Homilía del cardenal Blase J. Cupich para el cierre de la novena para la Sanación de Nuestra Iglesia en la Catedral del Santo Nombre el 15 de septiembre de 2018 Hermanos y hermanas, esta noche nos reunimos para la última noche de nuestra novena a fin de orar por la sanación y justicia de las víctimas de abuso sexual. Estos nueve días de oración han reunido a la Iglesia del área de Chicago desde Mundelein hasta Tinley Park, desde Waukegan hasta Willow Springs, han reunido a hombres, mujeres y niños de diversas razas y ámbitos de vida. A medida que han sido intencionales en la oración por la sanación de todos los que han sido victimizados, se han unido en solidaridad con víctimas-sobrevivientes en su claro llamado a toda la Iglesia a enfrentar estos crímenes terribles y fundamentalmente a comprometerse a trabajar por la justicia. Sí, en este momento en la vida de la iglesia nos encontramos en crisis, una crisis de justicia por aquellos que han sido victimizados por el clero, una crisis de confianza en los líderes de la Iglesia que fallaron en proteger a aquellos a su cuidado, una crisis de fe en la Iglesia en sí misma. Este es un momento crucial. La Palabra de Dios enmarca este tiempo como un momento en que nosotros debemos responder las preguntas esenciales con las que los cristianos han luchado durante eras: ¿Quién decimos que es Jesús? Pedro responde que Jesús es el Mesías. Pero él no es un Mesías que simplemente venga a salvar a la gente de querer; que los vaya a enriquecer con todo lo que alguna vez hayan ansiado. Hay más en el Mesías que eso. Jesús revela a los discípulos su doloroso camino: Él sufrirá grandemente, será golpeado por aquellos que son poderosos, rechazado por aquellos que debieron haberlo protegido. Pero, este Mesías es mucho para ellos. A Pedro le repele este Mesías y algunos de los discípulos simplemente eligieron alejarse. Esto no es solo la historia de los primeros discípulos. Es nuestra historia también, una historia que nos llama a aceptar la dolorosa verdad de que nosotros en la Iglesia hemos acumulado sufrimiento sobre Jesús. Sí, lo conocemos como nuestro salvador, como el que ha cambiado nuestras vidas, quien permanece con nosotros en nuestra frágil humanidad, nos libera en medio de fuerzas opresoras y redime nuestras maneras vergonzosas. Pero Jesús nos dice que lo veamos en las caras de aquellos que hoy en día sufren inmensamente, que han sido heridos y abusados en torcidas muestras de poder, que han sido rechazados por los mismos líderes que debieron haberlos protegido, cuyas almas han sido tocadas por la muerte, cuya fe en Dios y la humanidad ha sido destrozada. Este es un momento para madurar al saber quién es Jesús. Él es la víctima-sobreviviente en medio de nosotros. Podemos verlo a Él si vemos sus caras y conocerlo a Él si cuidamos sus heridas – y ya es hora de dejar de mirar para otro lado. En la lectura del Evangelio, Pedro representa la fe inmadura de la Iglesia, y especialmente los líderes de la Iglesia, que han preferido solamente el lado alegre del Mesías, el lado que los hace sentir satisfechos con una salvación terrenal de posesiones, confiados en su influencia y valorados por el honor dado a ellos. Ese es un falso Mesías, un cristianismo falso, un evangelio comprometido. Solamente al llegar a una fe madura Pedro emerge como la cabeza de la Iglesia en la tierra. Hoy, Pedro se encuentra en medio de nosotros en la persona de su sucesor, el papa Francisco. Él está pidiendo a la Iglesia una respuesta madura a la pregunta que Jesús plantea, al darle prioridad a la necesidad de abordar el crimen del comportamiento abusivo del clero y el comportamiento abusivo de los líderes que se alejaron de las víctimas–sobrevivientes. Él ha removido, y continuará haciéndolo, a obispos y cardenales que fallaron en su responsabilidad sagrada de proteger a todas las personas del abuso sexual. Él está comprometido con la rendición de cuentas; se ha reunido con víctimas-sobrevivientes; y ha admitido sus errores –“Fui parte del problema”, ha dicho–. El Santo Padre nos ha estado diciendo desde el comienzo de su pontificado que para que el cambio sistemático suceda, para que una madurez de nuestra fe ocurra, la Iglesia debe rechazar un Evangelio falso de posesiones, poder y prestigio, y seguir al Mesías Siervo Sufriente, Jesús. Esta es la razón por la cual este momento en la historia de la Iglesia es tan crucial, porque es un punto de inflexión. Es el momento para una fe madura, una respuesta madura a la pregunta, “¿Quién es Jesús?”. Jesús nos está dando otra oportunidad de conocerlo en las caras de las víctimas-sobrevivientes. Esta pregunta está especialmente dirigida hacia mí y a todos los que sirven como sucesores de los Apóstoles. Como lo ha sido para el papa Francisco, mis visitas personales con las víctimas-sobrevivientes a lo largo de estas dos décadas como obispo han servido como punto de referencia, una brújula para mantenerme enfocado en esta singular prioridad en la vida de la Iglesia. Ellos continuarán haciéndolo. Ahora debemos estar con Pedro, no solamente al abordar el asunto del abuso sexual del clero, sino todo lo que ha manchado la vida de la Iglesia con un Evangelio falso que busca posesiones, poder y prestigio. Jesús nos está dando otra oportunidad de llegar a un entendimiento más profundo y dar una respuesta más madura a Su pregunta, “¿quién dicen que soy Yo?” Esta es la crisis ante nosotros. Esta es la decisión que ahora debemos tomar. Nosotros como Iglesia, y especialmente nosotros los obispos, debemos decidir. ¿Creceremos, o de nuevo simplemente nos alejaremos? La respuesta es clara: nunca más debemos abandonar a las víctimas-sobrevivientes. Debemos enfrentar la verdad, enfrentar nuestros propios fracasos, y actuar para traer sanación y justicia para aquellos que han sido arrebatados de ambas. Cualquier cosa menos que eso significaría que realmente no sabemos quién es Jesús. Cualquier cosa menos nos haría cristianos falsos.