Cardenal Blasé J. Cupich

Extraños unidos en la fe

jueves, junio 1, 2017

Hay una gran ironía que opera en nuestra vida litúrgica y oración pública. Venimos a un lugar, llamándonos una comunidad que afirma estar unida en lazos que ni la misma muerte puede romper, porque somos el cuerpo del Señor Resucitado.

Sin embargo, muchos de nosotros no nos conocemos ni nos hemos presentado nunca. Señalé este punto durante la ceremonia de confirmación para adultos en la Catedral del Santo Nombre el 9 de mayo. Las lecturas (Jn 10:22-30) narran el encuentro de Jesús con los no creyentes y hablan del pánico en la Iglesia primitiva después del martirio de Esteban (Hechos 11:19-26). Ellas ofrecen ideas para ayudarnos a comprender qué significa para nosotros los extraños decir que somos un cuerpo de Cristo. Lo que sigue es mi homilía.

El Evangelio establece el escenario. Narra la confrontación que tuvo Jesús con aquellos que exigen que dé cuenta de sí mismo, particularmente después que él sana al hombre que nació ciego. A pesar de que ellos han visto lo que ha hecho, sus ideas de lo que es verdad, lo que es posible con Dios, irónicamente los deja ciegos, en contraste con el hombre a quien se le ha dado su vista por Jesús.

En todo esto, Jesús deja claro que la fe es más que las creencias e ideas que tenemos. De hecho, le da la vuelta: la fe se trata de lo que nos sostiene, lo que define y es acerca de la historia que da significado a nuestra vida.

Un gran escritor espiritual una vez señaló que para que cualquiera de nosotros crea; no es tanto cuestión de hacer que Dios sea un factor importante en mi vida, entre todas las otras cosas que ocupan mi atención –mi trabajo, mi familia, mis aspiraciones– sino que se trata en cambio de aceptar que soy un factor en la vida de Dios, que soy parte de la historia de la obra redentora de Dios.

La lectura de los Hechos recuerda cómo los primeros cristianos se convirtieron en una parte de la historia de redención de Dios. Narra ese momento cuando el Evangelio fue difundido en el mundo. ¿Cómo sucedió eso? ¿Cuál fue la ocasión? Fue un momento de crisis y sufrimiento.

Los discípulos estaban traumatizados por el martirio de Esteban y estaban huyendo por sus vidas.  Sin embargo, Dios convierte esta historia de una comunidad que se dispersa para escapar hacia la seguridad en una historia sobre dispersar la semilla de fe. Fue precisamente en un momento de crisis, cuando el futuro del rebaño de Cristo parecía estar en riesgo de ser aniquilado que Dios tomó su dispersión llena de pánico a cada parte del globo y la convirtió en una siembra de la semilla de fe para todas las naciones.

Esa dispersión en un momento de persecución resultó en la difusión del Evangelio al punto que hoy en día, con toda la diversidad que conforma la familia humana, nosotros somos los beneficiados. Esa es nuestra historia y nos recuerda quiénes somos.

Venimos hoy aquí como gente que comparte los sufrimientos de los demás porque sabemos que, cuando lo hacemos, Dios está haciendo algo más de lo que imaginamos. Es una historia que también nos recuerda que somos gente orgullosa de abrazar la diversidad que es parte de la humanidad y de la iglesia, simplemente porque sabemos

que es el resultado de la obra redentora de Dios, cuando él convirtió un momento de crisis en una oportunidad para lanzar la semilla de fe extensamente. Esa es nuestra historia, la historia que mantenemos y que nos mantiene juntos, que define quienes somos, y confiamos en ella.

Proclamar nuestra historia es particularmente necesario en nuestros tiempos, porque el mundo ofrece otra narrativa, advirtiéndonos de no ser atrapados en cuidar de los enfermos, los pobres, el sufrimiento del mundo, aquellos que en nuestros días están huyendo de la persecución, guerra, hambruna y pobreza, para que no nos hagan exigencias a nosotros ni limiten nuestra libertad personal.

También está el mensaje, escuchado hoy en día con frecuencia, de temer a la gente que es extraña, diferente de nosotros, forasteros y extranjeros, para que no disminuyan o bajen los estándares de nuestra identidad o pureza nacional o cultural.

Pero la historia de Dios cuestiona esta lectura estrecha de la existencia humana y nos pide prestar atención a nuestra propia experiencia de cómo el sufrimiento de otros y la diversidad en la familia humana nos enriquece a todos. Todos hemos visto cómo un niño que ha nacido con graves discapacidades inspira virtudes de paciencia, empatía y compasión para otros en la familia, que de otra manera no sería posible. Nosotros también conocemos las innumerables contribuciones que la gente de cada territorio y nación ha hecho a nuestra nación y nuestra iglesia, mejorando nuestra experiencia humana precisamente porque son diferentes.

Sí, la mayoría de nosotros los que venimos aquí no nos conocemos los uno a los otros, pero sabemos la historia de cada uno, porque hemos hecho mutuamente el compromiso de ser un factor en la vida de Dios y tomar la tarea común de compartir su obra redentora al compartir el sufrimiento de los demás y dispersar ampliamente la semilla de fe de una manera que dé la bienvenida a la diversidad en nuestra iglesia. Esa es la historia que mantenemos y que nos sostiene y el por qué podemos decir con confianza a la conclusión de las promesas bautismales: “Esta es la fe de la iglesia. Estamos orgullos de profesarla en Cristo nuestro Señor”.

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