La festividad de Nuestra Señora de la Divina Providencia, que convoca bajo su manto a la comunidad puertorriqueña, se llevó a cabo el 15 de noviembre, con una misa en el templo San Luis Gonzaga, en Chicago, oficiada por el obispo Mark Bartosic. Esta celebración reúne cada año a la comunidad boricua de la Arquidiócesis de Chicago y ayuda a reafirmar la fe y la tradición cultural de este pueblo aún lejos de la isla. A propósito de esta devoción, escribe el padre Claudio Díaz Jr. en nuestro número de noviembre: “Cuando los primeros puertorriqueños vinieron a esta realidad [Estados Unidos] con sus sistemas tan complejos, con su racismo rampante, con sus crudos inviernos y actitudes tan frías, en un momento dado también se sintieron perdidos. Los coquíes ya no acunaban a sus niños, las estrellas ya no velaban por su sueño, los vecinos no se conocían y las guaguas se convirtieron en el “L” train. Por un momento quizás nos sentimos perdimos”. “Fue precisamente en ese instante histórico” continúa el padre Claudio, “cuando desde la isla del encanto nuestra tan excelsa madre nos tomó de la mano y nos dio identidad en el duro exilio cultural del momento. Providencia se convirtió en un símbolo de patria para todos los puertorriqueños, especialmente para aquellos fuera de la isla. Dio identidad a la diáspora boricua en los Estados Unidos; casi cinco millones de nosotros. Providencia no se limitó a ser una devoción popular entre los burguesitos isleños, los blanquitos y la nobleza isleña; fue madre para todos, capitalinos y jibaritos, blancos y negros, ricos y pobres, convirtiéndose, fuera de la isla, en todo aquello que es familiar para nosotros; nuestra música, nuestras tradiciones, nuestra comida, y nuestra realidad”.