Cardenal Blase J. Cupich

El llamado a la santidad en un año electoral

viernes, noviembre 22, 2019

Hace algunas semanas, fue invitado a hablar a un grupo de jóvenes católicos acerca de lo que significa vivir como un discípulo de Jesús. Durante el período para preguntas y respuestas, se me preguntó cómo debe nuestra fe debe conformar nuestras políticas y nuestras decisiones de votación.

Primero, sugerí leer el sólido consejo que el papa Francisco ofrece en su exhortación apostólica Gaudete et Exsultate (Alegraos y regocijaos). En ese documento magistral, especialmente en el párrafo 101, el Santo Padre nos insta a participar en el debate político, en vez de limitar nuestra participación a la caseta de votación. No debe haber miedo de participar en el diálogo con otros, especialmente con aquellos que tienen visiones diferentes a las nuestras.

De hecho, él advierte de “nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, materialista, comunista, populista”. En otras palabras, es un error encerrarnos en una mentalidad ideológica que encasilla a otros porque pertenecen a un partido político o manera de pensar diferente a tal punto que los desestimamos de antemano. Limitamos nuestras opciones si rechazamos las ideas de otros simplemente sobre la base de su afiliación política.

Igualmente, pedí a mis jóvenes amigos ser precavidos acerca de permitir que su afiliación política sea tan absoluta que supriman su conciencia en la caseta de votación por un falso sentido de lealtad partidista. Como lo señala el papa Francisco, dicho enfoque corre el riesgo de hacer que los valores éticos esenciales sean relativos, “como si hubiera otras cosas más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden”.

A modo de ejemplo del equilibrio que necesitamos, el papa Francisco escribe: “La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte”.

El papa continúa en el mismo modo: “Suele escucharse que, frente al relativismo y a los límites del mundo actual, sería un asunto menor la situación de los migrantes, por ejemplo. Algunos católicos afirman que es un tema secundario al lado de los temas ‘serios’ de la bioética. Que diga algo así un político preocupado por sus éxitos se puede comprender; pero no un cristiano, a quien solo le cabe la actitud de ponerse en los zapatos de ese hermano que arriesga su vida para dar un futuro a sus hijos”. (no. 102).

A lo que llama el Santo Padre es a que prestemos atención a la interconexión de los temas morales. Recordé a mi joven audiencia que el cardenal Joseph Bernardin señaló el mismo punto hace décadas cuando presionó para una ética coherente de la vida. El cardenal comprendió que un compromiso integral a respetar la vida tiene el potencial de conectar todos los temas de una manera que los beneficia a todos ellos. Como lo observó en su discurso de 1983 en la Universidad Fordham: “El propósito de proponer una ética coherente de la vida es argumentar que el éxito en cualquiera de los temas que amenazan la vida requiere una preocupación por la actitud más amplia de la sociedad acerca del respeto por la vida humana…la viabilidad de [este] principio depende de la constancia de su aplicación”.

De manera similar al cardenal Bernardin, el papa Francisco aprecia la integridad de la enseñanza social católica, que la hace única para mantener estos temas unidos bajo un principio común. Es esa integridad la que ha distinguido a la iglesia católica en dar testimonio ardientemente contra ambos, el aborto y las políticas de armas nucleares de los Estados Unidos. El punto es que la enseñanza social católica no puede ser encajada perfectamente dentro el marco político partidista que gobierna la vida pública estadounidense, en aquel entonces o ahora.

Concluí instando a los jóvenes asistentes a considerar la conexión entre su participación responsable en la arena política, marcada por una ética coherente de la vida, y su llamado bautismal a la santidad. Como señala el papa Francisco: “No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente”.

Ejercer una ciudadanía responsable significa tener todo esto presente. Requiere:

  • una participación social en el proceso político, particularmente con aquellos que tienen visiones diferentes;

  • una libertad interior que evita limitar nuestra participación a temas alineados al partido o de pruebas determinadas;

  • una apreciación de la interrelación de los temas para promover una ética coherente de la vida y

  • la firme convicción que nuestra participación política no es nada menos que vivir nuestro llamado a la santidad, haciendo nuestra la obra de Dios de lograr traer el reino de los cielos.

Sospecho que las preguntas planteadas por estos jóvenes están en la mente de muchos católicos mientras entramos en este ciclo electoral. El papa Francisco nos insta a recurrir a la rica tradición de la enseñanza social católica para orientarnos, no solamente al actuar responsablemente en la caseta de votación, sino también mientras respondemos a nuestro llamado a la santidad.

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