Padre Claudio Díaz Jr.

Los santos ven a Dios en lo ordinario - Chicago Católico

lunes, octubre 31, 2016

En la liturgia católica enfatizamos la importancia de recordar nuestra identidad cuando recitamos o cantamos “Anunciamos tu muerte. Proclamamos tu resurrección. Ven Señor Jesús”. El sentido de memoria histórica-colectiva nos lleva a recordar. Como cristianos católicos recordamos el primero de noviembre a nuestros santos. Desde la noche anterior, desde la misa anticipatoria los recordamos. Los santos desde la oscuridad de la noche anterior resultan ser un punto de luz. La fiesta reconoce y honra la gran cantidad de personas quienes durante su existencia mortal vivieron en la luz de Cristo y en consecuencia hoy se encuentran contemplando el dulce rostro de Jesús en el cielo.

El símbolo de comenzar desde la vigila es claro. En primer lugar, esto nos lleva a nuestras raíces judeo-cristianas en donde la celebración de eventos importantes comenzaba desde la vigilia, siguiendo como modelo en concepto judío de “Sabbat”. En segundo lugar, es en la oscuridad donde la luz se hace más prevalente, necesaria, simbólica y significativa. Pensemos... Fue en la oscuridad del sacratísimo vientre de la Virgen María donde la luz del mundo fue encendida a nivel humano por primera vez. Fue en la oscuridad del sepulcro donde la promesa de la resurrección se hizo una realidad. Es en la oscuridad donde todos nuestros santos brillan, reflejando en amor de Dios.

Brillan por su relación con Dios. Una relación intencional, íntima y constante después de haber tenido un encuentro con Cristo. Una relación que comenzaron en su vida mortal y que los llevó a una relación eterna. El Cuerpo de Cristo en la Iglesia los ha reconocido sosteniéndolos como modelo a seguir. Los santos siguieron la voluntad de nuestro Dios Padre en lo ordinario de sus existencias. En sus días ellos no necesariamente vivieron vidas consideradas tradicionalmente como heroicas. Simplemente hicieron lo que se esperaba de ellos en su respuesta al amor de Dios. Santa Teresita del Niño Jesús fue una simple monja de clausura. San Francisco de Asís fue un adolescente que quiso ser un cruzado. San Pedro fue un pescador seguramente sin ninguna educación formal y Santa Inés fue una niña que creyó en el cristianismo. Ninguno de ellos vivió vidas glamorosas y dentro de lo cotidiano ellos creyeron en Dios y lo demostraron con sus obras. Se convirtieron en reflejos de la gracia de Dios y la gloria de Cristo y es por eso que hoy brillan. Al dejarse llevar de la mano por Cristo lograron hacer, y siguen haciendo, cosas maravillosas por la Iglesia y sus hijos. Ahora con su cercanía al Altísimo interceden por nosotros en diferentes capacidades.

Nuestra relación con ellos como hispanos católicos es personal. Hay santos para toda profesión y oficio. Varios pueblos, comunidades, capillas y oratorios están dedicados a santos. Hay santos familiares y para ciertas ocasiones o necesidades. Así vemos como san José es el santo patrón de los carpinteros y santa Bárbara la santa patrona de la protección a las tormentas. A san Francisco de Asís lo relacionamos con los animales y a san Juan Bosco con la juventud. ¡Hasta hay santo para las que buscan novio, san Antonio! Nuestra relación con los santos se hace cercana, los tratamos como protectores, amigos, maestros y consoladores. Nos inspiran a seguir a Cristo y a permitir que Él haga prodigios en lo cotidiano. Ellos no brillan para verse bonitos. Brillan como una invitación a seguir las promesa hechas el día de nuestro bautismo. Estamos llamados a ser santos. Entre nosotros ya hay santos vivientes que asisten a nuestra Iglesia, son partes de nuestras familias, trabajan con nosotros y cruzan la calle como tú y como yo. Aunque no estén reconocidos oficialmente, esto no les quita o disminuye su santidad. También nosotros podemos disfrutar de las bendiciones de una vida llena de gracia y santa. Nosotros también podemos ser santos en nuestras familias, trabajos, comunidades… Somos hijos de la luz y hacia la luz debemos marchar. Que lo ordinario de nuestras vidas nos permita experimentar lo extraordinario del amor de Dios en esta existencia y en la que vendrá. ¡Feliz Solemnidad de todos los Santos!

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