Área de Chicago

Padres Ángeles busca detener el ciclo de violencia en La Villita

Por Redacción Católico
jueves, junio 20, 2019

Miembros de Padres Ángeles durante una marcha en La Villita, en noviembre de 2014. Foto: Karen Callaway/Católico

Hace siete años, cuando Doris Hernández perdió a su hijo Freddy, de 20 años, los asistentes a la vigilia quedaron sorprendidos con sus palabras.

El lugar era el jardín de una casa en La Villita, donde unos pandilleros habían matado a su hijo. Recuerda que cuando llegó, unas señoras todavía trataban de limpiar la sangre.

Cuando le tocó decir unas palabras, Doris dijo que, aunque no lo conocía, perdonaba al asesino de su hijo, y llamaba a los muchachos presentes a que no buscaran la venganza.

Todos quedaron sorprendidos con este mensaje. Ahora, después de todo este tiempo, le preguntamos cómo logró transformar esa rabia en compasión.

“Es que tenemos que ser muy claros” responde. “El perdón nos sana y es un don de Dios. Yo no sé quién sería (el asesino), pero quise decir que lo perdonaba enfrente de todos los jóvenes que tienen ese deseo de venganza. Eso tiene que terminar y es difícil perdonar, pero no es difícil cuando Dios está en medio”.

Hernández recuerda que había 80 o 100 jóvenes reunidos. “Yo los veía y me daba mucha tristeza. Se me acercaban, me abrazaban y lloraban en mi hombro”.

Dice que, al abrazar a un muchacho, tuvo un pensamiento: “Señor, estos jóvenes necesitan más consuelo que yo. Ellos tienen el corazón roto por tantas cosas que pasan en sus hogares, en la escuela, en la comunidad, y ellos a lo mejor no te tienen a ti”.

Doris pensó en la necesidad de que alguien escuchara ese dolor que ellos llevan dentro, pero también en la necesidad de educar a los padres. “Hacer un grupo de papás, que vinieran a talleres con psicólogos o profesionales” dice Hernández. “Con terapistas que les ayudaran a ser mejores padres.”

Fue cuando conoció a Kathryn Bocanegra, una trabajadora social del programa comunitario Enlace. Bocanegra, que estaba embarazada, le dijo a Doris que quería que ella cuidara de su bebé cuando naciera.

“Yo me asusté” dice Doris, “‘yo no soy niñera’, le dije, ‘ni usted me conoce, yo no confiaría en una persona a la que le hubieran matado su hijo las pandillas. ¿Cómo es que usted confía en mí?’”

“Y ella me dijo ‘no sé, confío en usted y me gustaría que usted me lo cuidara’”.

Esta tarea, dice Hernández, fue una bendición en su vida. “Si no, yo no sé qué hubiera hecho, creo que hubiera enloquecido” dice y agrega que esa bebé que tuvo que cuidar se convirtió en una esperanza para ella. “Porque yo tenía que cuidarla, yo no podía estar llorando”.

Un día, Hernández le dijo a Bocanegra que le gustaría formar un grupo donde “las mamás pudieran aprender a manejar la ira, a resolver los conflictos sin violencia en sus casas, aumentar la autoestima en sus hijos, aun en ellas mismas”.

A la semana siguiente, Bocanegra llegó con un sobre, se trataba de fondos que el programa Enlace donaba para que Doris comenzara el grupo. El empujón inicial de Enlace fue fundamental, pero también lo fue el padre Tom Boharic.

Diálogo entre padres e hijos

Boharic, quien era entonces pastor asociado en Santa Inés de Bohemia, fue a bendecir la casa de Doris. Por ese tiempo Boharic estaba intentando, junto con miembros de la comunidad abrir un grupo para jóvenes en peligro de caer en pandillas, en tanto Doris buscaba abrir el grupo de apoyo para padres.

“Ambos grupos se estaban formando al mismo tiempo” dice Boharic, “y Doris y yo nos llevamos muy bien. Trabajamos mucho juntos en los primeros meses, mientras planeábamos todo”.

Después, Doris y su compañera Dolores Castañeda lo acompañaban a hospitales, especialmente si había algún muchacho herido de bala. “Organizamos marchas y vigilias de oración en el vecindario” dice Boharic. “Tratábamos de responder a los jóvenes que eran más afectados por estas balaceras”.

Hernández cuenta que Padres Ángeles ha llegado a tener hasta cien personas en sus talleres, donde en ocasiones Ferney Ramírez, uno de los terapistas, hace un diálogo entre padres e hijos que termina de manera emocional, con fuertes abrazos.

Mientras los terapistas imparten estos talleres, Doris, en compañía de Dolores Castañeda, cuidan a los niños, les imparten manualidades y otras actividades.

“Las manualidades son fundamentales para nosotros” dice Doris, “porque a los niños les encanta. Ellos son los que jalan a las mamás.”

Raíces de la violencia

Dolores Castañeda tiene cuatro hijos y a una hija le dieron un balazo cuando estaba en la secundaria. “Gracias a Dios ella sobrevivió” dice.

Castañeda ha experimentado la violencia en la comunidad de La Villita y le preocupa que esta se esté normalizando. Cuando recién llegó a Chicago, procedente de México, le impresionó saber que a un vecino le habían matado un hijo, pues no estaba acostumbrada a ese tipo de violencia en su pueblo natal. “Vi que aquella familia se fue apagando por el dolor de la pérdida del hijo” dice.

“Yo quería entender las raíces de la violencia” dice Castañeda.

Cuando se le pregunta por esas raíces, Castañeda menciona la precariedad laboral de la gente, y explica que los padres a veces tienen que trabajar dos empleos para proveer por sus familias.

Otro factor, dice, es que las escuelas pongan a los alumnos la etiqueta de “niños problema” con mucha facilidad.

“Lo sacan de la escuela, pero no buscan una solución” dice Castañeda. “¿Qué hay detrás de este niño con problemas? Tal vez familias disfuncionales o tal vez le están haciendo bullying. Tenemos que ver qué pasa con él. No lo echen a la calle, porque va a terminar en la cárcel, o con alguna condición, o va a morir”.

Otro factor, dice Castañeda, es la falta de inversión en su comunidad. Menciona que en un área de casi cien mil personas hay apenas dos parques, Piotrowski y La Villita Park. En el primero, dice, hay cinco o seis columpios y en el segundo, otros seis. “Esto, cuando nuestra población tiene abundancia de niños y jóvenes” afirma, y asegura que hay una muchedumbre de niños haciendo fila para subir a un columpio.

Hernández y Castañeda van a menudo a los funerales en el barrio y hablan con los muchachos como si fueran sus hijos. Muchos miembros de las pandillas ya las conocen. El pasado Día de Acción de Gracias las invitaron a comer con ellos en el parque. “Doris y yo allí estábamos con mucho frio” dice Castañeda. “Ellos cocinaron y hablaron y luego en Navidad comimos con ellos.”

Padres Ángeles ha llevado su mensaje a varios foros, tanto parroquias como universidades. “La violencia viene desde antes que nace el niño nace” dice Hernández, “cuando la madre no recibe los cuidados adecuados. Ya a ese niño le empezamos a crear traumas desde el vientre materno, entonces la violencia viene de la injusticia”.

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