Cardenal Blase J. Cupich

Preparándonos para el día en que oramos por los muertos

domingo, octubre 15, 2017

Los cristianos creemos que en nuestro culto expresamos lo que creemos y quienes somos. Este es el significado de la antigua máxima lex orandi, lex credendi. Ese principio quedará plenamente mostrado una vez más este 2 de noviembre, que como cada año celebramos la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, o como se le conoce comúnmente, Día de los Muertos.

Solo piensen en eso. Hemos apartado un día exclusivamente para aquellos que han partido de esta vida. Ciertamente, al hacer eso se da testimonio de la obligación que sentimos de orar por ellos. Esa obligación está basada en nuestra comprensión y experiencia de ser un miembro del Cuerpo de Cristo.

Estamos conectados los unos a los otros por nuestro bautismo común en un lazo que la muerte misma no puede romper. La muerte no disminuye nuestra responsabilidad de apoyarnos los unos a los otros como discípulos compañeros, peregrinos que han aceptado el llamado de Jesús: “Ven, sígueme”. Justamente como en la vida nos acompañamos los unos a los otros, así también lo hacemos en la muerte. Tomamos esa responsabilidad por cada uno seriamente cuando nos reunimos para la Eucaristía para recordar aquellos que han fallecido en la fe, o cuando visitamos cementerios, y oramos privadamente por todos los muertos.

Este día de oración por los muertos también ofrece una corrección a la tendencia a reducir nuestros ritos fúnebres a servicios conmemorativos o simples celebraciones de la vida. Ciertamente hay buenas razones para recordar las virtudes de aquellos que han fallecido, reconocer sus contribuciones a nosotros y el mundo. Pero estas expresiones son secundarias y debemos ser cuidadosos que largos elogios no envíen un mensaje que es contrario a nuestra creencia que en la muerte la “vida se cambia, no se termina”. Como tal, los funerales católicos son ante todo acerca del Cuerpo de Cristo orando por uno de sus miembros.

Confiamos en que justo como nuestras oraciones asistieron a los fallecidos en vida, también lo hacen en la muerte. Dicha oración también puede ser de mucho consuelo para nosotros los que quedamos, porque nos une a cierto nivel con aquellos que han fallecido en la esperanza firme y certera que nosotros un día estaremos con nuestros seres amados otra vez. El Día de los Muertos también nos recuerda que aquellos por los que oramos están en un estado de purgación (no castigo). Ellos están esperando, como describe el catecismo, “obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo”.

Hace unos años, un grupo de adolescentes me presionaron para que explicara el purgatorio. Muchos de sus amigos no podían comprenderlo y ellos no sabían cómo explicarlo. Sabía que tenía que responder de una manera que tuviera sentido para ellos.

Así que, después de tomar un momento para observar la clase al frente mío, me volví hacia una joven sentada en la primera fila y simplemente dije mientras veía a sus ojos: “Puedo ver que realmente eres alguien especial”. Ella se sonrojó, justo como lo había anticipado. Luego dije a la clase: “Observen lo que acaba de pasar. Con frecuencia nos sonrojamos cuando alguien nos hace un cumplido porque profundamente dentro de cada uno de nosotros hay algunas dudas oscuras de que podamos ser amados, especiales y buenos. El purgatorio se trata de Dios viendo a nuestros ojos y diciéndonos una y otra vez que podemos ser amados, especiales, amados por él hasta que realmente lo creamos y no nos sonrojemos. Él trata de convencernos que nos ama, que podemos ser amados, purificarnos de la oscuridad y dudas que no nos permiten creer en su amor, y nos impiden ser todo lo que Dios quiso que seamos. Somos purificados cuando somos capaces de verlo en su cara y no sonrojarnos”.

Esa explicación pareció tener sentido para estos jóvenes, quizás porque ellos han experimentado muy bien cómo las dudas de si mismos con frecuencia los alejan de ser todo lo que Dios los ha creado para ser.

Dios usa nuestras oraciones por los muertos para ayudarse a hacer esta purificación, porque al orar por ellos unimos nuestras voces a la repetida insistencia de Dios que ellos son amados. Así que, este 2 de noviembre, tomen en serio su fe, tomen en serio su responsabilidad de orar por aquellos que han fallecido y que esperan la purificación de todo lo que está dentro de ellos que los hace dudar de Dios y su amor. Piensen de su oración por ellos como una manera de hacerles saber otra vez que ustedes los aman.

Oremos de una manera que expresa en lo que creemos y que nos recuerda quiénes somos.

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