Cardenal Blase J. Cupich

Evangelización: ¿Qué es? ¿Qué no es?

miércoles, febrero 28, 2018

El 29 de enero, la congregación North Shore Congregation Israel me dio la bienvenida para que compartiera algunos pensamientos acerca de la misión actual de la Iglesia Católica, y su posible impacto en las relaciones católico-judías. Estuve encantado de hacerlo, ya que tenemos una larga historia en la Arquidiócesis de Chicago de fuertes lazos con nuestras hermanas y hermanos judíos.

Dado lo que estamos haciendo con Renueva mi Iglesia en la arquidiócesis, pensé que era útil explorar la noción de evangelización, qué es y qué no es.

La palabra “evangelización” viene de la palabra griega “evangelion”, que significa evangelio, o buenas noticias. Para nosotros los cristianos, la evangelización es el proceso por el cual compartimos las buenas noticias de Jesús. Pero eso involucra más que un mensaje o una enseñanza. Se trata de introducir a alguien a una nueva manera de vivir a través de un encuentro con la persona de Jesús.

De muchas maneras, los creyentes judíos tienen un enfoque similar del impacto que su fe tiene en ellos. No se trata solamente de un credo o conjunto de creencias, sino de una forma de vida.  Por ejemplo, hay una práctica litúrgica en el culto judío que ocurre después de la lectura de la Torá. El rollo es puesto de vuelta en el arca durante el servicio en la sinagoga. Luego el clero y la gente canta el verso “Bendito eres Tú, Señor Dios nuestro, Rey del Universo, que nos diste la Torá de verdad, y sembraste la vida eterna en medio de nosotros. Bendito eres Tu Señor, Dador de la Torá”.  La imagen de sembrar la Torá en medio de nosotros recuerda a Dios sembrando el árbol de la vida en el Jardín.

De manera similar, al final de las lecturas en la liturgia cristiana, el diácono o sacerdote proclama “El Evangelio del Señor” y besa el Libro de los Evangelios, con la gente respondiendo, “Alabado sea el Señor”.

En ambos casos, la práctica litúrgica llama la atención hacia cómo el libro sagrado, la Torá o el Evangelio, se refiere a la totalidad de la vida entera que anima. Justo como su comunidad aspira a “una vida centrada en la Torá” en el amplio sentido, así también nosotros los cristianos aspiramos a una vida centrada en el Evangelio.

La palabra “evangelización” debe ser entendida a través de esta analogía. De hecho, en el Nuevo Testamento, Jesús es con frecuencia presentado como un maestro rabínico, a quien los discípulos encuentran a medida que se reúnen alrededor de él. Este encuentro con Jesús como el maestro, llama al discípulo a una nueva forma de vivir que está caracterizada por tres cosas. Primero, los discípulos dejan atrás su vida previa y lo siguen a él. Segundo, ellos siguen aprendiendo de él tanto en palabra como en ejemplo. Finalmente, y lo más importante, como comunidad alrededor de Jesús, comparten su vida, estas buenas noticias, este Evangelio, con otros al dar testimonio de todo lo que esta vida centrada en el Evangelio les ofrece.

Dicho esto, es importante aclarar lo que no significa evangelización, lo que los católicos excluyen de ella. Tenemos que admitir que otras comunidades cristianas usan la misma palabra, pero no siempre de la misma manera que nosotros los católicos lo hacemos. De hecho, el matiz que los católicos dan a esta palabra se beneficia del crecimiento que hemos experimentado a través del diálogo interreligioso y los compromisos que hemos hecho en los documentos del Concilio Vaticano II citados arriba.

Por ejemplo, de la manera como la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos ha dejado claro durante muchos años, la evangelización no se trata de proselitismo. La evangelización, como ya lo he definido, se trata de vivir una vida centrada en el Evangelio, como discípulos continuamente encontrando a Jesús y formados en una comunidad que inspira testimonio a través del servicio a otros. En libertad y con la ayuda de la gracia de Dios, una vida centrada en el Evangelio atraerá a algunas personas a la Iglesia Católica. Al mismo tiempo, nuestra comprensión de la evangelización debe incluir siempre una reverencia profunda por la libertad religiosa de cada ser humano, que es un derecho natural, de hecho es un derecho otorgado por Dios.

Distinto a esto, y definitivamente rechazado por el Concilio Vaticano II, es el proselitismo. Por proselitismo, queremos decir cualquier tipo de actividad de alcance que involucre cualquier forma de coerción o engaño. Como lo señaló claramente el Papa Benedicto XVI en su discurso hace más de una década a los obispos en Centro y Suramérica, la Iglesia se considera a sí misma “misionera solo en la medida que ella es una discípula, capaz de ser atraída constantemente y con maravilla renovada por el Dios que nos ha amado y nos amó primero (cf. 1 Jn 4,10). La Iglesia crece no por proselitismo sino ‘por atracción’: como Cristo ‘atrae todo a si’ con la fuerza de su amor”.   

El mismo Papa Francisco, hace apenas un año, señaló en los términos más fuertes que el proselitismo es un pecado. Tristemente, esfuerzos de la misión por católicos y algunas otras comunidades cristianas no siempre han evitado estos pecados. Tenemos que admitir francamente que los católicos no han estado libres de dichas actitudes o acciones.

En el año 2000, el Papa Juan Pablo II reconoció los errores nacidos del fervor misionero y un sentido falso de servicio a la verdad. Él dijo: “Pidamos perdón…por el uso de la violencia que algunos de ellos hicieron al servicio de la verdad y por las actitudes de desconfianza y hostilidad adoptadas a veces con respecto a los seguidores de otras religiones… por la parte que cada uno de nosotros, con sus comportamientos, ha tenido en estos males, contribuyendo a desfigurar el rostro de la Iglesia, pidamos humildemente perdón”. Debemos pedir disculpas a la comunidad judía por los momentos en los cuales los católicos han participado de dicho comportamiento. Los católicos del área de Chicago deben permanecer vigilantes en este sentido, porque abandonar nuestros compromisos en esta área significaría abandonar quienes somos.

En el corazón de las relaciones católico-judías hay un entendimiento mutuo, confianza y respeto. El respeto nace de relaciones en las cuales la confianza se puede desarrollar. Podemos decir orgullosamente que nuestras dos comunidades en el área de Chicago han estado trabajando para construir relaciones y confianza durante los últimos 50 años, tomando inspiración del Concilio Vaticano II. De hecho estoy contento de decir que durante mis 20 años como obispo, cada vez que un líder judío u otro líder ha expresado preocupación acerca de una acción o declaración de la iglesia contemporánea, su primera pregunta es: ¿Es coherente con la enseñanza del Vaticano II? Hay algo maravilloso acerca de una relación donde dichas preguntas son posibles y donde hay un punto de referencia común para ser discutidas.

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