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Mensaje de Cuaresma del cardenal Blase Cupich

Por Redacción Chicago Católico
martes, febrero 28, 2017

Imagen tomada durante la liturgia de la Pasión el Viernes Santo en Catedral del Santo Nombre, en abril de 2012. (Karen Callaway/Católico)

La contaminación acústica de la sociedad moderna se vuelve más molesta cada año. Estamos bombardeados por el ruido del tráfico, los aviones, el equipo de oficina, los electrodomésticos, los televisores y las conversaciones de teléfonos celulares. Lo extraño es que rara vez parecemos darnos cuenta del aumento del ruido, porque hemos aprendido a vivir con ello o porque simplemente lo bloqueamos.

Sin embargo, pagamos un precio por los crecientes decibelios en la era moderna. Además del peligro inmediato de la pérdida de audición debido a la exposición a largo plazo a altos niveles de ruido, también sufrimos de un aumento de estrés e irritabilidad por causa de esta estimulación excesiva.

La Cuaresma es un periodo de silencio. Es un tiempo para entrar en el desierto, como lo hizo Jesús durante 40 días. Es cierto que el silencio puede hacernos sentir incómodos. Tal vez sea porque el silencio nos obliga a pensar, a sentir, a estar en contacto con esas zonas profundas de nuestras vidas donde una sensación de vacío o de insignificancia puede estar al acecho en nuestros corazones.

A lo largo de los Evangelios se nos presenta a Jesús retirándose solo y en silencio para orar. Los evangelistas registraron de manera repetida tales retiros del ruido del mundo, no sólo para decirnos algo acerca de Jesús, sino también acerca de los que le siguieron. Ellos también descubrieron que el silencio nos lleva a la presencia divina. Meister Eckhart, un dominico alemán del siglo XIV, lo dijo muy bien: “No hay nada en toda la creación tan parecido a Dios como el silencio”.

Esta Cuaresma he pedido a nuestros pastores que inviten a sus comunidades a tomar un tiempo extra para el silencio durante la misa, sobre todo después de la comunión. De hecho, la iglesia reconoce el valor del silencio en determinados momentos de la misa como una manera de absorber calladamente los grandes misterios que celebramos. Dar tiempo al silencio después de la comunión puede ser una gracia especial para cada uno de nosotros y para nosotros como comunidad de culto. Oramos activamente a Dios por nuestras necesidades y elevamos nuestras voces en cantos de oración. Sin embargo, necesitamos este momento de silencio para permitir que Dios nos hable. Eso significa irnos quedando en silencio, abstenernos incluso de rezar y estar conscientes de lo que Jesús nos dice: vivimos en Dios y Dios en nosotros.

Les invito de manera especial, a introducirse en el silencio durante estos 40 días; no como un lugar de miedo, sino como el lugar donde encuentran al Dios vivo, que quiere hablar con ustedes. Dense el regalo del silencio . Descubrirán lo que hizo Eckhart hace siglos: “No hay nada en toda la creación tan parecido a Dios como el silencio”.

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