Cardenal Blase J. Cupich

El comienzo de una conversación para toda la vida

miércoles, junio 13, 2018

La siguiente homilía fue presentada por el cardenal Cupich en la misa de ordenación de sacerdotes el 19 de mayo.

Bienvenidos todos. Doy un saludo especial a los padres, familias y amigos de los ordenados. Sé que algunos de ustedes han viajado grandes distancias. Somos bendecidos de tener a cada uno de ustedes aquí hoy.

Mis hermanos, la escena del Evangelio que seleccionaron para hoy abre con Jesús y sus discípulos recién terminando el desayuno. Es el comienzo de un nuevo día y es en ese momento que Jesús decide apartar a Pedro para comenzar una conversación acerca del resto de su vida.  Esta es una escena hecha para ustedes, porque hoy no es cualquier día, sino un nuevo día, el comienzo de una conversación que será el punto de referencia para el resto de sus vidas.  

Así que, por un momento véanse a ustedes mismos ingresando a esta escena, a esta conversación que Jesús está teniendo con Pedro. Vean a Jesús apartándolos para tener una charla íntima similar sobre su futuro con él.

Él comienza haciéndoles una pregunta: “¿Me aman más que estos?” Es una pregunta que lleva a todos los discípulos de Jesús de vuelta al momento en que, caminando por las orillas de Galilea, aquellos que fueron los primeros en ser llamados le escuchan preguntar, “¿Qué están buscando?” Ambas son preguntas del corazón.

Antes de conocer sus talentos, sus aprendizajes, su inteligencia, sus habilidades adquiridas, él quiere saber los anhelos de su corazón. Regresen con frecuencia al momento en sus vidas, ese momento en la orilla de Galilea, cuando los llamó por primera vez y descubrieron que su corazón es todo lo que él quería. Esa es una buena manera de comenzar este primer día de su sacerdocio y, de hecho, cada nuevo día de ahora en adelante.

Primero déjenle saber no lo que van a hacer o tienen que hacer, lo que necesitan, sus éxitos o sufrimientos, sino lo que han estado buscando, lo que está en su corazón y lo que querían decirle desde el principio mismo: “Sí, Señor, sabes que te amo”. Que gran manera de comenzar su oración este y cada nuevo día.

Pero luego lo escuchamos repetir la pregunta, no dos veces sino tres. Podemos comprender a Pedro, quien queda exasperado y frustrado, preguntándose por qué Jesús no estuvo satisfecho la primera vez que respondió. Al comentar sobre este pasaje, San Agustín escribe que la triple confesión de amor de Pedro era necesaria para eliminar su triple pecado de negación. (“Sermón 88 de los Evangelios”). Agustín explica que debido a que los pecados nos dejan tan profundamente heridos, nuestra sanación debe venir en etapas.  

El papa Francisco hace eco de esta verdad en Gaudete et Exsultate, mencionando frecuentemente a Agustín para recordarnos que “en esta vida las fragilidades humanas no son sanadas completa y definitivamente por la gracia… La gracia, precisamente porque supone nuestra naturaleza, no nos hace superhombres de golpe… La gracia actúa históricamente”, apoderándose de nosotros y transformándonos progresivamente.

Al hacer a Pedro la pregunta tres veces, Jesús lo estaba llamando a ser paciente con su humanidad. Pero también le estaba pidiendo a Pedro que confiara que su gracia, aunque no sanara todos sus pecados de una vez, trabaja gradualmente, de una manera enfocada y orgánica. Tanto sus vidas personales como sus ministerios al pueblo de Dios siempre deben reflejar este valor esencial de la doctrina cristiana, moviéndolos a ser humildemente pacientes con la debilidad humana pero también a confiar ferozmente en la gracia constante de Dios.

Finalmente, Jesús le dice al pescador, Pedro, “cuida mis ovejas”. Pero esperen un momento, ¿un pastor? A Pedro se le dijo que iba a ser un “pescador de hombres”. Y, además, justo antes de esta conversación después del desayuno, Pedro no lo hizo tan mal como pescador, arrastrando un total de 153 peces. ¿Ahora tiene que ser un pastor?

Casi podrían escucharlo decir “Yo no me anoté para esto”. Es difícil imaginar una brecha más grande de habilidades. Claramente, Jesús o la junta de colocación no recibieron el memo. (Puedo escuchar ahora al padre Mike Knotek, líder de nuestra junta de colocación de sacerdotes: “Ah seguro, culpen a la junta de colocación”).  

Es sorprendente, hasta donde yo sé, que en la historia del arte cristiano no haya representaciones de Pedro como un pastor atendiendo un rebaño. Siempre es mostrado como un pescador, arrastrando su pesca, tendiendo sus redes o saliendo de la barca a caminar en el agua. Sin embargo, como escuchamos en la segunda lectura, cuando Pedro abordó a sus compañeros presbíteros sobre cómo deben abordar el ministerio que comparten con él, él adoptó robustamente su nuevo rol como pastor: “Pastoread el rebaño de Dios entre vosotros, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo; tampoco como teniendo señorío sobre los que os han sido confiados, sino demostrando ser ejemplos del rebaño”.

Quizás la diferencia entre las representaciones artísticas de Pedro como pescador y estas palabras en su Primera Carta, retratándose a sí mismo como un pastor, es una expresión de la tensión que con frecuencia sentimos en nuestro ministerio como sacerdotes. Es una tensión que experimentamos a medida que la iglesia nos llama a extendernos más allá de nuestras propias expectativas o inclinaciones personales, especialmente si significa no reconocer o usar los talentos que creemos que tenemos, o incluso aceptar humildemente que quizás hemos puesto limitaciones en el potencial que otros ven en nosotros.

Al igual que Pedro debemos estar dispuestos a vivir en esa tensión, y dispuestos a hacer lo que la iglesia necesita y pide de nosotros. No sería muy difícil creer que después de esta conversación matutina, Pedro una vez más dejó sus redes y su bote, como lo hizo la primera vez que conoció a Jesús, pero esta vez los dejó para siempre.

La historia de una conversación temprano en la mañana con Jesús tiene mucho que ofrecerles a ustedes en este nuevo día en sus vidas. Pero considérenla solo el comienzo de una conversación permanente que debe continuar a través de su ministerio.  Los animo a siempre tratar de hacer una conexión entre la Palabra del día y su servicio al pueblo de Dios.

Por ejemplo, a medida que recuerdan la historia de la pobre viuda que Jesús observa dando todo lo que tiene, sean inspirados por muchos padres que sacrifican tanto por sus hijos, y la generosidad de personas ordinarias que, aunque inesperada, hace tanto bien.

A medida que proclaman el Evangelio del rico hombre joven que se fue triste, recuerden la respuesta de Jesús. Él vio a estos jóvenes buscando un propósito en la vida no con condenación o juzgándolos, sino con amor.

A medida que predican sobre las Bienaventuranzas, recuerden que cuando el Señor vio sobre la multitud desde la cima, él no se enseñoreó sobre ellos o señaló sus fallas y defectos, sino que les dijo que ellos eran tanto bendecidos como bendiciones en el reino de Dios.

Y a medida que vienen a la Misa Crismal cada año, y escuchan el mismo texto de Isaías proclamado el día de su ordenación, tómense en serio que sirven a tantos que los ven a ustedes no solamente para anunciar estas buenas nuevas, sino que hagan todo lo que pueden para ver que ellos sean satisfechos en su audiencia.

La liturgia de ordenación este día nos dice que el Señor los ha apartado para servir al pueblo de Dios. El Evangelio que han escogido deja claro que esta selección no es para separarlos de las personas, sino para ayudar a mantener eso presente en sus mentes en el día de su ordenación, llamándolos a cuidar el rebaño, Él los apartó a ustedes, como lo hizo con Pedro, para iniciar una conversación que Él quiere continuar por el resto de sus vidas.

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