Cardenal Blase J. Cupich

Inculturación: una calle de doble sentido

viernes, noviembre 8, 2019

Durante el Sínodo para la Amazonía llevado a cabo en Roma el mes pasado, ocurrió un incidente que indignó a muchas personas. Una mañana temprano, dos personas removieron de la Iglesia de Santa Maria in Traspontina estatuas que fueron usadas en las ceremonias de apertura del sínodo; y las arrojaron al río Tíber.

La obra de arte de la región amazónica representaba a una mujer embarazada, un símbolo de la maternidad y la sacralidad de la vida, que para pueblos indígenas significa el lazo de la humanidad con nuestra “madre tierra”, en gran medida como San Francisco de Asís lo retrató en su Cántico de las Criaturas. Como un acto adicional de menosprecio, los responsables publicaron un video en línea donde aparecían abandonando la iglesia con las estatuas y las lanzaban al río. La celebración pública de este acto fue hecha en nombre de la defensa de la doctrina y tradición católica, ya que los perpetradores afirmaban que las estatuas eran ídolos paganos y no tenían lugar en una iglesia católica.

Admitamos que las estatuas se originaron de una cultura religiosa que es precristiana o considerada “pagana”.  ¿Cuál es el enfoque de la iglesia al involucrar a dichas culturas? Desde los primeros días de la iglesia, los cristianos creían que las semillas de la fe han sido plantadas en los corazones de todos los seres humanos, incluso antes de ser proclamada la Palabra de Dios. En tal sentido, la iglesia primitiva dio la bienvenida a personas de todas las culturas, dándose cuenta de que, tanto las culturas como la iglesia mejoran al llegar a conocer a Dios.

Un documento de 1994 emitido por la Congregación para el Culto Divino del Vaticano, “La Liturgia Romana y la Inculturación”, habla del movimiento doble de la “inculturación”. Por una parte, las cualidades espirituales y dones propios de cada pueblo dan frutos de una manera que “consolida estas cualidades, las perfecciona y las restaura en Cristo”. (Gaudium et Spes, 58). “Por la otra parte”, continua el texto, “la iglesia asimila estos valores cuando son compatibles con el Evangelio, ‘para profundizar la comprensión del mensaje de Cristo, y darle una expresión más efectiva en la liturgia y en los muchos aspectos diferentes de la vida de la comunidad de fieles’ (Gaudium et Spes, 58). Este movimiento doble en el trabajo de inculturación por consiguiente expresa uno de los elementos que componen el misterio de la encarnación”.

El recién canonizado San John Henry Newman les recordó a los cristianos en el siglo XIX que se acercaran a otras culturas, incluso si no son cristianas, con humildad. En su “Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana” de 1878, señaló que la iglesia siempre ha adoptado elementos paganos en sus tradiciones y especialmente en sus ritos litúrgicos:

“El uso de templos, y estos dedicados a santos particulares, y adornados en ocasiones con ramas de árboles, incienso, lámparas y velas; ofrendas votivas en la recuperación de enfermedades; agua bendita, asilos; días y temporadas santas, uso de calendarios, procesiones, bendiciones en los campos, prendas de vestir sacerdotales, la tonsura, el anillo de matrimonio, volverse hacia el oriente, imágenes en una fecha posterior, quizás el canto eclesiástico y Kyrie Eleison, todos son de origen pagano, y santificados por su adopción en la iglesia”.

Me complació que un portavoz del Vaticano citara este pasaje en respuesta al vandalismo en Roma.

El punto de partida para llegar a una comprensión correcta de la inculturación en nuestra tradición, entonces, es el reconocimiento humilde que, como nos recuerda la Epístola a los Hebreos: “Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A este lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo”. Dios se ha revelado a sí mismo en la vida humana, en una manera encarnada, y la plenitud del Dios Encarnado es la persona de Jesús.

Durante mis años sirviendo como obispo en la parte occidental de South Dakota, aprendí mucho del pueblo Lakota. Por ejemplo, ellos me ayudaron a comprender mejor la enseñanza católica en la comunión de los santos. Los Lakota tienen una rica tradición de honrar a sus antepasados. La cortina entre el tiempo y la eternidad es mucho más delgada para ellos, lo que tiene mucho que decir a nosotros los cristianos que vivimos en una cultura occidental donde el sentido de lo eterno o vida más allá de este mundo está perdiendo significado.

Nuestra tradición y mis propias experiencias me han enseñado que nuestro enfoque hacia otras culturas siempre debe ser hecho con humildad, pero también curiosidad, siempre abiertos a cómo la autorrevelación de Dios puede ser comprendida mejor en el movimiento doble que implica la inculturación. En el corazón de nuestra tradición de inculturación está la creencia fundamental en que Dios desea la salvación de todo lo que ha creado. Un pasaje reciente que leímos en nuestra liturgia del Libro de la Sabiduría da testimonio de esta creencia al elogiar a Dios con estas palabras: “Tú de todos tienes compasión porque amas a todos los seres”.

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