El recién ordenado Juan Carlos Vargas Carrillo mira hacia el altar durante la procesión de apertura. Foto: Karen Callaway/Católico
Entre los cuatro sacerdotes que fueron ordenados el pasado 18 de mayo había un hispano, el padre Juan Carlos Vargas Carrillo, de 33 años. Su primera asignación es en la parroquia Nuestra Señora del Rosario, que es la unión de San Bartolomeo y San Pascal. Nacido en Chicago de padres mexicanos, el padre Juan Carlos creció en Pilsen y se formó en la parroquia de San Pío V, donde su mamá estaba muy involucrada. El espíritu de servicio y comunidad de esta parroquia fue decisivo para él. “Nosotros fuimos como un producto de todo el servicio que se da allí” dice el padre; “en esa parroquia mi mamá se sentía en casa, mi papá también. Y allí es donde yo empecé a tener este corazón de servicio”. Ese corazón de servicio fue creciendo hasta desembocar en el sacerdocio. “No fue algo de un día para el otro” dice, “sino que yo empecé a trabajar en San Pío, trabajé con jóvenes, en aquel tiempo Casa Juan Diego en el Centro Juvenil, y durante mi tiempo en la secundaria, que también era jesuita (Cristo Rey), pude seguir desarrollando ese amor al servicio”. Lo anterior lo expresó el padre Juan Carlos en una conversación con Alejandro Castillo para el programa La hora católica: Misa y más, que puede verse los domingos en Univisión a las 9 a.m. y en el canal YouTube de Chicago Católico. Llamado a servir Una vez que el padre se graduó de Xavier University, en Cincinnati, sacó su bachillerato en trabajo social. Esta vocación lo llevó a abogar por la justicia social; viajó mientras asistía a la universidad y después de graduarse pasó un año como voluntario de Mercy Corps en Guyana. “Ya durante esos cuatro años en que yo trabajé fue cuando realmente empezó a crecer en mi corazón el cómo servir” dice, “pero no solamente a mi manera, sino la manera en que Dios me quería llamar a servir”. Dice que en esa búsqueda se reveló su llamado: “A través de la oración, hablando con un director espiritual pude profundizar ese sentido de servir. Y dije ‘Dios me está llamando a servir en otra capacidad’”. Esa decisión resolvió la intranquilidad que a veces se expresaba. “Siempre estuve feliz” dice, “siempre alegre en el servicio. Pero a veces había una inquietud, no había una paz profunda. Ya una vez que yo entro al seminario empiezo a sentir esta paz. Siempre, cuando me preguntan ‘Juan, estás seguro que eso es para ti?’ ‘Claro’ les digo, siento esa paz que realmente, pase lo que pase, cualquier dificultad, cualquier problema, puedo regresar a casa y descansar y sentir esa paz. Decir ‘Dios me llamaba a servir de esta manera y voy a ser el instrumento que él quiere que yo sea’. El padre Juan Carlos tuvo desde un principio el apoyo de su familia. Cuando les contó a sus padres que quería ser sacerdote, su papá le dijo: “Ya era hora, ya lo había visto en ti”. A su mamá le costó un poco más. “Mi mamá todavía decía ‘Juan, pero es que tú a veces eres un poco irresponsable’ y todo esto. No fue hasta, yo creo que el tercer año de formación, que me ve en una parroquia y la gente viene y le dice ‘ay, su hijo nos da unas charlas’ y todo esto. Mi mamá ya me había visto hacer ministerio, pero solo al grupo de la parroquia, en San Pío, con ellos crecí. Pero ya después, en Sta. María del Pópolo empiezan a acercarse, “su hijo dio una muy buena charla el fin de semana pasado”. Y ya mi mamá dice “es cierto, como que sí va a ser padre”. Dice el padre que esto se dio por etapas de transición, que su familia le decía “¿y ahora te vamos a llamar Juan, o padre Juan? ¿te tengo que besar la mano?” (se ríe) y Juan respondía, “no, no, calmado”. Prioridades pastorales El padre habla de los retos de quien ha terminado su preparación como seminarista, la transición de haber vivido esa vida por seis años (cuatro años de seminario mayor y dos años de pre-teología) en los que él ya tenía un horario hecho, al momento de ahora, en que entrar en una parroquia y pone en práctica lo aprendido. “El balance entre ayudar a la gente, pero al mismo tiempo mantener viva mi vida espiritual” dice. “Porque fácilmente se puede convertir en un trabajo social, que lo sé, ya trabajé de esa manera. Entonces, es cómo realmente incorporar lo espiritual al camino de ayudar a la gente. Es una vocación, que quiere decir que en cualquier momento me pueden llamar y me toca servir, pero al mismo tiempo es cómo me estoy cuidando yo a través de eso. Creo que lo más difícil es que a veces voy a tener que decir no, poder darle prioridad a lo más importante y de alguna manera soltar lo que otras personas pueden hacer”. El padre habla del albergue de migrantes que se acaba de abrir en San Bartolomeo. Un reto, es “ver cómo podemos invitar a la gente que está allí” dice. “Visitarlos, ver qué necesitan. Yo sé que ahora tengo que aprender un poco más cómo funciona el sistema, qué procesos ellos están siguiendo. Pero también cómo acompañar a los vecinos que ya viven allí. Los parroquianos, algunos estarán un poco en alerta, ¿cómo va a cambiar esto nuestro vecindario? ¿qué va a pasar? Mi meta es ser ese puente, en vez de crear más tensión, ver cómo podemos caminar con los dos y de alguna manera, cómo unirlos a los dos”.