Cardenal Blase J. Cupich

La Pascua nos da esperanza, no solamente optimismo

miércoles, marzo 28, 2018

Una vez me pidieron que explicara la diferencia entre optimismo y esperanza. Mi respuesta fue señalar la transformación que toma lugar en los discípulos después de la Resurrección.

Antes de la muerte de Jesús, no es mucho decir que los discípulos estaban optimistas. Algunos de ellos confiaban en que Jesús sería el Mesías que aseguraría su futuro terrenal. ¿Recuerdan a la Sra. Zebedeo que pidió a Jesús que pusiera a sus hijos Santiago y Juan a su derecha e izquierda?

Luego por supuesto estaba Judas, quien eventualmente se desencanta después de que Jesús dejó claro que no estaba preocupado por el poder y el éxito mundano, incluso al punto de hablar acerca de ser rechazado y condenado a muerte. Sin embargo, los sueños de estos discípulos optimistas se evaporaron en el Calvario. Estaban abatidos y asustados.

Con la Resurrección de Jesús, ellos no fueron llamados a un nuevo optimismo sino a la esperanza real. El optimismo es una actitud que trata de tender un puente en la brecha entre el presente y el futuro. Tenemos aspiraciones en el momento presente sobre lo que puede desarrollarse en los días por venir. La esperanza, sin embargo, cierra la brecha entre el presente y el futuro al hacer del futuro una realidad presente, como vemos en las apariciones del Jesús resucitado.  

La esperanza dada a los discípulos de que su muerte también será superada no fue cuestión de ilusiones. Ellos realmente lo experimentaron como una realidad presente en las apariciones de Jesús. Este es el porqué la esperanza es llamada una virtud teológica. Logra lo que se espera, verdadera unión con Dios, que ya está teniendo lugar en el presente de alguna manera.  

En pocas palabras, mientras el optimismo es una actitud, la esperanza es una realidad, porque la esperanza que está por cumplirse en el futuro ya está presente. A diferencia del mero optimismo, la distancia entre el presente y el futuro es superada. El optimismo tiene que esperar desarrollo futuro en la actividad humana por ocurrir. Pero la esperanza confía en que Dios, que está presente para nosotros, ya está cumpliendo la promesa hecha.

Con el optimismo, eso que está prometido o deseado puede o no ocurrir. Pero con la esperanza hay certeza de que la promesa no solamente será cumplida, sino que ya está siendo cumplida en nuestro tiempo, aunque no lo vemos o percibamos. 

El papa Francisco con frecuencia habla de esperanza. Él es un hombre de esperanza, en vez de un hombre de optimismo. Él cree firmemente que Cristo, resucitado de la muerte, está actualmente activo y trabaja para cumplir todo lo que Dios ha prometido.

Los padres del Concilio Vaticano II fueron particularmente insistentes de que esta creencia fundamental de la iglesia reciba una atención mayor en nuestros días. Nos recordaron que Cristo siempre está presente en la iglesia trabajando para lograr todo lo que el Padre lo ha enviado a hacer (Sacrosanctum Concilium, 6 y 7). Esta es la fuente de nuestra esperanza, no un desarrollo o logro humano.

Si solamente vemos lo que la humanidad está haciendo, hay espacio para ambos, el pesimismo y el optimismo. Fallamos mientras tanto, y tenemos éxito mientras tanto. Pero la vida puede ir en cualquier dirección si el esfuerzo humano es la medida de la historia.

La Pascua cambió todo esto, ya que Jesús rompió la barrera entre el tiempo y la eternidad, uniendo el presente con el futuro, de tal manera que todo lo que Dios alguna vez ha prometido ya está de alguna manera siendo cumplido en nuestros días. No tenemos que esperar hasta morirnos para disfrutar los frutos de la muerte y resurrección de Cristo. Podemos hacerlo ahora como pueblo de esperanza, que dice que Cristo está Resucitado, y nosotros también.

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