Cardenal Blase J. Cupich

Los niños nos sorprenden y desafían

martes, diciembre 10, 2019

Me impresionan las muchas maneras en que los padres se sacrifican por sus hijos, generosos al darles tiempo, talento y tesoro sin dudar. Pero estos días de Adviento nos invitan a reflexionar sobre las muchas maneras en que los niños contribuyen a nuestras vidas, especialmente porque creemos que Dios se nos revela en la cara de un niño.

Los niños tienen el don especial de sorprendernos y desafiarnos, impulsándonos como lo hace Dios, a tomar el siguiente paso en nuestras vidas más allá de nuestra imaginación. Dos experiencias me vienen a la mente.

La primera proviene de los días en que servía como obispo en un pueblo pequeño. Le pedimos a los adolescentes que se preparaban para la confirmación hacer un proyecto de servicio. Uno de los jóvenes varones hizo algo muy asombroso. Sin que nosotros lo supiéramos, él llegó a conocer algunas personas sin hogar que vivían en las calles, muchas de las cuales eran nativo americanas.  

Él notó que las mujeres parecían ser las que más sufrían. Con frecuencia ignoradas, tenían muy baja auto estima. Así que persuadió a algunos salones de belleza en el pueblo para que ofrecieran cambios de imagen a estas mujeres sin vivienda. También logró que tiendas donaran ropa, todo para ayudar a las mujeres a comenzar a reimaginar sus vidas.

Lo que era muy notable es que este joven muchacho, conocido por sus travesuras, era una especie de Ferris Bueller de la clase, pero también era un atleta excepcional. Nadie imaginó que pudiera ser tan sensible de esta manera.

Los jóvenes nos sorprenden, al punto que revelan algo sobre Dios que con frecuencia olvidamos. En este caso, el joven nos recordó que Dios siempre nos contacta, especialmente cuando estamos más necesitamos, que nos levanta cuando estamos decaídos, y que está con nosotros cuando estamos convencidos de que hemos sido olvidados. Yo sospecho que muchos de ustedes han visto esta cualidad en niños que hacen cosas extraordinarias que revelan la cara de un Dios que no nos olvida.

Las personas con frecuencia me dicen que algunos de los mejores amigos que tienen en la vida son los padres de los amigos de sus hijos y que nunca pensarían hacer amistad con estas personas si no fuera por sus hijos. Los niños unen a los adultos, y con frecuencia nos enseñan una forma más profunda de amar, muchas veces desafiándonos cuando limitamos nuestras amistades por raza, religión, etnicidad o incluso en momentos en que cortamos a las personas de nuestras vidas debido a experiencias pasadas que no dejan espacio para el entendimiento o el perdón.

Y entonces, mi segunda historia. El año pasado, un padre me contó una conversación que tuvo con su hijo de 16 años, que quería saber por qué la familia nunca visitaba a los abuelos paternos. El padre lo puso de lado, pero después que el hijo insistió en hablar de ello, el padre le explicó que él y sus padres no estaban en buenos términos.

“A mis padres no parece importarles mucho la manera en que vivo mi vida”, le dijo a su hijo. “Aquí estoy yo, con éxito en mi trabajo, bien educado, proveo para la familia, soy respetado por mis compañeros y todo lo que recibo de mis padres son críticas acerca del auto que manejo, la casa que tenemos, la manera en que los estoy criando, e incluso al punto que mi madre me regaña por no usar un sombrero en el invierno. Ellos me tratan como un niño”, dijo con irritación.

El muchacho simplemente miró a su papá y dijo: “¿Entonces por qué estás actuando como uno?” Sospecho que ese hijo tenía guardada esa línea por algún tiempo, esperando el momento correcto para decir algo que había escuchado de sus padres una y otra vez.

El padre decidió llevar a la familia con los abuelos la Navidad siguiente. Al entrar, la abuela tenía una gran sonrisa. “Oh”, dijo ella a su hijo, “estás usando un sombrero”. A medida que se lo quitaba, él podía escuchar a su padre decir en el fondo, “Si, pero necesita un corte de cabello”. El hijo adolescente miró a su padre y dijo “¿no es grandioso ser un niño otra vez?”.

Ese día, el padre aprendió otra manera de amar de su hijo, a perdonar, a considerar las cosas que realmente importan, y a dejar pasar las que no. Ustedes sin duda reconocen en sus hijos esa misma cualidad de unir a las personas, recordándonos las cosas que importan, desafiándonos a amar de una manera que valora a las personas y a las cosas que realmente importan.

Hemos entrado en la temporada de Adviento, un momento para reflexionar sobre la manera en que el niño en medio de nosotros nos impulsa y desafía a tomar el siguiente paso en la travesía de nuestras vidas, para convertirnos en la persona que Dios nos creó para ser. Con frecuencia encontramos nuestras vidas cargadas de reveses, preocupaciones, tragedias y nuestras propias maneras tontas.

Estos días nos ofrecen una nueva oportunidad de reflexionar sobre la gran contribución que nuestros niños hacen a nuestras vidas, especialmente en la manera en que ellos revelan la cara misma de Dios, el que siempre está listo para sorprendernos cuandoquiera que pensemos que hemos sido olvidados, el que nos desafía a amar más profundamente a las personas que ha puesto en nuestro camino, permitiéndoles enriquecer nuestras vidas más allá de nuestra imaginación.

Los invito a reflexionar sobre el don de los niños que están entre ustedes, y a ver las muchas maneras en que ellos les sorprenden y desafían a tomar el siguiente paso en la travesía de nuestras vidas, justo como el niño Cristo lo hace en Navidad.

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