Cardenal Blase J. Cupich

‘¿No lo percibís?’

martes, abril 30, 2019

La siguiente homilía fue ofrecida por el cardenal en la misa crismal del 16 de abril.

Alguien me preguntó recientemente cuál era mi celebración favorita durante la Semana Santa, y rápidamente respondí, “La Misa Crismal”.

En esta ocasión, la iglesia local entera se une en espacio y tiempo tanto para expresar quiénes somos como para reavivar todo lo que aspiramos a ser. Hoy, toda la iglesia se reúne en un espacio, cuando los sacerdotes y otros representantes de todas las parroquias a lo largo de esta arquidiócesis están en asistencia. Hoy, no hay distancia entre nosotros; estamos en un lugar como una iglesia.

Así, también, al estar presente en este momento para la bendición de los óleos que serán usados para la vida sacramental de la iglesia en los días y semanas de este venidero año en cada celebración parroquial, participaremos en todos esos momentos futuros y estaremos presentes cuando estos óleos ungirán a los bautizados, los confirmados, los ordenados y los enfermos. La misa crismal es el día cuando la iglesia se une en espacio y tiempo para expresar quiénes somos y reavivar todo lo que aspiramos ser.

El texto del Evangelio tradicionalmente seleccionado para esta festividad es tan apropiado, ya que cuenta cómo la comunidad se ha unido el día que Jesús lanzó su ministerio público. Él viene a la sinagoga, una palabra que significa unir, un encuentro, una reunión de personas. El mensaje es claro: El punto de partida de la misión de Jesús es reunir a las personas, unirlas. Porque es al unir a las personas que ellos se unirán a él para asumir la obra del Padre.

Estos pocos versos en Lucas resaltan la importancia de la tradición para fomentar y mantener la unidad necesaria para que un discípulo y una comunidad asuman la obra del Padre. Se nos dice que Jesús vino a su ciudad natal, “Llegó a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre, entró en la sinagoga el día de reposo”.

Él es producto de una tradición a través de la cual fue educado en las costumbres y prácticas de la fe, se le enseñó a leer y se le mostró dónde encontrar el pasaje en el pergamino que recita. Viviendo dentro de una tradición, su vida entera es definida por un conjunto de conexiones con aquellos que han venido antes que él, pero también con aquellos que vendrán después, ya que asume la responsabilidad de entregarla, incluso hasta el punto de verla cumplida en su momento.

A lo largo de su ministerio, este nazareno demuestra una devoción a la tradición, pero de una manera que es diferente del tradicionalismo. El gran teólogo del siglo pasado Jaroslav Pelikan hizo esta distinción cuando observó: “La tradición es la fe viva de los muertos; el tradicionalismo es la fe muerta de los vivos. La tradición vive en conversación con el pasado, mientras recordamos dónde estamos y en qué momento estamos y que somos nosotros quienes tenemos que decidir. El tradicionalismo supone que nunca se debe hacer nada por primera vez, por lo que todo lo que se necesita para resolver cualquier problema es llegar al supuestamente unánime testimonio de esta tradición homogenizada” (The Vindication of Tradition, 1983 Jefferson Lecture in the Humanities).

Este es el enfoque de Jesús. En lugar del tradicionalismo, él está dedicado a la tradición, lo que le permite decir, ante el asombro de sus prójimos, que Dios está cumpliendo el antiguo pasaje de las Escrituras de lo viejo en su audiencia.

Con Renueva mi Iglesia y los desafíos que confrontamos al enfrentar el comportamiento escandaloso del pasado y en este cambio de era bajo el papa Francisco, pareciera que estamos haciendo muchas cosas nuevas, haciendo cosas por primera vez y que el panorama ante nosotros es tierra desconocida. Todo esto nos puede dejar temerosos, sintiéndonos algo desconectados de nuestras raíces, y de los unos a los otros.

Vale la pena examinar lo que Jesús aprende, como una inmersión en una comprensión auténtica de la tradición, que podría ser útil en momentos tan desafiantes. Sí, a través del don de la tradición él está familiarizado con el pasaje de Isaías que cita. Alguien se lo leyó un cierto día, cuando escuchó estas palabras por primera vez. En ese día Jesús experimentó algo nuevo acerca de Dios, lo que Dios ha dicho y cómo Dios ha actuado en el pasado.

Pero también es cierto que mientras desenrolló el pergamino para encontrar este texto, él tuvo que pasar por una cita anterior del profeta Isaías que dice, “No recordéis las cosas anteriores
ni consideréis las cosas del pasado. He aquí, hago algo nuevo, ahora acontece; ¿no lo percibís?” (Isaías 43:18-19).

La convicción de Jesús que Dios hace algo nuevo en el presente, particularmente cuando estaba de pie ante la gente en la sinagoga, estaba arraigada en su propia experiencia de las muchas primeras veces, los muchos momentos nuevos en que aprendió sobre lo que Dios ha hecho, cómo Dios actúa y especialmente cómo Dios había actuado en su vida. Es por su experiencia de todas las cosas nuevas que Dios había hecho en la historia y en su vida que él abraza la novedad de este momento, atento al anuncio de Dios a través de él: “He aquí, hago algo nuevo, ahora acontece”.

Así, también, nuestro momento actual de desafíos y cambios debe ser visto como una invitación para recordar todo lo que Dios ya ha hecho en nuestras vidas, los nuevos comienzos que han venido de la misericordia llena de gracia de Dios, los nuevos aprendizajes e ideas que nos sorprenden y ennoblecen, las incitaciones del espíritu a crecer, a asumir nuevas responsabilidades más allá de lo que alguna vez imaginamos que podíamos hacer. Es momento de ver al futuro, no con desaliento o miedo, sino con esperanza y confianza que Dios otra vez está haciendo algo nuevo, al punto que escuchamos al profeta preguntarnos, “¿no lo percibís?”

Esa es la fe que nos une, nos reúne el día de hoy. Hay una señal de esperanza en lo que hacemos en la bendición de estos óleos. Aunque aceptamos que nunca veremos todo lo bueno que será hecho por aquellos ungidos con ellos, confiamos, al recordar cómo Dios continuamente ha hecho algo nuevo en nuestra vida, que una vez más todo será cumplido.

Este es el por qué la misa crismal es mi celebración favorita en la Semana Santa, porque la iglesia local entera se une en espacio y tiempo tanto para expresar quiénes somos como para reavivar todo lo que aspiramos ser.

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