Cardenal Blase J. Cupich

Paz, una travesía de solidaridad y fraternidad

martes, enero 21, 2020

En el verano de 1995, me uní a unos amigos en un viaje a Alemania, 50 años después del final de la II Guerra Mundial. Un día, mientras visitábamos un pueblito, fuimos atraídos a la plaza central por una banda que estaba tocando “Star Spangled Banner”. Mientras tomábamos cerveza y comíamos salchichas, empezamos a conversar con algunas de las personas de la localidad. En un punto, observé lo mucho que admiraba la resiliencia del pueblo alemán, que reconstruyó una nación, tanto económica como éticamente, en tan solo cinco décadas. De hecho, su diligencia fue evidente no solo mientras asumían el trabajo de reconstrucción de ciudades devastadas por la guerra, sino también a través de sus esfuerzos de reconciliación y reparación con las víctimas del nazismo.

“Sí”, respondió un hombre mayor que había servido en la guerra. “aunque la reconciliación requirió más esfuerzo y determinación que la reconstrucción, ambas solo llegaron con el tiempo”.

“De hecho”, continuó, “esta es la primera vez en nuestra historia que hemos tenido 50 años de paz, la cual nos ha enseñado que en momentos de conflicto necesitamos tiempo y paciencia. La guerra no soluciona nada en el presente, sino que solamente roba el futuro”.

Esa conversación vino a la mente mientras reflexionaba sobre el mensaje del Santo Padre para la Jornada Mundial de la Paz el 1 de enero. Similar a mi interlocutor alemán, el papa Francisco llama la atención a los abrumadores costos a largo plazo de la guerra. “Nuestra comunidad humana”, nos recuerda “lleva, en la memoria y en la carne, los signos de las guerras y de los conflictos que se han producido, con una capacidad destructiva creciente, y que no dejan de afectar especialmente a los más pobres y a los más débiles”.

Nos dice que, el primer paso en el camino hacia la paz es la esperanza. Dado los muchos obstáculos para la paz, tenemos que tener confianza que la meta de la paz “es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. En este sentido, la esperanza es la virtud que nos pone en camino, nos da alas para avanzar, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables”.

Similarmente, la búsqueda de la paz también debe involucrar un compromiso a la solidaridad humana y respeto a otros en su diversidad. “En realidad, toda guerra se revela como un fratricidio que destruye el mismo proyecto de fraternidad, inscrito en la vocación de la familia humana”, escribe el papa. “Sabemos que la guerra a menudo comienza por la intolerancia a la diversidad del otro, lo que fomenta el deseo de posesión y la voluntad de dominio. Nace en el corazón del hombre por el egoísmo y la soberbia, por el odio que instiga a destruir, a encerrar al otro en una imagen negativa, a excluirlo y eliminarlo. La guerra se nutre …del miedo al otro y la diferencia vista como un obstáculo”.

En palabras que parecen muy oportunas en el momento actual, él advierte de “una falsa seguridad sustentada por una mentalidad de miedo y desconfianza, que termina por envenenar las relaciones entre pueblos e impedir todo posible diálogo. Por lo tanto, no podemos pretender que se mantenga la estabilidad en el mundo a través del miedo a la aniquilación, en un equilibrio altamente inestable, suspendido al borde del abismo nuclear y encerrado dentro de los muros de la indiferencia”.

Promover la solidaridad humana y la fraternidad “es una construcción social y una tarea en progreso, en la que cada uno contribuye responsablemente a todos los niveles de la comunidad local, nacional y mundial”. Recordando las palabras de San Pablo VI, requiere un compromiso a “la educación para la vida en sociedad, donde, además de la información sobre los derechos de cada uno, sea recordado su necesario correlativo: el reconocimiento de los deberes de cada uno de cara a los demás” (“Octogesima Adveniens”).

Pero esta tarea social también requiere “una conversión ecológica” porque hay una conexión entre nuestra hostilidad hacia los otros y nuestra falta de respeto por nuestra casa común. La explotación abusiva de los recursos naturales como fuente de ganancia inmediata implica una falta de consideración por las “comunidades locales, por el bien común y por la naturaleza”.

La travesía hacia la paz, entonces, involucra cambiar la manera en la que pensamos de otros, haciéndolos nuestros hermanos y hermanas, pero también cambiando la manera en que pensamos de nuestro mundo, entendiéndolo como el hogar que compartimos con toda la familia humana.

“Este camino de reconciliación es también escucha y contemplación del mundo que Dios nos dio para convertirlo en nuestra casa común. De hecho, los recursos naturales, las numerosas formas de vida y la tierra misma se nos confían para ser ‘cultivadas y preservadas’ (cf. Gn 2,15) también para las generaciones futuras, con la participación responsable y activa de cada uno. Además, necesitamos un cambio en las convicciones y en la mirada”.

El veterano de la tercera edad que conocí en el pequeño pueblo alemán habló con una sabiduría que se necesita ahora más que nunca: “La guerra no soluciona nada en el presente, sino que solamente roba el futuro”. Es la “verdadera sabiduría” de la que escribe el papa Francisco en ‘Laudato Si’ (47), que es “producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas” y que llega del contacto personal y directo “con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal”. Es una sabiduría sellada en nuestras mentes por la brutalidad de la guerra, pero que también valora “la paz, como objeto de nuestra esperanza, es un bien precioso, al que aspira toda la humanidad”.

Guardemos ese regalo y tomemos los pasos necesarios, seguros en el conocimiento de que la paz es una meta, que “es tan grande que justifique el esfuerzo del camino”.

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