Cardenal Blase J. Cupich

Clericalismo: una infección que puede ser curada

martes, julio 16, 2019

El año pasado pedí al Comité de Mujeres Arquidiocesano (AWC, por sus siglas en inglés), el cual es parte del Consejo Pastoral Arquidiocesano, que ofreciera sus perspectivas, después de consultar con las mujeres de sus parroquias, sobre la manera en que experimentan el clericalismo.

Como les dije a ellas en ese momento, el clericalismo es una forma de elitismo que encuentra su camino en la vida de todas las organizaciones e instituciones. Titulares y reportes de noticias diarios ofrecen innumerables ejemplos de personas que reclaman un estatus de élite en la sociedad, dándoles derechos a prerrogativas y eximiéndolos de rendir cuentas por su comportamiento.

Sin embargo, aunque el elitismo no es exclusivo de la iglesia, cuando infecta al sacerdocio hay consecuencias únicas que lastiman la vida de la comunidad eclesial, dada la manera en que socava el núcleo mismo del Evangelio y el significado del bautismo.

Mientras leía el informe del AWC, que registra experiencias de personas laicas que han sido ignoradas, abatidas y excluidas, quedó claro que lo que más les preocupaba fue el escándalo que trajo a la iglesia y al sacerdocio mismo. Estas mujeres fueron bastante enfáticas al señalar que fueron enriquecidas y nutridas por el cuidado pastoral y generoso servicio de los sacerdotes — y, sin embargo, fueron escandalizadas por el comportamiento de algunos sacerdotes.

Ellas saben de primera mano el valor que los sacerdotes ofrecen a la iglesia en su fiel servicio al pueblo de Dios, y que es este valor lo que quieren proteger al llamar a la iglesia a abordar el clericalismo con honestidad y determinación. Entienden que necesitamos un enfoque pastoral, sabiendo que no sirve de mucho arremeter contra las experiencias de clericalismo en la iglesia que, lamentablemente, son legión, y dejarlo así, como si gritar pudiera lograr algo.  

Sus observaciones me ayudaron a preparar una charla que di a un grupo de sacerdotes el mes pasado en St. Louis (uscatholicpriests.org/cupich-address). Desafié a los sacerdotes a tomar el liderazgo de combatir cualquier forma de elitismo en sus filas, en primer lugar, al estar en contacto con su bautismo.

Les recordé algo que un obispo en el Concilio Vaticano II dijo durante el debate del documento sobre el sacerdocio: “La ordenación no aniquila el bautismo de uno”. Su punto era que los sacerdotes deben vivir de acuerdo a las exigencias del Evangelio al igual que cualquier otra persona. No hay excepciones cuando se trata del llamado a la santidad. De hecho, la pieza central de su ministerio como sacerdote tiene que ser la fidelidad a su llamado a la santidad recibido en el bautismo.

Un llamado a la fidelidad bautismal es de lo más importante mientras la iglesia continúa abordando la crisis de abuso sexual. Tanto el abuso como el encubrimiento por los líderes resalta la manera en que el clericalismo permite la mentira de una doble vida.

Aquellos que abusan se han convencido a sí mismos de que pueden usar incorrectamente su posición y poder incluso con violencia para obtener lo que desean, mientras mantienen que pueden vivir de acuerdo a un conjunto de expectativas y reglas que son diferentes de aquellas requeridas al resto de la familia cristiana. Aquellos que encubren estos crímenes también reclaman prerrogativas y exenciones de la rendición de cuentas para los ordenados, incluso si eso significa ignorar el daño hecho a las personas a las que han sido enviados a servir y proteger como pastores que cuidan las ovejas.

Si somos serios acerca de librar a la iglesia de cualquier forma de elitismo, una tarea que es tan urgente en vista de la crisis de abuso, los sacerdotes tienen que desafiarse unos a otros a tomar el liderazgo y regresar a las exigencias de su bautismo, que los llama a vivir la vida que Dios comparte con nosotros.

Como lo deja claro la formula bautismal, recibimos la vida misma del Dios trinitario cuando somos bautizados. Esto involucra una conversión, alejarse de cualquier tendencia de tratar de salvarnos a nosotros mismos por los medios de nuestra limitada humanidad, a la cual Pablo se refiere como una existencia carnal. Para cualquiera de nosotros, pero especialmente para nosotros los sacerdotes, tiene que haber un compromiso firme de rechazar cualquier enfoque de la vida que involucre acumular poder, posesiones y prestigio para salvarnos a nosotros mismos.

Hace unos años, un predicador dotado escribió que la vida de la Trinidad revela el significado del amor perfecto, porque en Dios hay un “yo” y un “usted”, pero no un “mío” y “vuestro”. El papa Benedicto XVI escribió en Deus Caritas Est que Dios el Padre cede todo excepto el nombre “Padre”. En Dios hay ego sin egoísmo. Aceptar la vida de la Trinidad en quien somos bautizados se trata de convertirse en un “yo” sin reclamar lo que es mío y eso significa morir a la noción de que podemos poseer y controlar nuestras propias vidas.

Por supuesto, sabemos que este es el núcleo de nuestra fe, y sin embargo hay demasiadas instancias en la vida de los sacerdotes y obispos que nos recuerdan que no ha sido completamente acogido, particularmente cuando se esperan privilegios y derechos y se exigen exenciones a la rendición de cuentas. ¿Vive realmente un obispo la vida de la Trinidad dada en el bautismo si organiza toda su vida alrededor de salvarse a sí mismo por la acumulación de poder, posesiones y prestigio? ¿Vive realmente un sacerdote la vida trinitaria del bautismo si está obsesionado con su posición, privilegio y exigencias de derechos?

Estoy convencido que cuantos más sacerdotes y todos nosotros nos alejemos continuamente de la tendencia al egoísmo, de tratar de salvarnos a nosotros mismos por nuestro propio poder, posesiones, privilegios, libraremos a nuestra iglesia de todas las formas de elitismo y privilegios.

Lo que me da esperanza es que hay tantos de nuestros sacerdotes que no tienen nada que ver con la mentalidad de clericalismo. Debemos tener presente sus innumerables actos de servicio amoroso y generoso. Sé de sacerdotes que han donado riñones y partes de sus hígados a feligreses, que han dado de sus propios recursos a personas necesitadas y en algunos casos organizado entre sus presbiterios un fondo para ayudar a cubrir consejería para víctimas-sobrevivientes.

Pero también me da esperanza el testimonio de nuestros laicos, especialmente los miembros de AWC y APC, que les importa la iglesia y el sacerdocio lo suficiente para elevar sus voces e involucrase en la renovación de la iglesia, tan necesitada en nuestro tiempo. Ellos también están tomando seriamente su llamado bautismal a la santidad.

Ese llamado común a la santidad debe ser el punto de encuentro a medida que asumimos esta tarea de traer buen orden a la iglesia, como el teólogo Richard Gaillardetz sucintamente nos recuerda, “El ordenamiento primario en la iglesia viene en el bautismo. Comenzamos con lo que compartimos antes que lo que nos diferencia”.

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