Padre Claudio Díaz Jr.

Encontremos lo extraordinario en el Tiempo Ordinario

martes, enero 31, 2017

Estamos viviendo en el espacio-tiempo litúrgico del Tiempo Ordinario. Las iglesias se ambientan con el color verde, símbolo de la naturaleza, de la vida, de lo común. Las escrituras mantienen mensajes universales de salvación, de las enseñanzas de Jesucristo y de lo esperado para la vida normal del cristiano. Pero es precisamente en momentos como este cuando Dios se deja ver y su voluntad de salvar el mundo se manifiesta, aunque en ocasiones no nos demos cuenta por lo agitado de nuestras vidas y por tener la mirada solo en la rutina. A veces los árboles no nos dejan ver el bosque.

Desde la vastedad de la mente de Dios y desde su infinito amor, Dios nos llama al ser. Nuestro Dios, el Dios de nuestros ancestros, el Dios de Israel y de los Estados unidos de América, desde el vientre de nuestra madre nos llama a la vida y a la luz de los bautizados. He ahí Ana, he ahí Marco, he ahí Sebastián y Carmen. Dios nos llama a ser sus hijos e hijas para pertenecer a su casa real (Pueblo de Reyes), a su casa sacerdotal (Pueblo de Sacerdotes) y a su casa santa (Asamblea Santa). Y nos regocijamos en el Señor por ello.

¿Cuándo se nos hizo esta llamada a ir mas allá de lo que el mundo nos pueda dar? Se nos hizo en el bautismo, dejándonos como legado las tres dimensiones mencionadas. Ejercitamos nuestro oficio de Reyes de los bautizados cuando reconocemos la magnificencia de nuestro Dios en su dimensión de omnipotencia (Todo Poderoso), su Omnipresencia (Presente en todas partes) y Omnisciencia (Todo conocimiento). Respondemos el privilegio de ser un pueblo santo cuando reconocemos que estamos llamados a serlo. Ejercitamos este oficio cuando fortalecemos nuestra relación con Dios, haciéndola intencional, constante y libre para hacer el bien. Cuando participamos de cada momento en que la asamblea se reúne para celebrar el culto divino a Dios o cualquier otro tipo de devoción comunitaria o personal ejercitamos nuestro sacerdocio común. Por ejemplo, en la misa esto nos lleva a responder al que presida con convicción, fortaleza, certitud y celo por las cosas de nuestro Padre Dios.

Todos estos deberes no solamente deben permear nuestra adoración pública sino también deben arraigar en la rutina de nuestras vidas. Este oficio no se puede quedar limitado o encerrado en hermosos templos. También tiene que haber una pasión por llevarlos de manera misionera a lo cotidiano de la vida. La fe tiene que verse en lo concreto. Tenemos que llevar esa fe como carta de presentación comenzando en nuestros hogares.

Es llevar a Cristo a tu hijo dándole el ejemplo de cómo debería ser un hombre cristiano. Es darle su lugar de respeto a la esposa y prestarles la atención a los padres, especialmente cuando están mayores. Es llevar la santidad de un creyente, la dignidad de un rey y la consagración de un sacerdocio común a todos. ¿Qué implica esto? Actos sencillos, reales. En el contexto familiar implica llevarle flores a su esposa sin haber necesariamente ocasión especial. Quiere decir el preparar el plato preferido de su marido sin ninguna otra intención que el complacerlo. El felicitar a su hijo por sus buenas calificaciones y el apoyar a los abuelos en un nuevo proyecto que ellos puedan tener. ¡Es llevar a Cristo a la vida y ver cómo ese gesto, esa iniciativa, logran cosas maravillosas!

Cuando damos testimonio de nuestra fe en lo ordinario de nuestra existencia testificamos sobre el amor de Dios a la humanidad. Es ver ese amor en un recién nacido dormido y en lo acordes de un guitarrista tocado “En mi viejo San Juan”. Es ver el amor de Dios cuando tu hijo se pone su vestido de novia por primera vez o cuando tu hermana logra un título universitario. Es ver el amor de Dios en el velorio de un ser querido o cuando lucha con una adicción. Es llevarle ese amor de Dios en lo concreto y en lo que para algunos pudiera ser lo banal, lo no importante lo ordinario.

El ver a tu prójimo, la vida y el mundo con los ojos de Cristo. Es ver lo extraordinario en lo ordinario. Es limpiar los pisos de tu casa para que todos tengan un ligar agradable donde estar. Es servirle una limonada a aquel que corta tu grama. Es darle una sonrisa a aquel que está deprimido o llevarle unas condolencias al que lleva luto. Es hacer de todo un encuentro con Dios.

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