Cardenal Blase J. Cupich

Una de las mejores experiencias de la resurrección en este lado de la eternidad

jueves, junio 1, 2017

Los nombres de aquellos recién llamados para Órdenes, Radley, Timothy, Moisés, Trenton, Przemyslaw y Miguel son conocidos para nosotros, pero de una manera particular, para los padres de familia que dieron estos nombres a los candidatos cuando vinieron a este mundo. Apenas me puedo imaginar la alegría que ustedes, padres, sintieron cuando esta congregación respondió a los nombres de sus hijos con la frase “Gracias a Dios” y ofreció un gran aplauso.

Bienvenidos todos ustedes, padres, familias, mis hermanos sacerdotes y obispos y amigos de los ordinandi. Sé que algunos de ustedes han viajado grandes distancias. Somos bendecidos de tener a cada uno de ustedes aquí hoy y sé que ustedes, los que van a ser ordenados, conocen esa bendición de una manera muy personal e íntima.

Sus hermanos sacerdotes les dirán que una de las experiencias más satisfactorias y enriquecedoras en el ministerio de un sacerdote es celebrar el sacramento de la penitencia. El Evangelio recién proclamado ofrece una visión de por qué ese así.

La paz, otorgada en el perdón de los pecados, es única, ya que viene del que ha resucitado entre los muertos. En otras palabras, si es que es posible tener una experiencia de la resurrección en este lado de la eternidad, será en este momento cuando se nos está dando la paz que pertenece al Resucitado, una paz que este mundo no puede dar o quitar.

Es importante tener esto presente cuando ustedes son ordenados hoy, aunque solo sea para evitar reducir a un acto jurídico el encuentro que tiene lugar con este sacramento que da paz y da vida, evitar reducirlo al ejercicio de un tribunal que se mueve mecánicamente del veredicto de culpa al enjuiciamiento, reparando y ofreciendo satisfacción. Ese enfoque mecánico a este sacramento que da paz y está lleno de espíritu en la vida de la iglesia tiene una historia. Esa historia tristemente nos persigue en nuestros días, llevando al papa Francisco a estremecerse ante la idea de que en ocasiones el confesionario se vuelve una cámara de tortura.

Así que escuchen atentamente a este Evangelio por el cual ustedes están comisionados a perdonar pecados de una manera muy única, de una manera que respira la paz y vida nueva del Cristo Resucitado dentro de los corazones de aquellos que vienen a ustedes para ser reconciliados con Dios y con la iglesia. Presten mucha atención a cómo el Señor mueve a sus discípulos a una conversión, un cambio de corazón, que les permite asumir esta comisión para que no se conformen con la limitada paz provisional y la conciliación condicional ofrecida por el mundo. Estén preparados para tener esa misma conversión en sus vidas.

La escena comienza con Jesús que viene a ellos en sus temores. Ellos se acobardan tras puertas cerradas, paralizados por el terror de los inquietantes eventos de la Crucifixión y avergonzados por la traición, negación y abandono entre sus rangos.

Ustedes vienen hoy aquí con temores, y si no lo hacen, Dios los ayude. Sus hermanos le dirán que la vida para un sacerdote puede ser inquietante, precisamente porque no va a ser lo que imaginaban. Estará llena de lo inesperado y no anticipado.

A ratos pueden estar tentados a encerrarse tras puertas cerradas, aislándose incluso de sus hermanos en este presbiterado, tentados a escapar de todo aquello que los hace sentirse inciertos e inseguros, sus propias insuficiencias y debilidades, y las demandas que algunos injustamente harán de ustedes. Pero hoy, el Señor les dice que aquí es donde él viene para estar con ustedes, no sólo para consolarlos, sino para prepararlos para su encuentro con aquellos que vienen a ustedes con sus propios temores y decepciones con la vida, que ellos han tratado de escapar en la oscuridad del pecado.

Vean sus propias debilidades, dudas y temores precisamente como el salón de clases donde el Señor viene a enseñarles compasión para aquellos que han perdido su camino, escondidos ellos mismos de responsabilidades y compromisos, o que han permitido que sus vidas sean esclavas de comportamientos adictivos. Ustedes serán un mejor confesor para ellos en la medida que permiten que el Señor calme sus propios temores. La gente confiará en ustedes cuando dicen “no tengan miedo” si lo dicen con la convicción de alguien que ha prestado atención a esas palabras él mismo. En todo esto, aprenderán que el sacerdocio realmente no es lo que imaginaban, es más.

El llamado de Jesús a una conversión que trae sanación continúa en esta escena del Evangelio en la medida que él muestra a sus discípulos sus heridas, moviéndolos hacia un mayor cambio de corazón. Él ofrece primero sus manos. Ellos conocen estas manos. Ellas tocaron al enfermo con un asombroso poder de sanación. Ellas levantaron a los muertos para volverlos a la vida. Estas fueron las mismas manos con las cuales él emotivamente sostuvo su vida y se la dio a ellos en el pan compartido y la copa de bendición, la noche antes de morir.

Luego él mostró su costado, el mismo costado donde el amado discípulo se inclinó y desde donde brotó sangre y agua mientras colgaba de la Cruz. En sus días con él, sus manos y costado ofrecieron tanta promesa y esperanza. Sus heridas son ahora un doloroso recordatorio de su derrota, la derrota que es parte de la existencia humana, lo incompleto de nuestros planes y esfuerzos, nuestras decepciones personales y las traiciones cuando otros nos decepcionan.

Recuerden que solamente cuando Jesús tocó las heridas de duda en Tomás pudo ese mismo discípulo, que dudaba, aceptar la invitación a creer que sus propias manos tenían el poder de tocar y sanar las heridas del Cuerpo de Cristo. Así que vean sus heridas como una gracia que les da poder para sanar a otros. Aquí es en donde Jesús viene a ustedes, cuando la promesa de nuestras vidas se encuentra con las limitaciones humanas y ustedes quedan con heridas. Dejar que él les toque allí les dará el coraje y el poder para llegar a los heridos que vienen a ustedes para sanación. 

Finalmente, el espíritu que él respira sobre ellos los envía. Perdonar se trata de enviar a la gente hacia adelante. Hoy, con el don del espíritu, ustedes están siendo enviados hacia adelante. Saldrán de esta catedral y esta celebración sabiendo que Cristo está con ustedes, abriendo un nuevo sendero adelante de ustedes. Mientras su celebración del sacramento de la penitencia respira el espíritu del Señor Resucitado en aquellos que vienen a ustedes, déjenlos con un sentido de esperanza de que un nuevo sendero se ha abierto para ellos, tratándolos siempre con respeto, admirándolos incluso si el paso hacia adelante que ellos toman es muy pequeño en su opinión. Lo que es importante es que caminan hacia adelante sabiendo que Cristo los envía y acompaña, justo como los envía a ustedes hoy.

Cuando Jesús resucitó de la muerte la primera cosa que hizo fue insuflar sobre sus discípulos el espíritu que lo trajo de la muerte, dándoles el poder de perdonar pecados. Asumir esta comisión de perdonar pecados siempre debe tratarse de respirar ese mismo espíritu en aquellos que vienen a ustedes para ser reconciliados, para ser traídos de vuelta de la muerte del pecado.

Esta es la razón por la que sus hermanos le dicen que el sacramento de la penitencia es tan satisfactorio en la vida de un sacerdote. Puede ser, como Jesús lo quiso desde el principio, una de las mejores experiencias de la resurrección de este lado de la eternidad.

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