Estados Unidos

El racismo sistémico es real, y todos los estadounidenses juegan un rol en abordarlo

Por Obispo Horace E. Smith y cardenal Blase J. Cupich
martes, septiembre 29, 2020

Marcha en Louisville, Ky, por Breonna Taylor el 25 de septiembre. Foto: Eduardo Muñoz, Reuters/CNS

Este artículo apareció en la sección editorial de Chicago Tribune el 25 de septiembre de 2020. Se reproduce con permiso de los editores.

 

Ha sido un verano de angustia para los afroamericanos. Seis meses después de que Breonna Taylor fuera asesinada a tiros por oficiales de policía de Louisville en una redada fallida contra las drogas, una vez más la nación está embargada por el dolor, la ira y la desesperanza ante el espectáculo de otra persona joven afroamericana asesinada por la policía; y nadie ha sido acusado por su asesinato. Después de tres días de deliberación, un gran jurado en Kentucky ha acusado a un ahora ex oficial de policía con poner en peligro de manera imprudente a los vecinos de Taylor, a pesar de que fue ella quien terminó muerta.

Escribimos en nombre de un grupo de pastores que también incluye a Rev. Ira J. Acree, pastor senior de Greater St. John Bible Church; Rev. Chris Harris, pastor de Bright Star Church Chicago;  Rev. Marshall Hatch, pastor senior de New Mount Pilgrim Baptist Church; y Rev. Otis Moss III, pastor senior de Trinity United Church of Christ.

Como pastores que ministran a familias negras, morenas, asiáticas y blancas, nos enfrentamos una vez más con la terrible pregunta: ¿Por qué sigue sucediendo esto y qué podemos hacer al respecto? Después de hacer nuestra parte para curar las profundas heridas psíquicas de nuestros feligreses, vecinos, amigos y familiares, nos quedamos preguntando, ¿ahora qué? Orar por la paz, marchar por la paz, trabajar por la paz; sí, la paz. Esto es para lo que se supone que son los cristianos, creyendo como lo hacemos en el Príncipe de Paz. ¿Y quién podría argumentar en contra? Frente a la violencia sin sentido, somos llamados a asumir la responsabilidad de construir una cultura de no violencia.

Pero, aunque la paz puede ser necesaria para la causa, es insuficiente, porque crear una cultura de paz requiere algo que asegure su permanencia. Ese algo es lo que llamamos justicia.

La justicia es una cosa compleja.  Necesita un trabajo arduo. Requiere sistemas de transparencia, vigilancia, equidad y responsabilidad. Necesita personas que evalúen y resistan sistemas de injusticia. Uno de esos es el racismo. Hemos escuchado a aquellos que afirman que no hay tal cosa como un racismo sistémico. Se nos ha dicho que el racismo es algo que pervierte los corazones de mujeres y hombres y que en ausencia de racistas declarados —de los cuales todavía tenemos un número no pequeño en este país— no puede haber un sistema racista.

Puede ser reconfortante para las personas que nunca han experimentado prejuicio racial cuando reflexionan sobre sus vidas y no pueden identificar momentos en que se hayan comportado de maneras racistas. Miren, algunos pueden decir, los avances que ha hecho nuestra sociedad desde la era de la esclavitud institucionalizada. Sí, a nuestros hermanos y hermanas de raza negra ya no se les hace usar bebederos diferentes, ni son explícitamente excluidos de tiendas “Solo para blancos”, ni comprados y vendidos como esclavos, todos casos de injusticia sistémica.

Pero nuestra fe cristiana exige más que un reconocimiento de las ganancias. Requiere que hagamos un examen de conciencia, no simplemente nuestras conciencias individuales, sino colectivamente, como nación. Somos llamados a examinar nuestros diferentes sistemas sociales y gubernamentales y preguntar si son portadores de justicia o su opuesto.

No tenemos que mirar muy atrás en la historia de Chicago para ver uno de los ejemplos más notorios de racismo sistémico: compra de contrato, la práctica de ventas y precios de vivienda predatorios que socavaba la capacidad de las familias de raza negra de acumular riqueza como podían hacerlo las familias blancas.

No podemos apartarnos de la propia historia de la iglesia, especialmente cuando se trata de las congregaciones mono-étnicas y mono raciales. Y vemos otras maneras en las cuales las personas de color están sistémicamente en desventaja: las tasas de desempleo son mucho más altas para las personas de color, la riqueza media de las personas blancas es aproximadamente 10 veces de lo que es para las personas de raza negra; calidad y disponibilidad de la educación —por ley— cuidado de la salud, transporte, incluso los supermercados, son todos mucho peor para los estadounidenses de raza negra. Estas disparidades no son accidentales. Ellas son resultado inevitable de sistemas diseñados a través de la hostilidad o negligencia para hacer más difícil para los estadounidenses de raza negra florecer, o incluso sobrevivir.

Como lo señaló la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos en su carta reciente, “Abramos nuestros corazones”: “El racismo sólo puede terminar si nos enfrentamos a las políticas y barreras institucionales que perpetúan y preservan la desigualdad —económica y social— que aún vemos a nuestro alrededor”.

Es esa última parte la que puede ser más difícil. Porque ver la injusticia es solo el primer paso en el camino a la justicia. Dar ese paso significa ser capaz de poner a un lado los propios temores y sensibilidades alrededor del problema de la injusticia racial. Significa ver los temores de aquellos que puede que no luzcan como nosotros, ni vivan cerca de nosotros, ni sean capaces de pagar lo que podemos pagar; ver sus aspiraciones, su deseo de vecindarios seguros, buena educación, oportunidades laborales significativas. Significa, en una palabra, cultivar empatía.

Para las personas de fe significa ver unos a otros no como competidores en una competencia cultural, como si el éxito de un tipo de persona requiere el fracaso de otra. No, somos llamados a mirarnos unos a otros como Dios nos mira, como responsables unos de otros, como hijos del Creador que nos creó a su imagen, y que no quiere nada más para su familia que una vida de paz duradera garantizada por una justicia permanente. O, para decirlo de otra manera, como lo hizo el papa Pablo VI: “Si quieres la paz trabaja por la justicia”.

 

El obispo Horace E. Smith, M.D., es pastor senior de Apostolic Faith Church. El cardenal Blase Cupich es el noveno arzobispo de Chicago.