Durante su pasión y muerte, Cristo tuvo que encarar muchas cosas terribles. Pero aun así, nada detuvo su misión. No lo detuvo el abandono de sus discípulos ni la burla de los incrédulos. No lo detuvo el abuso de los soldados ni la soledad de un sepulcro prestado. Inclusive no le mortificó el bajar a los infiernos, donde yace la semilla del pecado y el orgullo de satanás en su forma más pura, sino que salió de las entrañas de la tierra victorioso, luminoso y glorioso para darnos la herencia de la vida eterna. La Resurrección de Jesucristo es el misterio central de nuestra redención. Señal del amor de Dios, generoso, fructífero e inefable. De esa manera toda la naturaleza ha sido redimida por la insurrección Jesús. Dios ha roto las cadenas del pecado y de la muerte, dándonos un lugar en la gloria eterna. La Resurrección de Jesucristo anuncia que el amor de Dios es mucho más grande que cualquier otra realidad que nos podamos imaginar. La Buena Nueva adquiere un carácter especial de inclusividad y redención para todos. Ninguna derrota es final y ninguna vida queda sin esperanza. ¡Nuestros Dios nos ha hecho una promesa! El ciclo de la vida humana no está limitada en el nacimiento y muerte física. La gracia de Dios y su sacrifico en el Calvario nos han salvado. “La muerte, ¿Dónde está la muerte? ¿Dónde está mi muerte? ¿Dónde su victoria?”. Nada puede tocar nuestras almas. Aunque tengamos pérdidas, retos y desafíos, nada tiene la última palabra, ni siquiera la muerte. La última palabra ha sido dada por Cristo y es Resurrección. Luego entonces, a imitación de Maria Magdalena y de los dos apóstoles Pedro y el discípulo amado, corramos al sepulcro y veámoslo vacío, con los ojos de la fe. Retornemos a nuestros hogares victoriosos, a nuestras cenas de familia, los huevos de Pascua, las flores con tonos primaverales y al encuentro con nuestros amigos. Recordemos que Cristo vivió, sufrió, murió y resucitó por nosotros y nuestra salvación. ¡Felices Pascuas de Resurrección!