Cardenal Blase J. Cupich

En sus heridas somos sanados

miércoles, mayo 27, 2020

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Mientras rezo durante el Tiempo de Pascua con los Evangelios que relatan las apariciones del Señor resucitado, dos cosas me vienen a la mente. Primero, ninguna de las apariciones son espectáculos públicos para que Jesús se deleite en su victoria sobre aquellos que lo mataron. Él no se muestra a sí mismo a Pilato, Herodes o los sumos sacerdotes para regodearse en su victoria.

En cambio, Jesús aparece solamente a aquellos más cercanos a él y al hacerlo transforma sus vidas. Esto nos dice que la Resurrección es más que el triunfo personal de Jesús, es más que la nueva vida que le fue dada. Se trata también de los discípulos y la transformación y la vida nueva que tiene lugar en ellos.

Segundo, Jesús hace algo único cuando aparece a los discípulos como comunidad. Cuando los encuentra encogidos de miedo detrás de puertas cerradas, simplemente los saluda al decir “¡La paz esté con ustedes!”. Jesús luego les muestra que las llagas en sus manos y costado todavía están presentes, incluso en su cuerpo glorificado. De hecho, Tomás, el discípulo con dudas se acerca a él para poder colocar sus manos en las heridas del salvador. 

El mensaje es claro. En cada época, la misión de la iglesia, de aquellos que se llaman a sí mismos discípulos, es tocar las heridas de la humanidad que sufre. Y, en momentos de gran desafío, como el nuestro, los seguidores de Jesús sobrepasarán la tentación de encogerse de miedo, al asumir con un vigor nuevo la misión de cuidar las heridas dentro del alcance de sus manos. Es en la sanación de las heridas de la humanidad que las suyas son sanadas.

Como lo mencioné en mi última columna, las pérdidas que estamos experimentando durante esta pandemia pueden dejarnos temerosos del futuro y divididos el uno del otro. Cada vez más, mientras los días de nuestro confinamiento se alargan, la gente compresiblemente se está volviendo más ansiosa en lo que respecta a su bienestar, más insegura acerca de sus trabajos y medios de subsistencia e inquieta sobre los efectos que este momento está teniendo sobre sus hijos. Los miedos pueden paralizarnos y dividirnos.

Pero este es precisamente el momento de encontrar la sanación de nuestras propias heridas tocando las heridas de otros a nuestro alcance. El papa Francisco nos insta a “encontrar [las llagas de Cristo] haciendo obras de misericordia, al dar al cuerpo… de los hermanos heridos, porque tienen hambre, sed, desnudos, humillados, esclavizados, encarcelados, en el hospital. Esas son las llagas de Jesús hoy». (Meditación diaria, 3 de julio de 2013).

Esto es lo que significa poner nuestra fe en el Señor resucitado, ser una comunidad de creyentes que, ante los desafíos, rechaza el miedo paralizante que puede separarnos, y valientemente asume la misión que Cristo nos ha dado: traer paz y sanación a las heridas de la humanidad.

Todo lo que nosotros necesitamos es fe en que el Señor resucitado está activo en este momento, renovándonos para asumir su misión con un vigor fresco. Es una fe que puede abrir nuestros ojos para ser más conscientes de los confinados en sus casas, los enfermos, las personas sin hogar y los encarcelados, mientras nosotros mismos estamos aislados.

Es una fe que puede movernos en estos días de separación de nuestros seres queridos a volvernos más conscientes de que somos miembros de una familia humana interconectada, y que la salud de cada persona alrededor de nosotros es vital para nuestra salud como sociedad. Es una fe que nos inspira a apreciar la generosidad de tantos que trabajan cada día para nosotros, incluyendo nuestros pastores, a medida que encuentran maneras creativas para traernos consuelo y alivio para enfrentar la pérdida de la vida parroquial y los sacramentos que nos nutren.

A medida que se desarrollan los desafíos personales y sociales de esta crisis, nuestras parroquias estarán en las líneas del frente para tocar “las llagas de Jesús hoy”. Este no es un momento para desanimarse o ceder a la tentación de encerrarnos en nuestros miedos. Este es Tiempo de Pascua, cuando el Señor rompe nuestros temores con su paz y una invitación a ser sanados en nuestra pérdida al tocar las heridas del mundo a nuestro alcance.

 

La paz esté con ustedes.

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