La palabra reliquia viene del latín reliquiae. Se refería a un objeto, en su mayoría una parte del cuerpo o una parte de la ropa que quedaba como un memorial o recordatorio de un santo fallecido. Esta tradición y la veneración de reliquias están asociadas con otros sistemas religiosos además del cristianismo. Los huesos del Persa Zoroastro o las reliquias de Buda dan testimonio de esta práctica. En la Iglesia lo vemos desde sus principios de fundación, como por ejemplo… el Santo Sudario, el velo de la Verónica y las reliquias de la Santa Cruz. La doctrina concerniente a la veneración de las reliquias como la conocemos hoy en día se encuentra desde los documentos del Concilio de Trento en el siglo XVI donde se les exhorta a los obispos y demás pastores a educar a los miembros de su rebaño diciéndoles que “los santos cuerpos de los santos mártires y otros que ahora viven con Cristo, cuyos cuerpos fueron los miembros vivos de Cristo y templos del Espíritu Santo”, Cor., I. vi, 19, los cuales están a su lado para ser resucitados en la vida eterna y glorificados deben de ser venerados por los creyentes, puesto que a través de estos cuerpos muchos beneficios y gracias, fueron dadas... La justificación de esta práctica tan católica, la cual es sugerida en este Concilio en referencia a los cuerpos de los santos como templos del Espírito Santo y destinados al más allá para ser eternamente glorificados, se desarrolla aún más en el Catecismo Romano. Se recuerdan las maravillas vistas en las tumbas de los mártires donde los ciegos y los enfermos fueron restaurados a la salud, los muertos fueron resucitados y los demonios expulsados de los hombres por testigos como San Ambrosio y San Agustín... La importancia de las reliquias reside en varios puntos: La creación de Dios (“Y Dios vio que era bueno”), el misterio de la Encarnación, la relación de la materia con Dios y la relación de la humanidad con Dios. La noción de los santos está directamente ligada a las reliquias. A través del bautismo todos estamos llamados a la santidad. Por esta misma condición estamos llamados a la eternidad. La vida con la muerte no se acaba, se trasforma. El santo es un testigo y testimonio de lo anterior. Las antiguas prácticas del santoral, el nombre con que se bautiza un niño, los santos locales, como en las fiestas patronales, los santos especializados como San Antonio (“San Antonio dame un novio, dame un novio”) y los santos nacionales, como la lnmaculada Concepción o la Virgen de Guadalupe remarcan la importancia de los santos para el latino. Para nosotros no solo son intermediarios sino amigos cotidianos. ¿Qué es un santo?... Es un modelo para nosotros. Los santos fueron personas como nosotros que desarrollaron una sensibilidad a todo lo que es bueno, a todo lo que es de Dios. Vivieron el seguimiento de Jesús de una manera muy especial. Como ejemplos tenemos a: Santa Teresita del niño Jesús, San Francisco de Asís y Santa Isabel Seaton. La promesa es la misma. Por los méritos de la vida, pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo se ha hecho una promesa. Dios hace maravillas a través de aquellos que se dejan usar por Él y algún día, si le somos fieles, nuestros cuerpos glorificados se sentaran a la mesa del Señor en las bodas eternas del Cordero. El Concilio insistió en que en la invocación de los santos, en la veneración de las reliquias e imágenes sagradas, toda superstición debe ser removida y abolida. La Iglesia no promueve la creencia de adjudicarles atributos mágicos o eficacia curativa residiendo en la reliquia misma. Somos una religión y cultura muy física. Lo vemos en el uso de las imágenes, flores, incienso, lo táctil de nuestros sacramentos y demás... Creemos que la gracia de Dios puede tocar toda nuestra vida, que no está limitada al espíritu... La gracia de Dios puede tocar todas las dimensiones de un ser humano. Esta fisicalidad adquirió connotaciones diferentes en la iglesia del Medio Oriente donde el énfasis no era el cuerpo sino la imagen, los íconos como representaciones del efecto divino en lo humano. En el Occidente el cuerpo adquirió relevancia. De ahí surgen: La superstición romana sobre los muertos, las primeras eucaristías en las catacumbas, el concepto de la piedra del altar, la práctica, particularmente en Roma de desmembrar a los cadáveres, y la multiplicación y ventas de reliquias. El sentido de devoción debe de estar suscrito al conocimiento que tengamos del concepto de reliquia y ultimadamente a un acto de fe. Es este último elemento el que hace la gran diferencia entre un hueso y una reliquia. ¡Qué Dios Todopoderoso nos ayude a lograr el encuentro de lo creado en búsqueda de lo eterno, lo divino y lo infinito!