Área de Chicago

Reflexión sobre la trayectoria del ministerio hispano dentro de la diversidad eclesial arquidiocesana (Primera parte)

Por Hna. Dominga M. Zapata, S.H.
miércoles, noviembre 29, 2017

La hermana Dominga Zapata escucha a los oradores en la Caminata por la Paz a través de Englewood, el pasado 14 de abril. Foto: Karen Callaway/Católico

Esta reflexión hace un recorrido por la historia que el ministerio hispano ha seguido en la Arquidiócesis de Chicago. Es un documento importante para entender la lucha de la comunidad católica hispana por consolidar sus espacios, con rumbo al V Encuentro.

I. Contexto eclesial arquidiocesano

Nos ayudaría hoy, como liderazgo hispano, a profundizar nuestra propia identidad y nuestro propio compromiso y responsabilidad bautismal en la renovación de la Iglesia y el desarrollo de fieles discípulos/as misioneros/as desde la realidad concreta.

Una breve historia de nuestra trayectoria hispana arquidiocesana.  En 1919 comenzaron las primeras Misas en español en las casas.  En 1928, se estableció la primera parroquia para servir a la comunidad hispana, Nuestra Señora de Guadalupe, como respuesta a la presencia y necesidades de la comunidad mexicana quien trabajaba en las fundaciones y el ferrocarril al sur de Chicago. Con la llegada de la comunidad puertorriqueña en los 50, se estableció la oficina de Caridades Católicas en el norte de la ciudad. Por mucho tiempo estas dos comunidades crecieron por sus propios caminos, en una separación pastoral local.

A partir del proceso de los Encuentros Pastorales Nacionales, la pastoral hacia la comunidad hispana comenzó a tener una estructura a nivel arquidiocesano.  El I Encuentro Pastoral Arquidiocesano se celebró en 1974.  Como resultado de dicho Encuentro se desarrolla un Plan Pastoral de la Comunidad Hispana y en 1978 el cardenal Cody aprueba dicho Plan. Como resultado, se establece la primera Oficina de la Pastoral Hispana Arquidiocesana dirigida por el obispo Hayes.  Pero no se implementa nada más del Plan aprobado.

En 1988, el cardenal Bernardin nombra un comité para evaluar la Pastoral Hispana Arquidiocesana. Este somete al Cardenal la propuesta de regresar al Plan del I Encuentro Pastoral Arquidiocesano (diez años después de su aprobación) para la integración de la comunidad hispana.

En 1992, bajo las nuevas estructuras de la Arquidiócesis, el personal arquidiocesano para el ministerio hispano (consultor y coordinadores de vicariato) es parte de la Oficina de Ministerios Étnicos compuesto por un director de dicha oficina y consultores para las diferentes comunidades étnicas en la Arquidiócesis. Esta nueva estructura integra algunas de las propuestas del Plan de 1978: coordinadores para la pastoral hispana en cada vicariato y un Consejo Pastoral del Cardenal para el ministerio hispano. La Consultora del Ministerio Hispano es también Consultora de la comunidad de Nativos Americanos.

El II Encuentro Pastoral Arquidiocesano en 1994 se basa en las conclusiones del III Encuentro Pastoral Nacional Hispano para el desarrollo de un Plan de integración. Este fue aprobado en 1997 por el Cardenal George.  Dicho Plan comenzó a establecer medios para la integración de la comunidad hispana en todas las estructuras de la Arquidiócesis. 

Después de grandes esfuerzos y resultados en la búsqueda de una auténtica integración eclesial arquidiocesana, la pastoral hispana vuelve a vivir varios años de grandes vacíos que conducen a perder la visión de los Encuentros y del Plan Pastoral Arquidiocesano aprobado.  Hoy, después de 23 años del II Encuentro Pastoral Arquidiocesano, confrontamos el desafío del III Encuentro Pastoral Arquidiocesano como parte del proceso del V Encuentro Pastoral Nacional. La distancia de dichos procesos quizás ha de hacer más difícil el recobrar algo de los deseos y esperanzas de la historia de la trayectoria del ministerio hispano arquidiocesano. 

Pero es indispensable saber aprovechar este “momento oportuno” para poder ubicar la continuación de nuestra trayectoria dentro de las prioridades arquidiocesanas de Renueva mi Iglesia y el V Encuentro Pastoral Nacional Hispano.  No hemos de quedarnos con quejas y penas por los desvíos de nuestra trayectoria. Será nuestro liderazgo lo que ha de marcar el futuro del pueblo hispano y su aporte a una auténtica renovación eclesial arquidiocesana.  Hemos de estar atentos al desafío de saber escuchar y acompañar al pueblo que espera de un liderazgo comprometido y sabio con la fuerza del Espíritu Santo. La voz profética de un pueblo pobre y marginado de varias maneras será como los clamores que siempre Dios ha escuchado de sus pequeños. Es así como se ha de recobrar la fidelidad en la búsqueda de la voluntad del Padre y desde la situación humana de hoy día. Nos podemos sentir parte de muchos de los líderes que desean y pueden renovar el deseo y el compromiso como una Iglesia que renace desde el pueblo.

Somos un pueblo capaz de ser unido desde la diversidad que nos distingue. Nuestra unidad en la diversidad de la Iglesia arquidiocesana podrá reflejar ese mismo Dios a quien buscamos como su pueblo llamado y enviado no solo a renovar su Iglesia sino a transformar la sociedad y el mundo.  El pueblo hispano de Estados Unidos declaró en el II Encuentro Pastoral Nacional Hispano (1977): “Unidad en la diversidad será nuestra propia contribución a la Iglesia y la nación en Estados Unidos.”

El contexto eclesial como parte de la trayectoria del ministerio hispano nos ha de ayudar a ubicarnos de nuevo como pueblo hispano aquí y ahora.  Así nos lo ha pedido el Espíritu Santo a través de Papa Francisco cuando nos recordó que este es un “momento oportuno” porque es un cambio de época (no época de cambio como siempre lo ha sido).

También nos puede iluminar la interrelación entre Pentecostés y Babel.  Babel refleja la diversidad como impedimento al entendimiento mutuo y a la unidad de corazón y pensamiento. Pentecostés no presenta obstáculo alguno para el entendimiento mutuo ni a la unidad de corazón y pensamiento; sino que la diversidad es reflejo del Dios Trino, uno en Tres.  Permitamos pues el soplo del Espíritu Santo en toda nuestra arquidiócesis, su variedad de culturas y generaciones para así lograr una auténtica unidad en diversidad.  Solo así podremos proclamar desde el lugar de los pequeños que ser católico/a significa que las enseñanzas y valores del Evangelio son universales y que enriquecen a toda vida humana.

El papel que cada uno de nosotros asumamos como líderes de este pueblo que clama al Dios de justicia y amor, ha de ser de suma importancia dentro de este contexto eclesial.  Nuestro liderazgo como discípulos misioneros ha de ser desde la unidad en la diversidad de naciones y generaciones – sin dejar a nadie fuera de su participación.  Dicha importancia exige una madurez y transformación de un liderazgo comprometido dentro del cambio de época.

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