Padre Claudio Díaz Jr.

La locura de la cruz

jueves, agosto 29, 2019

El evangelio del vigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario de este año tiene la tendencia a hacer sentir incómodos a muchos. Nos pide un precio muy alto por seguir a Jesús. Nos pide imitarle en su perseverancia, valor y servicio a los demás; seguir el ideal cristiano hasta sus últimas consecuencias. A esta disposición le llama el teólogo Teilhard de Chardin “la follie de la croix”, la locura de la cruz. Dios se volvió loco de amor por su pueblo al enviar a su unigénito hijo a morir para darnos vida eterna. Dios lo dio todo. Igualmente hay que “estar loco” para seguir a Cristo, particularmente por lo que al mundo le concierne, y darlo todo.

Nadie disfruta el sufrimiento. A nadie le parece bien el sufrir y aun así las escrituras nos piden entender y aceptar el dolor que el discipulado nos presente. No podemos seguir a Cristo sólo en la abundancia, en las buenas, sino también en la carencia, en las malas. El sufrimiento es una realidad inescapable de la vida y tiene diversas maneras de expresarse. Todos tenemos cruces que llevar. Puede ser una enfermedad sorpresiva, depresión o dudas existenciales. Puede ser la falsa acusación de un vecino, una crítica situación económica, un ser querido batallando con una adicción o profundos problemas matrimoniales. Jesús no nos pide negar esos problemas, sino reconocerlos y llevarlos sabiendo que los retos no nos definen y que la cruces que no nos matan nos fortalecen, sabiendo que solamente en Cristo está la solución.

Cuando la lucha se sienta demasiado, cuando la cruz sea sumamente pesada y sintamos que no podemos continuar más, recordemos que no estamos solos. Cristo está caminando con nosotros. Cristo está en nuestros hogares, en nuestras familias, en nuestros trabajos, en nosotros mismos y hasta en el mismo sufrimiento. Toma esa cruz tan dolorosa y adjunto con tu Dios llévala sin titubeos, sin mirar hacia atrás, con integridad y carácter, como un verdadero discípulo del evangelio. El seguir a Cristo a través del tiempo y la eternidad no cuesta nada sino el darlo todo.

 

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