Padre Claudio Díaz Jr.

Fe para recibir la bonanza de un Dios de amor

julio 1, 2019

En las lecturas del Décimo Tercer Domingo del tiempo Ordinario del Ciclo B, vemos dos tipos de vidas con realidades opuestas y con un mismo dilema. Ambas vidas necesitaban de la misericordia de Dios.

Por un lado, tenemos a Jairo, jefe de la sinagoga, hombre con posición y respetado por sus compañeros, con una hija con “toda una vida por delante” y socialmente protegida. Jairo se acerca a Jesús con confianza, fuerza y de manera pública se hecha a sus pies. Implora con insistencia que Jesús visite a su hija moribunda para que la cure. Jairo con todo su estatus, el peso de su situación y circunstancias privilegiadas se vuelve a Jesús. Confiado y rompiendo convenciones culturales se arrodilla ante Cristo, depositando toda su confianza en él. Su hija resucita.

Por el otro lado tenemos la hemorroísa, mujer, pobre, vulnerable, sin vida religiosa (está impura) ni social (no puede tocar a nadie) y muriendo cada día poco a poco, se acerca a Jesús. Su disposición fue de anonimato, temor y hasta vergüenza.  Pero uno solo era su pensamiento, una sola su creencia: “Con tan sólo tocar el manto de Jesús se curaría”. Con profunda humildad, violando las normas culturales y de pureza se acerca a Jesús, a sus espaldas y le toca. Su cuerpo queda sanado.

¿Cuál es el punto de conexión? ¿Cuál es el patrón común denominador? ¡Ambos tuvieron fe! Sin importar sus diferencias de género, abismos sociales y diferencias jerárquicas-religiosas ambos creyeron en que Jesús podía traerles vida, sanación. Demostraron su fe de maneras particulares, Jairo de forma pública y la mujer de manera secreta, con profunda humildad. Ambos doblaron rodilla, ambos doblaron el corazón.

La fe es algo público. No es un asunto entre Dios y yo. Hay que dar el testimonio a campo abierto. Es salir de la oscuridad del anonimato a la luminosidad de un gesto público e intencional, como por ejemplo venir a misa. La fe es algo constante. No es procurarla cuando necesitamos algo. Dios no es un Dios sólo en la necesidad. Es un Dios de siempre.

¿Y el resultado? Cuando ya todo estaba dado por perdido y su hija dada por muerta Cristo la resucita. Cuando los doctores no pueden descubrir la cura para la mujer, Cristo la sana. La fe de Jairo hace que su hija se levante de la pasividad de la tumba. La fe de la mujer hemorroísa, que no tenía recursos, ni valor, ni importancia en la sociedad en que vivía, hace que ella pueda hablar, confesar su verdad y recibir sanación, levantándose de la muerte a la vida. Para los dos la fe se convierte en recibir la bonanza de un Dios de amor y en respuesta a su fe reciben vida y la promesa de vida eterna. Imitemos a estos gloriosos personajes del evangelio y dentro de nuestro estilo demostremos nuestra fe, abandonándonos en la misericordia del Creador para que Dios haga obras extraordinarias con nuestras vidas.

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