Cardenal Blase J. Cupich

Oración cuaresmal

martes, abril 2, 2019

Durante la temporada de Cuaresma, se nos da un buen número de textos de las Escrituras que nos ayudan a tener una mejor comprensión de la oración, que, junto con el ayuno y la limosna, es una de las prácticas penitenciales en estos 40 días.

A menudo, la oración es presentada como una invitación por la cual Dios nos aleja de lo ordinario, del lugar donde vivimos nuestras vidas, de tal manera que una conversación con el divino pueda tener lugar. Por ejemplo, Dios pide a Abraham que deje la seguridad de su casa y salga a un área que no puede controlar. Así también, Jesús lleva a sus discípulos a la cima de una montaña, lejos de la multitud. Esas escenas nos recuerdan que toda nuestra oración viene a iniciativa de Dios, aunque podamos creer que somos nosotros los que hemos venido por nosotros mismos a Dios con nuestras preocupaciones. La oración es un momento para reflexionar sobre cómo Dios ha estado caminando con nosotros, activo dentro de nosotros, incitándonos a ingresar en una conversación.

También notamos en muchos de estos momentos de oración en las Escrituras que la conversación con Dios nos lleva a una nueva perspectiva en la vida. Dios le dice a Abraham que vea hacia el cielo para comprender mejor la promesa de que tendrá muchos descendientes, más que todas las estrellas en el cielo, que son incontables. Jesús ayuda a Pedro, Santiago y Juan a ver las preocupaciones de la vida que, aunque pesan en ellos tan fuertemente, son tan pequeñas, como las actividades que ven mientras observan hacia abajo desde la cima de la montaña. Él también los trae a otra conversación, con Elías y Moisés, permitiéndoles ver todo lo que Dios ha hecho y está haciendo, que hace que, en comparación, toda la historia y actividad humana sean minúsculas.

Todo esto tiene mucho que decirnos a medida que dedicamos más tiempo a la oración esta Cuaresma. Sugiere, primero que nada, la necesidad de liberarnos del ritmo ordinario de la vida y todo lo que nos preocupa, de tal manera que podamos estar abiertos a responder a la invitación de Dios. Podemos volvernos tan encadenados a las obligaciones, tareas y actividades habituales, muchas de las cuales solo son trabajo de poco valor que sirve como distracción del aburrimiento, que nos cerramos a las indicaciones de Dios a entrar en oración. Es bueno examinar cuánto tiempo pasamos en el teléfono, la computadora o conversaciones y entretenimiento ociosos y decidimos apartar tiempo solo para estar abiertos a la invitación de Dios.

Estas escenas de las Escrituras también nos advierten en contra de estar tan preocupados sobre el futuro, o incluso con vergüenza o culpa acerca del pasado, exhortándonos a permitir que Dios nos recuerde la historia más grande acerca de nuestras vidas, especialmente de todo lo que Dios ha hecho y está haciendo en nuestras vidas. La oración nos puede traer de vuelta a esos momentos en los cuales Dios intervino durante una crisis, sufrimiento o tentación, y nos sacó del borde.

Miguel Ángel pareciera haber sido sensible a esta experiencia. Él se representó a sí mismo en el fresco de El Juicio Final en la Capilla Sixtina de una manera muy dramática que da expresión de haber sido salvado en el último momento. San Bartolomé, como sabemos, fue martirizado al ser despellejado vivo. Un ángel se abalanza y arrebata la piel del santo, que lleva la cara de Miguel Ángel. A medida que la oración nos trae de regreso a estos momentos de la obra salvadora de Dios en nuestras vidas, el objetivo no es estar abrumado con vergüenza y definitivamente no es volverse escrupuloso, causándonos que dudemos del perdón de Dios. En cambio, dichos recuerdos deben dar surgimiento en nuestros corazones a una profunda sensación de gratitud acerca del pasado y también esperanza por el futuro mientras nos damos cuenta de que Dios nos es fiel siempre.

Sin duda, la oración debe involucrar traer nuestras preocupaciones, cargas y desafíos a Dios. Pero la conversación de la oración debe ser un diálogo, no un monólogo que controlemos.

Es curioso que la mayoría de las pinturas representando a la Anunciación presentan a María en medio de la oración cuando el Arcángel Gabriel viene a ella. Ese encuentro es iniciado por el mensajero de Dios con el simple saludo de “María, el Señor está contigo”. Si nos aquietamos en esta temporada santa, aceptamos la invitación del Señor a salir de la rutina ordinaria de la vida, también escucharemos la voz divina que nos llama por nuestro nombre y nos garantiza que Dios está, ha estado y estará con nosotros.

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