Cardenal Blase J. Cupich

Reclamando nuestra humanidad común

domingo, marzo 29, 2020

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El 13 de marzo, con base en los lineamientos de los departamentos de salud local, anuncié que hasta nuevo aviso todos los servicios litúrgicos en nuestras parroquias serían suspendidos después del sábado 14 de marzo en la noche y que todas las escuelas operadas por la Arquidiócesis de Chicago cerrarían a partir del 16 de marzo. Estas no son decisiones que haya tomado a la ligera.

La Eucaristía es la fuente y cumbre de nuestra vida como católicos. Y nuestras escuelas y agencias proveen servicios esenciales a muchos miles a lo largo de los condados de Cook y Lake. Pero, en consulta con líderes a lo largo de la arquidiócesis, y por el bien de la seguridad de nuestros estudiantes, feligreses y todas las mujeres y hombres que los sirven, está claro que debemos ejercer la mayor precaución. La manera en que actuemos ahora tendrá un impacto en el curso de esta pandemia y dice mucho sobre el tipo de sociedad en la cual queremos vivir.

Este es, comprensiblemente, un momento de gran preocupación e incluso ansiedad. Este virus nos recuerda de nuestra vulnerabilidad como seres mortales. Nuestra inquietud no hace más que aumentar a medida que las restricciones limitan nuestra libertad de movimiento, afectando cada faceta de nuestras vidas.

Mientras los profesionales del cuidado de la salud y los oficiales electos son responsables por regresarnos a un nivel aceptable de seguridad, cada uno de nosotros puede ayudar a otros a contener el contagio de la ansiedad, que puede causar miedo, pánico y sí, división en la familia humana.

A continuación, hay algunas sugerencias. Prestemos atención a lo que cada uno de nosotros está sintiendo. Todos tenemos miedo y podemos incluso sentir pánico. Estamos preocupados por el futuro, ya que parece no haber un final claro a la vista. Estos impulsos son muy reales. Sin embargo, como comprobadas guías espirituales nos han recordado con frecuencia, hay dos tipos de movimientos del corazón humano: aquellos que vienen de Dios, y aquellos que no.

Los impulsos que vienen de Dios despiertan fortaleza, consuelo, generosidad, solidaridad y tranquilidad. Estos sentimientos son familiares para aquellos que vivieron durante la Gran Depresión y lucharon contra tiranías en el siglo pasado. Los utilizamos después del 11 de septiembre.

Pero hay otros impulsos que llevan a la desesperanza, el pánico o la demonización de los otros. Según San Ignacio de Loyola, estos sentimientos no vienen de Dios y, de hecho, nos alejan de Dios y de los demás. Así que, aunque necesitamos ser honestos acerca de los sentimientos que nos están afectando a todos nosotros, tenemos el poder de rechazar esas voces interiores que nos dividen. En cambio, todos debemos trabajar para reclamar nuestra humanidad común y excavar los recursos de nuestra fe.

En términos prácticos, esto significar estar emocionalmente cerca los unos de los otros y reconocer que todos están enfrentando estrés. Este es un momento para ser gentil el uno con el otro, cuidar unos de otros como dice con frecuencia el papa Francisco, “con ternura”. Este es un momento para dejarnos sorprender por las bendiciones que vienen de compartir honestamente nuestros miedos y esperanzas.

Reclamar nuestra humanidad común también debe unirnos como nación. ¿Puede la unidad que encontramos al combatir el nuevo coronavirus ayudarnos a repensar cómo derrotamos otros males como violencia, pobreza, desigualdad y falta de vivienda? Nuestra historia nos ha enseñado los peligros de demonizar a aquellos que tienen una enfermedad. ¿Pero puede este momento también impulsar una examinación nacional de cómo cuidamos —en vez de culpar— a aquellos que se encuentran en los márgenes?

Y este es un momento para encontrar motivación en el ejemplo de Jesús, quien nos enseñó a no temer a los enfermos sino a hacerlos una prioridad.

Podemos abrazar este momento como una oportunidad para crecer en nuestra fe y nuestra humanidad, mientras admitimos nuestra vulnerabilidad común y radical dependencia de Dios. Al hacerlo, descubriremos una nueva profundidad a todo los que nos une como familia humana y como un pueblo de fe que pone su confianza en Dios, quien ha decidido ser “Dios con nosotros”.

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