Padre Claudio Díaz Jr.

¡El Señor ha resucitado y decimos Aleluya!

martes, abril 5, 2022

Con un sepulcro vacío Jesús nos demuestra que nada ni nadie tiene la última palabra. Ni las crisis económicas, ni las crisis de salud. Ni el abandono de los amigos, ni los problemas en el hogar. Ni siquiera la misma muerte manda, pues el que manda es Cristo “porque es Cristo quien vive en mí”. La muerte, el pecado y el demonio han sido vencidos con una resurrección luminosa, esperanzadora y permanente. Esto para nosotros representa un llamado.

Dentro del plan de Dios para la salvación del ser humano, a través de la resurrección de su unigénito hijo, tenemos una invitación al banquete eterno. La misma nos exhorta a crear, contribuir y apoyar una nueva civilización de amor que comienza aquí en la tierra y culmina con las bodas del Cordero Pascual en la eternidad de la casa de nuestro Padre Dios. Tenemos que estar listos para ocupar nuestro lugar en la mesa celestial. Pero ese lugar no es uno que genere prestigio, estatus o superioridad. No es cosa de sentirnos los primeros en el cielo sino de ser los últimos en la tierra.

Ser último implica el estar listo. El estar listo se basa en reconocer los talentos, capacidades, recursos y ponerlos al servicio de los demás. Tenemos un deber para con nosotros mismos y para con los demás, el cual nos lleva a pensar, hablar y actuar para el beneficio de todos los miembros del Cuerpo de Cristo.  A cada uno de nosotros se nos ha encomendado una misión: la de ser último, la de servir, la de abogar por otros. Esta misión nos lleva a vivir nuestra fe con compromiso, con entusiasmo y con vigor a la luz de la vida cristiana. Vida cristiana vivida en el mundo (en la realidad), para el mundo (el prójimo) y por el mundo (su salvación). Estamos llamados a ser personas de fe. La misma tiene que ser ejercitada en lo tangible, lo inmediato y lo cotidiano. Todo lo que nos rodea debe ser visto con los ojos de la fe. Es dentro de este marco donde lidiamos con desafíos de salud, guerras, emigración, violencia doméstica y participación cívica, entre otros. No es limitar la Iglesia a los confines de sus muros sino el llevar esa misma Iglesia al pueblo, al mundo, a los demás…

Hermanas y hermanos, tenemos que deshacernos de nuestra apatía, indiferencia y cinismo, dándole paso a una fe viva, resonante y fructífera. Para esto tenemos que utilizar todo nuestro conocimiento, recursos y todo nuestro ser. El fracaso de no utilizarlos con este sublime propósito, el bien colectivo, es el fracaso colectivo del cristiano. Nuestras acciones nunca pasan desapercibidas. Nuestras obras de bondad, misericordia y justicia son actos humanos ordinarios y piedras preciosas ante los ojos de Dios. Pueblo católico de Chicago, pongámonos al servicio de los demás. Seamos aquellos sentados en los últimos asientos para que Dios, omnisciente, omnipresente y omnipotente, en su divino amor, nos invite a acercarnos más a Él. No nos conformemos con ver la Pascua como una hermosa ceremonia llena de flores y de luz. Seamos parte de esa luz para que viviendo una vida terrenal en Cristo podamos encontrarnos con él la Pascua eterna. ¡Felices Pascuas!

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