Padre Claudio Díaz Jr.

El discipulado es libertad para servir a Dios - Desde la Misión

domingo, julio 31, 2016

El llamado al discipulado requiere una respuesta y determinación. Requiere el darse totalmente, sin condiciones, sin agendas personales ni prejuicios al plan de Dios. Primero es necesario tener un encuentro con Cristo, profundo e intencional donde con nuestros labios declaramos que Jesús es nuestro Señor y Salvador. Donde con nuestras obras demostramos lo que creemos. Esa convicción debe ser en lo concreto, así que, estimado lector que estás leyendo estas líneas, si no lo has hecho hasta el momento, ahora mismo dobla tu rodilla en oración; o lo que es mejor, dobla el corazón reconociendo a Cristo como tu Rey y Redentor.

El sostener tan gran consigna es un desafío constante que exige decisiones diarias. Quizás algunas de ellas sean minúsculas y aparentemente insignificantes. Pero recordemos que si somos fieles en lo más pequeño podremos serlo cuando vengan los grandes retos y tentaciones. En nuestros hogares, nuestros trabajos, nuestras escuelas y en nuestra diaria rutina estamos llamados al discipulado. En medio de un mundo lleno de injustica, temor y discriminación estamos llamados a elegir.

Quizás el traer total integridad a todos los aspectos de la vida sea considerado un “ideal”. En varias ocasiones, en el mundo de los negocios puede ser que el sentido del éxito choque con nuestro sentido de ética personal: cuánto es invertir y cuánto es robar. En el mundo del trabajo tenemos que hacernos la pegunta sobre lo que es justo como salario a la luz de la discriminación de género, raza o condición migratoria. Ciertamente el ser un cristiano es un ideal. El ideal de Cristo. Es él nuestro horizonte, nuestra meta, nuestra razón de ser, de morir y de vivir eternamente.

Cuando los discípulos de Nuestro Señor Jesucristo, atrapados en un sentimiento no de servicio sino de poder, piden permiso para destruir a los Samaritanos, Jesús los reprende. El discipulado no es para abusar, presumir y mucho menos para destruir ni siquiera a aquellos que nos rechazan. El discípulo da esperanza, sabiduría y da vida. No la limita, ni la destruye, ni la quita. El discípulo iluminado por las enseñanzas del Maestro deja a un lado toda agenda e interés personal y se dedica a los asunto de su Padre Dios. Ya no es cuestión de “lo que yo quiero” o “lo que yo creo”. Es cuestión de lo que se necesita, lo que se tiene que hacer pues “es Cristo quien vive en mí”.

Hay una urgencia en proclamar el evangelio, la Buena Nueva de nuestro Señor Jesucristo. Nada debe anteponerse a llevar la verdad del Reino de Dios. Pero primero hay que creerlo y vivirlo, estando abiertos al espíritu de sabiduría y de enseñanza. San Pablo en su carta a los Gálatas nos recuerda que para alcanzar este estado de claridad y celo por el mensaje de Dios tenemos que ser libres para ser dirigidos por el Espíritu Santo. Es una manera de pensar y de ser centrada en la verdad de los evangelios y en la Buena Nueva de salvación.

Al ver la belleza única e irremplazable en cada uno de nuestros hermanos como producto de la inspiración divina del creador ejercitamos “caritas”, la caridad incondicional con el prójimo. Solo cuando somos libres podemos ir más allá de nuestros temores, prejuicios, pasiones, pecados y todo aquello que nos limite a darnos con más generosidad. Al llevar la Buena Nueva debemos ser generosos. Generosos con nuestro tiempo, con nuestros talentos y recursos a la hora de llevar la obra de Dios. También tenemos que ser generosos perdonando más, entendiendo más, amando mas especialmente a aquello que nos rechazan. Esta también es una forma de evangelizar.

A nivel parroquial es necesario evangelizar con retiros, misiones, prédicas, talleres formativos y llevar el conocimiento que nos da fuerza, entendimiento y autoridad de lo alto. Ya no es suficiente el tener buena intención. De intenciones buenas está pavimentado el camino al infierno. La buena intención puede que sea un principio pero nunca debe quedarse en eso. Ese mensaje evangelizador debe ser llevado a cabo por instrumentos “afinados”, preparados, formados y bendecidos con las enseñanzas de la Iglesia. Al tener la recta intención y la formación todo se debe completar con una espiritualidad centrada en Cristo, en su Eucaristía y llevar a cabo nuestro discipulado con enjundia, entusiasmo, con pasión y celo por todo lo que tenga que ver con Cristo y su mensaje. Solo así nos podemos llamar cristianos, solo así podemos ser santos, solo así nos podemos llamar discípulos.

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