Padre Claudio Díaz Jr.

Elevemos nuestras vidas como la de María Asunta al Cielo

julio 30, 2019

El 15 de agosto se celebra la fiesta de la Asunción. Esto representa el final de la existencia terrenal de Nuestra Señora y el comienzo de la temporada de cosecha en los tiempos antiguos. Esto parece muy apropiado ya que a través de las escrituras vemos a Cristo como el primer fruto, siendo María la primera de la gran cosecha recolectada por su bendito Hijo. Esta fiesta se ha celebrado durante casi catorce siglos de la historia de nuestra iglesia. Las iglesias y los ritos orientales aún se refieren a esta fiesta como la dormición de María basada en la creencia de que Jesús no podía permitir que el cuerpo de su santísima Madre conociera la corrupción, llevándosela consigo al Cielo en cuerpo y alma.

La Asunción, entre otras cosas, significa que María, habiendo completado su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo como resultado de aceptar el llamado de Dios. Su respuesta fue de mansedumbre, humildad y completa confianza en los designios de Dios. Vivió con los mismos altibajos de la vida diaria y se movió con la misma mansedumbre al recibir a su hijo en sus brazos por primera vez en Belén y al recibir el cuerpo crucificado por última vez al pie del Gólgota. Siempre fiel. Por siempre una madre. Hoy, como hijos agradecidos, celebramos a nuestra Madre y también proclamamos las cosas maravillosas que Dios ha hecho con su vida.

Esta fiesta gozosa nos proclama la Buena Nueva de la salvación. Nos recuerda que nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo y que estamos destinados a la gloria. Creemos que lo que le sucedió a María nos sucederá a medida que sigamos la voluntad de Dios en nuestras vidas. Un día, nosotros también disfrutaremos la visión de la gloria en el cielo como personas completas: cuerpo y alma.

 

Hoy contemplamos cómo María nos presenta la esperanza de un futuro de encuentro permanente con Cristo. Es un llamado a acoger la fe en su Hijo, a nunca negar quién es Cristo en nuestras vidas sin importar lo que esté sucediendo en nuestro caminar terrestre. María nos llama a nunca perder la amistad con Él. A seguirle cada día de nuestra existencia, con la alegría de la promesa que se nos hace de eternidad. María señala el camino al cielo con su ejemplo. Y ese camino es en Cristo. Nuestra verdadera y final ciudadanía es la gloria de nuestro Padre Dios. Podemos ver en María el objetivo de nuestra vida. Una vida que nos llama a la santidad, a ser profundos, a elevarnos con Dios conscientes de nuestro destino final.

Las escrituras son claras con referencia a María. El libro del Apocalípsis nos dice: “Se abrió en el cielo el santuario de Dios, y apareció en su santuario el arca de su alianza” (Ap. 11, 19). En el Nuevo Testamento vemos cómo se identifica el arca de la alianza con una persona viva y concreta: la Virgen María. Es la Virgen María, sosteniéndole en su seno por nueve meses, quien fuese el primer tabernáculo o sagrario del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En el evangelio según San Lucas vemos como Santa Isabel la reconoce: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Luc. 1, 42-43).

Lo que fue cierto para María, será cierto para nosotros. Al mantener nuestra fe en un Dios de amor, siguiendo sus designios y abandonándonos en su misericordia.

¡Ave María asunta al cielo!

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