Estados Unidos

Declaración del cardenal Blase J. Cupich, arzobispo de Chicago, sobre la masacre de niños en Uvalde, Texas

Por Cardenal Blase J. Cupich
miércoles, mayo 25, 2022

Gente afuera de SSGT Willie de Leon Civic Center, a donde estudiantes fueron transportados desde la escuela primaria Robb después de la balacera en Uvalde, Texas, el 24 de mayo. Foto: Marco Bello, Reuters/CNS

Hoy un hombre armado entró a una escuela primaria en Uvalde, Texas, y asesinó a por lo menos 18 niños. El hombre que disparó presuntamente mató a su abuela antes de manejar hacia la escuela. Las autoridades dicen que el sospechoso está muerto. Tenía 18 años.

A los padres se les dijo: “Por favor no recojan a los estudiantes en este momento. Los estudiantes deben ser contabilizados antes de que sean entregados a su cuidado”. Imaginen ser un padre/madre con un niño en esa escuela. Imaginen tener que enterrarlos.

Los padres ahora enfrentan una demora en la identificación de las victimas; tal fue la extensión del daño hecho a los cuerpos de estos niños por las armas del asesino.

La NRA (Asociación Nacional del Rifle) tiene su reunión anual el viernes en Houston, aproximadamente 300 millas al este de la masacre, menos de un año después de que el gobernador de Texas firmó como ley un proyecto de ley que permite a personas sin licencia o capacitación portar armas de fuego.

Todavía no sabemos si el hombre armado de Uvalde aprovechó la “portación sin permiso” pero sabemos que Estados Unidos está inundado de armas. Tenemos más armas de fuego que personas.

No siempre fue de esta manera. Pero más estadounidenses fallecieron por violencia con armas en 2020 que en cualquier otro año que se tenga registrado: más de 45,000. Eso fue un aumento de 25% con respecto al 2015, y un 43% de aumento con respecto al 2010.

Hoy en día, los tiroteos masivos se han convertido en una realidad cotidiana en Estados Unidos. Dos personas fallecieron y siete fueron heridas la semana pasada durante un tiroteo masivo justo bajando la calle de la Catedral del Santo Nombre. El pasado fin de semana en Chicago, 28 personas fueron baleadas.

El tamaño de la crisis y su horror puro hace que sea demasiado fácil levantar las manos y declarar: nada se puede hacer. Pero ese es el consejo de la desesperación y nosotros somos un pueblo de esperanza. ¿Qué esperamos para nuestros niños?

¿Que como una característica regular de su educación, aprendan cómo comportarse en caso de que un tirador ataque? ¿Que se sientan en peligro por simplemente hacer lo que la sociedad dice que es bueno para ellos: ir a la escuela? ¿Que lleguen a preguntarse si siquiera tienen futuro?

Esta noche nuestras ondas de radio se llenarán de expertos que ofrecen predecibles lamentos y advertencias, y desaprobaciones, y pensamientos y oraciones.  Y debemos orar: por las víctimas, sus seres queridos, por los padres que enviarán a sus niños a la escuela mañana.

Debemos llorar y empaparnos en el dolor que viene con el conocimiento de que estos niños de Dios fueron asesinados por un hombre que solo era unos años mayor que ellos. Pero luego debemos armarnos de valor para actuar frente a lo que parece una desesperación insuperable.

Sabemos que las medidas de seguridad de armas hacen la diferencia. Un estudio de Northwestern Medicine de 2021 encontró que la Prohibición Federal de Armas de Asalto evitó 10 tiroteos masivos durante los 10 años que estuvo en efecto. https://news.northwestern.edu/stories/2021/03/assault-weapon-ban-significantly-reduces-mass-shooting/

Los investigadores también determinaron que si la prohibición hubiera permanecido vigente en los años transcurridos desde que se permitió que expirara, podría haber evitado otros 30 tiroteos masivos públicos que mataron a 339 personas e hirieron a otras 1139.

Mientras reflexiono sobre esta última masacre estadounidense, sigo regresando a las preguntas: ¿Quiénes somos como nación si no actuamos para proteger a nuestros niños? ¿Qué amamos más: nuestros instrumentos de muerte o nuestro futuro?

La Segunda Enmienda no descendió del Sinaí. El derecho a portar armas nunca será más importante que la vida humana. Nuestros niños tienen derechos también. Y nuestros oficiales electos tienen una obligación moral de protegerlos.