pertenecía a cada uno de ellos.

Sin embargo, la descripción de Lucas de la vida cristiana en Jerusalén no es sólo una instantánea de cómo la iglesia apareció en un momento dado, es un proyecto de lo que significa ser la Iglesia como el cuerpo de Cristo en todas las edades. De hecho, es un mapa de ruta para que la Iglesia navegue los cambios que vienen con cada nueva era.

Estamos viviendo en una época de importancia crítica para la vida de nuestra Iglesia y la sociedad y necesitamos esa hoja de ruta en nuestros días. Los desafíos que enfrentamos son considerables, y los recursos materiales con los que contamos para hacer frente a esos desafíos han disminuido a lo largo de los años.

Esto es lo que nos llevó a iniciar el proceso de Renueva mi Iglesia hace más de cinco años. No debe considerarse como «una reestructuración corporativa» de la Iglesia, sino más bien como nuestro momento para asumir la misión de Cristo con nueva energía, apelando a la sabiduría y la guía del Espíritu Santo que «renueva la faz de la tierra» (Salmo 104:30).

Estos primeros cinco años de Renueva mi Iglesia han estado llenos de gracia. Hemos aprendido mucho, lo que nos ha llevado a identificar tres requisitos básicos, o imperativos para que la renovación de nuestra misión sea auténtica y vivificante para la próxima generación.

La primera misión imperativa es hacer discípulos. Esto no es un complemento opcional para nuestra vida como católicos. Desde el día en que Cristo envió a sus seguidores a ir al mundo, hacer discípulos de todas las naciones (cf. Mateo 28:19) ha definido quiénes somos como cristianos. El papa Francisco nos recuerda que «en virtud de su bautismo, todos los miembros del pueblo de Dios se han convertido en discípulos misioneros» (Evangelii Gaudium, 120).

Por lo tanto, no puede haber un discípulo de Cristo que sea pasivo o a tiempo parcial: «Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús», como explica el papa Francisco, y nuestro encuentro con Cristo en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, nos llama a «ir» e invitar a otros a compartir la gracia de Cristo. De hecho, la palabra «Misa» viene de las palabras finales que nos envían o nos despiden de la Eucaristía para ir hacia el mundo.

Aunque la llamada a ser discípulo nos toca a cada uno personalmente, no lo hacemos solos. Así que nuestra segunda misión imperativa es construir comunidades, es decir, fomentar parroquias sanas y vibrantes donde los discípulos misioneros se inicien, se alimenten, sean desafiados y se sostengan mientras crecen juntos como miembros del cuerpo de Cristo y estén preparados para servir a la misión de la iglesia.

Por último, las comunidades que construimos no son enclaves sociales aislados, en los que los miembros se preocupan sólo de sí mismos. El Concilio Vaticano II fue claro en cuanto a que la tarea propia de un cristiano es trabajar con todos en la construcción de un mundo más humano (cf. Gaudium et Spes 55). Esto significa que ni nuestra vida espiritual ni la religión pueden ser entendidas sin un compromiso social. Tampoco se puede entender la salvación sin la necesidad de transformar la historia. Están vinculados. Nuestra tercera misión imperativa, entonces, es inspirar el testimonio, es decir, encender en nuestro pueblo un profundo amor por los demás que «nos apremia» (2 Cor 5:14) a tener un corazón por los perdidos. En palabras del papa Francisco, cada parroquia debería verse a sí misma como un «hospital de campaña».

Al asumir estos tres imperativos de la misión, necesitamos definir las estructuras que nos permitirán cumplir nuestra misión en los años venideros. Ese es el discernimiento que estamos llevando a cabo en Renueva mi Iglesia. Es un discernimiento que requiere el compromiso de todos nosotros.

Los invito a ser parte activa y vital de esta renovación rezando por su éxito, y participando en el proceso de renovación de su vida de fe personal y de su parroquia. Este es nuestro momento para abrazar la visión común de nuestros antepasados en la fe: la responsabilidad de la Iglesia pertenece a cada uno de nosotros.

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