Área de Chicago

La comunidad hispana afirmó su esperanza durante un difícil 2020

Por Ely Segura
martes, diciembre 29, 2020

Mural que muestra a una enfermera en Chicago, durante la pandemia, el 21 de abril de 2020. Foto: Shannon Stapleton, Reuters/CNS

Está de más decir que 2020 fue un año difícil para todos. Para los católicos hispanos, este fue un periodo de valorar lo que tenemos y afianzar nuestra esperanza y nuestra fe.

“El 19 de marzo, cuando nos mandaron a trabajar desde la casa, tenía muchas preguntas sobre lo que estaba pasando” dice Yeni Rojas, trabajadora social del Departamento de Illinois para la Protección de Menores y Servicios Familiares. “Tenía la sensación de que ocurría algo muy grave y que nos lo estaban ocultando, como el fin del mundo. Pero no fue hasta que fui a las tiendas y no encontré desinfectantes y los demás productos necesarios cuando supe que era realmente una gran cosa”.

Ya que por su empleo se la considera trabajadora esencial, Yeni Rojas tenía que estar disponible las 24 horas del día, eso implicaba viajar y restablecer las dinámicas en casa. Avisaba a sus dos hijas adolescentes también en casa y a su madre de 70 años cuándo iba a llegar para que ellas no estuvieran cerca y así evitar posibles contagios. Su preocupación iba en aumento cuando ella misma era testigo de la gravedad de la situación; incluso algunos de sus compañeros perdieron la vida.

“Con la fe en Dios que siempre he tenido, estuve rezando. Mi fe era más fuerte que todo, le pedía a Dios que me cuidara y sabía que si yo estaba ahí era por alguna razón, pero de pronto me daba miedo”.

A pesar de múltiples noches de insomnio, de momentos de depresión y de cancelación de planes familiares (la fiesta de quinceañera de su hija menor ha sido pospuesta dos veces), Yeni ve luz a través de todo esto. Señala que el 50% de los casos de abuso de menores disminuyó, obtuvo un ascenso laboral y, sobre todo, ha podido celebrar junto a los suyos los eventos de importancia para la tradición familiar, como el Día de Muertos y el Día de Acción de Gracias.

“Espero que todos hayamos aprendido de todo esto, que seamos más responsables; ahora tenemos más herramientas e información para protegernos (sabemos que no todos los contagiados mueren)” dice Yeni. “Me siento optimista y pienso que si las cosas no mejoran al menos ya estamos más preparados”.

Miguel Cruz es parco en palabras. Cada mañana, al inicio de su jornada laboral, desde las 6:00 a.m., se persigna antes de conducir una de las camionetas de traslado de usuarios de la cadena de lavanderías al sur de Chicago para la que trabaja. “Este año ha estado bien para mí, tenemos igual o más trabajo en la lavandería, gracias a Dios, pero también fue un año que nos afectó a todos porque estamos encerrados”, dice entrecortadamente.

Cruz tiene tres niños que asisten a la escuela pública de Chicago de manera virtual; uno está en kínder y dos en primer grado de primaria. Comenta que a sus niños no les gustan las clases en línea, y que a pesar de que su esposa los atiende durante las clases le gustaría que los niños volvieran a las aulas.

Jessica Sandoval es ama de casa de una familia numerosa por quien ora todos los días. Tiene cuatro hijos; uno de 30, uno de 24, otro de 14 y uno de 13. En casa vive con tres de sus hijos, su esposo, una nuera y tres nietos.

Durante los primeros meses de la pandemia, Sandoval estuvo muy desanimada porque no podía asistir a la iglesia San Pancracio, a la que asiste desde hace casi treinta años. Desde que ésta fue reabierta, no ha dejado de participar con su familia en las celebraciones dominicales. “Volver a la iglesia ha sido un alivio para mí, me reconforta mucho”, reafirma. Joel Cervantes, su esposo, también se muestra agradecido porque a pesar de que casi todos se enfermaron en su trabajo (una empacadora de carnes) ha logrado mantener su empleo.

Para la familia Cervantes Sandoval la experiencia del aprendizaje en línea también ha sido traumática. “Los niños se desesperan, hemos tenido problemas con el internet y con las tabletas. Además, sus calificaciones han decaído; y es que la comunicación que ellos solían tener con sus maestros no es la misma” comparte Jessica Sandoval. Pese a ello, como padres no se sienten seguros de enviar a los niños a las escuelas si están reabrieran en los próximos meses. “Esta segunda ronda de la pandemia es más fuerte”, sostiene.

La familia Cervantes Sandoval ha establecido horarios fijos para que sus hijos puedan tener tiempo suficiente para atender sus deberes escolares, pero además para jugar en el patio, ver la tele o disfrutar del tiempo libre. “En casa hacemos también oración en familia, porque pase lo que pase, para nosotros Dios es el centro” agrega Jessica.

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